“La técnica inmuniza a quien la posee contra dos arbitrariedades: la de la moda y la del maestro; elimina a los mediocres, […] utiliza el talento medio y […] exalta el genio”, Étienne Decroux.
Para Alfredo Di Stefano el fútbol fue, en sus orígenes, una herencia de familia. Durante algunas entrevistas aseguró que «hasta donde alcanzaba a saber» estaba emparentado con «los Drake y los Brown», los que «hicieron la historia del fútbol argentino». Se refería con ello a la fundación del Alumni, el legendario club del amateurismo por cuanto fue el principal acaparador de títulos durante la primera década del siglo XX. Sin embargo, esta supuesta relación entre ambos mitos resulta dudosa. Probablemente una leyenda familiar. Los parientes «británicos» de Di Stefano eran de origen irlandés, mientras que los Brown del Alumni descendían de la primera oleada de inmigrantes escoceses. Un error similar cometió la prensa escocesa cuando en el preámbulo de un Argentina-Escocia (2008) afirmó que José Luis «El Tata» Brown estaba emparentado con James Brown, el abuelo de los cinco hermanos campeones del Alumni. Aspecto que fue expresamente refutado en el libro «Quién es Quién en la Selección Argentina», dado que los antepasados que le transmitieron su apellido eran irlandeses y no escoceses.
Si resulta más fidedigna su habitual alusión a un parentesco con los Pertini de Boca Juniors, si bien en alguna ocasión exageró hasta el punto de citar a uno de ellos como «fundador de Boca». Su tío paterno, Luis Juan Pertini, fue vicepresidente boquense entre 1947 y 1953. Mientras que el hermano de Luis, Dante Santiago Pertini, jugó en el club xeneize durante la década de los veinte (1920-26), siendo principalmente recordado por haber participado en la célebre gira europea de Boca Juniors de 1925, primera de un equipo argentino por el viejo continente. Un vínculo que resulta más tangencial, pero que deviene simpático por azares del destino, fue el matrimonio de uno de sus tíos con la hermana de Carlos Isola, el célebre portero de River Plate durante más de una década y que sustituyó en dicho puesto a Luraschi, el cual años después apadrinaría la llegada de la Saeta a River.
El pequeño Alfredo iba a ver los entrenos de un gran Boca Juniors Este vínculo con los Pertini venía por parte de su abuela paterna, Teresa Ciozza, una genovesa casada con Miguel Di Stefano, que es el abuelo al que le debe su famoso apellido. Natural de Capri y emigrado a la Argentina, fue un referente futbolístico significativo, puesto que vivía cerca de la cancha de Boca y el nieto aprovechaba las visitas a su casa para acudir a ver los entrenamientos del conjunto xeneize. Tendría Alfredo sobre siete u ocho años, que es la época en la que empezó a jugar a fútbol en pequeñas canchas callejeras y también la del primer bicampeonato boquense. Como espectador de aquellas prácticas pudo disfrutar de uno de los mejores ataques de la historia del club, el de «Cabecita de Oro» Cherro, Benítez Cáceres y «Pancho» Varallo. Cuando Alfredo bautizó a Puskas como «Pancho» lo hizo en honor de este Francisco Antonio Varallo de su niñez, a quien se le llamaba así por ser uno de los hipocorísticos tradicionales de su nombre (Paco, Pancho, Kiko, Curro). El paralelismo entre el húngaro y el argentino, que les llevó a compartir apodo, lo encontramos en un don común: un disparo excepcional. A Varallo se le conocía también como «el Cañoncito del Bosque» debido a que el periodista Luis Elías Sojit empezó a llamarle así tras encadenar varios goles de tipo «cañón» en la cancha de Gimnasia y Esgrima La Plata.
Tanto el «Charro» Moreno como la Saeta Rubia, ambos glorias de River, crecieron en la admiración de un triunvirato mítico de Boca Juniors: Cherro, Benítez Cáceres y Varallo.
Dos o tres años después, el propio Di Stefano empezaría a realizar sus primeros entrenamientos en el colegio. Las clases de gimnasia «al lado de Obras Sanitarias, en Gimnasia y Esgrima, dos veces por semana». Sin embargo, en su autobiografía consideró que los fundamentos técnicos específicos del fútbol los recibió por las mismas fechas, sobre sus diez años, bajo la supervisión de un empleado de su progenitor. Un muchacho de origen gallego e hincha de Boca llamado Enrique Losada. Fueron una infinidad de horas aprendiendo a pisar la pelota y adquiriendo sensibilidad en el toque chutando contra la pared de una fábrica. Luego tales destrezas se pulirían en la universidad de la calle. Allí donde cada acción pretende burlar un defensor, buscar a un compañero o batir una portería imaginaria. Nada que ver con los entrenamientos en base a Course-Navette o Test de Cooper, inaplicables allí por inespecíficos. Los partidos de barrio en cambio eran puro fútbol, lúdicos pero intensos, puesto que no había ninguno que no terminase en una escaramuza. Y dado que la pelota iba rebotando de un lado para el otro de la calle, había que tener un arte extraordinario para jugar allí.
Comenzó a jugar con su hermano menor TulioLa Saeta nunca renegó de la importancia de aquellos juegos. Recién llegado al Real Madrid consideró en una entrevista para el diario Marca (17-11-1953) que la escuadra de Barracas «Once y venceremos» (aka «Unidos y venceremos») era la más representativa de dicho periodo, aunque sabemos que a los doce años, y con su traslado al barrio de Flores, jugaría también para «El Imán». Siendo aún adolescente la familia abandonó la ciudad y Alfredo decidió renunciar a sus estudios [1] para iniciar un vida como campesino en la finca agrícola familiar situada en Los Cardales, a unos 70 kilómetros de Buenos Aires. Sin embargo, no abandonó la practica del fútbol. Por mediación de José Mussi, quien lo descubrió peloteando en el campo del Río Luján y lo invitó a jugar en el conjunto local, Di Stefano empezó a disputar «los campeonatos de la liga norte, que aglutinaban a equipos de ciudades vecinas», formando parte del Club Progresista, añadiéndosele un año después su hermano menor Tulio. Algunos vecinos recuerdan que don Alfredo Di Stéfano senior solía llegar a los partidos en sulky, arrastrado por el caballo «Bómbolo», mientras sus dos hijos iban corriendo detrás a modo de precalentamiento para el partido. Los hermanos se alineaban como insiders o entrealas del conjunto, intercambiándose las posiciones de 8 o 10 en función de las situaciones que plantease el partido.
Al principio, de niño, no destacaba tantísimoGracias a don Pedro Gigena, uno de los más longevos integrantes de aquel equipo, ha llegado hasta nosotros el recuerdo de esta Saeta juvenil. Gigena fue uno de los zagueros centrales de aquel conjunto, campeón interregional de 1943, y como tal rememoraba en una entrevista que «Alfredo era un muchacho joven, al que le gustaba tocar la pelota y gambetear». Sin embargo no era el futbolista más brillante de aquel conjunto. Ese papel le correspondería al wing izquierdo, Rosa Gigena, e incluso el hermano menor de Di Stefano, Tulio, era considerado un futbolista superior. Alberto Di Yorio, uno de los cardaleros que más ha hecho por reivindicar la memoria de aquel pasaje, recogió el testimonio vecinal sobre el juego de Tulio Di Stefano, al que caracteriza como de «frente en alto y con la pelota siempre en el suelo (…) era mejor, pero se le rompió la rodilla y no pudo jugar mucho». Similar opinaba Pedro Gigena, quien en calidad de testigo directo de todo aquello, atestiguó que en ese periodo La Saeta rubia «no era ninguna lumbrera (…) todavía no despuntaba».
Tanto Gigena como Alberto Di Yorio destacaron sobremanera el constante estímulo del padre sobre sus dos hijos atletas. Alfredo senior no solo se limitaba a acompañarles, sino que, situado detrás del arco, les daba constantes indicaciones. Exclusivamente dirigidas hacia ellos. Si bien en alguna ocasión concedió elogio particular al juego de algún compañero, como fue el caso del número 6, Tito Roveda. El viejo Di Stefano se permitía aleccionar porque había sido futbolista y, al final, aquel antecedente se reveló clave en la futura trayectoria de su vástago. Sobre todo porque la casa de los Di Stefano se veía frecuentada en aquella época por los amigos de la familia. Inclusive los que habían coincidido con el padre en River. Uno de ellos era Alejandro Juan Luraschi, un electricista que había sido el portero del ascenso de River Plate a Primera División (1908) y que parece que aun tenía algún contacto con el club. Según Norma Di Stefano, hermana del jugador, la madre, Eulalia, le pidió a Luraschi que recomendase a sus hijos para el equipo. A los pocos días le mandaron un telegrama citándole para una prueba de acceso. De los 70 u 80 muchachos que se presentaron aquel día, Peucelle solo seleccionó a Alfredo y a Julio Salvucci, futuro integrante del Ferro Carril Oeste del ascenso de 1949.
Pese a no haber sido un jugador típico de la escuela rioplatense, el itinerario formativo de Alfredo si fue el común al de todas las estrellas del ciclo de las luces argentino: el potrero
En River se encontró el mejor contexto posible para aprender a jugar A esas alturas las divisiones inferiores de River llevaban años aportando una excelente producción. Félix Roldán, un quiosquero, había sido el primer ojeador y creador de aquellas categorías. A su muerte (1941) su gran amigo Carlos Peucelle tomó el relevo y se dedicó a coordinarlas. Ambos fueron elogiados por el famoso periodista Dante Panzeri por su manera de «elegir y corregir adolescentes», si bien aquello fue solo una parte del proceso. Paradójicamente, la construcción de la Máquina resultó bastante orgánica. Cierto que el semillero tenía una identidad propia, todos jugaban a lo mismo y los delegados del club instruían a los chicos. Sin embargo la técnica superdotada de aquella generación siempre se le ha atribuido a su formación durante la infancia en los terrenos baldíos, los potreros. Luego, la característica forma de jugar de aquel River, sin posiciones fijas, no fue tanto responsabilidad de un particular como algo que se dio por una larga suerte de factores. Di Stefano definió a sus antecesores como «un grupo de muchachos, (que) pese a su juventud, analizaba muy bien el fútbol y hablaban mucho antes de los partidos». La Saeta explicó también que en su primer partido le dijeron: «Tú no te preocupes que te vamos a proteger. Cuando veas una camisa con la franja roja le das a la pelota y ahí te vamos orientando». Lo que es una buena muestra de como la transición entre las inferiores y el primer equipo era facilitada por los propios veteranos. Existen numerosas muestras de ello. Anteriormente había sido Carlos Peucelle, aun jugador, quien se había situado al lado de Adolfo Pedernera como interior izquierdo, cuando el mentor de ambos, Félix Roldán, le pidió que le protegiera en su debut. Otro tanto hizo Peucelle por José Manuel Moreno, a quien enseñaba «a poner el cuerpo, en defensa de la pelota», y del «dribbling» y luego el Charro ya como «cabecilla del grupo, era el que organizaba, hablaba y educaba», según Alfredo, a los demás.
La generosidad y el compromiso de algunos de los jugadores con el equipo era tal que, espontáneamente, cedían su puesto para no frenar la progresión de los chicos de las inferiores. Tal fue el caso de Aristóbulo Luis Deambrossi, quien fascinado por el juego que exhibía Loustau cuando entrenaba con los mayores, le recomendó al técnico Cesarini darle entrada en el equipo en su lugar. U, otra vez Carlos Peucelle, que estando aun fuerte y veloz se retiró del fútbol, entre otras cosas, por no tapar a Juan Carlos Muñoz. Luego esos dos futbolistas fueron los «punteros» (extremos) de la Máquina de River. Más complicado fue conseguir ubicar a Pedernera como eje del ataque, para que diera comienzo todo. En eso fue clave la presión de sus compañeros y de los delegados de las inferiores sobre el técnico Cesarini, al que bautizaron como «el legañoso» porque «no veía» que con Adolfo funcionaban todos los demás.
Cuando a Pedernera le tocó opinar sobre la Máquina dijo: «Los equipos siempre nacen cuando se ubican distintas duplas. Nosotros dispusimos de varias de esas sociedades y las piezas se fueron acomodando solas. Y aparecieron así los movimientos, quizás impensados para esa época: entrar y salir, el cuadrado en el medio, la sorpresa, la ocupación de los espacios. Nos encontramos un grupo de jugadores iluminados y logramos un entendimiento total. Parecía que jugábamos de memoria». La cantidad de «iluminados» era tan colosal que hubo que desechar a numerosos futuros campeones por no poder absorber el primer equipo tal abundancia de camadas. Así salieron de la entidad los Sánchez Lage, Ernesto Grillo, Fernando Sánchez, Antonio Rodríguez, Rogelio Domínguez, Antonio Báez, Mario Sabbatella, Roberto y Oscar Coll…
El volumen de talento del semillero River era tan abundante que de tanto en tanto se desbordaba.
Pese a ser un gran goleador, en sus inicios tenía sus limitacionesDentro de aquel contexto la Saeta Rubia no figuraba entre los futbolistas habilidosos, al estilo de lo que se espera de los próceres argentinos. Durante aquella estadía en La Maquina estaba lejos, en dicho aspecto, de compañeros suyos como Pedernera, Moreno o Báez. Jugadores que como se decía entonces «gastaban la pelota». Originariamente el rol de Di Stefano en el equipo era el de goleador. Sus ex-compañeros y formadores de aquel entonces (Rossi, Peucelle, Domínguez, Pedernera…), cuando les tocó definirle, describieron a un jugador inteligente a la hora de explotar su velocidad, con arrancada potente, fuelle en carrera y muy móvil, pero que destacaba más por su carácter ganador y amor propio que por su clase. A nivel técnico, mientras estuvo en Argentina, solo dispuso de un buen perfil de desmarque, el derecho, lo que le daba poca variedad a su juego. La pierna izquierda prácticamente la tenía para apoyar y no sabía cabecear. Paradójicamente -vista su trayectoria posterior- fue un jugador de los de corrían mirando al piso. No jugaba para el equipo, sino para el gol. Durante aquellos primeros años como profesional, ni daba juego a los demás ni organizaba al conjunto. Tampoco en Colombia jugó de esa manera.
Esto fue, en opinión de Pedernera, una consecuencia lógica de las características de los compañeros que tuvo durante su etapa latinoamericana, en donde se alineó siempre con interiores magníficos: Norberto Méndez y Llamil Simes en Huracán, José Manuel Moreno y Ángel Labruna en River, y el propio Adolfo Pedernera y Antonio Báez en Millonarios. Así pues durante este periodo (1944-53) se centró en depurar su juego natural, principalmente bajo la tutoría del «Maestro» Pedernera, pero siempre con un radio de acción limitado al ultimo cuarto de la cancha. Al finalizar su etapa colombiana ya le daba con las dos piernas y nunca le pegaba mal, como si sucedía inicialmente en River y Huracán, en donde llegaba a fallar incluso con su pierna diestra. Esta evolución enriqueció su juego permitiéndole entrar por ambos laterales (derecho e izquierdo), sin perder por el camino sus cualidades innatas: velocidad, fuerza y movilidad. Seguía sin ser un dominador de balón de élite o un driblador de postín, pero en cambio había añadido a su arsenal el juego en corto, la pausa, y había aprendido a «marcar» en defensa.
La necesidad de aplicarse a la hora de defender fue una conclusión de tipo eminentemente práctico. Según el propio Alfredo «los delanteros deben aceptar que parte de su trabajo consiste en ayudar en defensa. Si la defensa falla, el trabajo del delantero se hace mucho más difícil, porque tiene que marcar más goles. Por eso, lo evidente es bajar a ayudar en defensa. Así tu trabajo es más fácil durante el partido». Un razonamiento aparentemente lógico que enmascara dos conclusiones inherentes al planteamiento. La prioridad es ganar, no el lucimiento personal, y el jugador dispone del vigor necesario para rendir en ambas fases del juego (defensa/ataque). En el aspecto atlético las condiciones naturales de Di Stefano (velocidad, agilidad y resistencia) eran espectaculares. Consciente de ello cuidó su físico con mimo. En Colombia no contaban con preparador físico, por lo que los jugadores tuvieron que responsabilizarse y Alfredo era, en palabras de Nestor Rossi, «el primero en llegar y el último en irse».
En Madrid enseñó a jugar a sus compañerosEn sus inicios en el Madrid le sucedió lo mismo que a Kubala en Barcelona. Algunos de sus compañeros eran buenos jugadores, pero otros simples modestos a los que él hizo grandes. El nivel técnico general, tanto del campeonato como el de su equipo, era inferior al que había encontrado en sus anteriores experiencias [2], pero una de las grandes cualidades de Alfredo -según decía su amigo Pepe Peña- era la inteligencia de saber adaptarse a las circunstancias. Cuando llegó al Madrid «todo el mundo reventaba la pelota. Los volantes la recibían con el pecho y en vez de matarla la rebotaban. Entonces ya no la tenían dominada, porque se les había ido a zona de disputa. Y allá iba el zapatazo: alto, fuerte y lejos», decía Pepe Peña en una entrevista en El Gráfico (1963) [3]. Di Stefano no estaba acostumbrado a ver pasar globos por encima de su cabeza, así que se aburría. Empezó a bajar para pedir la pelota. A veces hasta su propia área de penal. Gritaba al compañero que tenía la pelota para que no la rifara y se la dieran a él [4]. Paulatinamente fueron tomándole confianza, puesto que vieron que podía ayudarles a sacar el balón y además les colaboraba a la hora de defender. De esa forma los defensores del conjunto comenzaron también a cambiar su actitud y se fueron sintiendo jugadores. Ya no estaban solo para despejar, sino que eran parte del juego. Y en el corazón del juego se situó Di Stefano, puesto que eso era lo que el equipo precisaba. Como comentaba Pedernera, el Real Madrid «le dio todo el campo», «él era el eje de todo su juego» y Alfredo lo «cubría con su dinamismo, velocidad y tremenda fuerza».
El todocampo no juega en un puesto por partido, sino que elige un puesto en cada jugada.
Existían antecedentes de jugadores que habiendo madurado por la edad y perdido velocidad en sus piernas, aumentaban su comprensión del juego y, pese a haber sido jugadores «simples», limitados a explotar velocidad y tiro, pasaban a organizar el juego de sus compañeros. Dos ejemplos argentinos anteriores a La Saeta serían Domingo Tarasconi y Bernabé Ferreyra. La diferencia es que Alfredo lo hizo manteniendo su velocidad y fuerza de arranque. Del par de ocasiones que Adolfo Pedernera pudo ver a Alfredo en Europa destacó que, aunque por su «prestigio y ascendiente» podría haberse limitado a «jugar a un ritmo más pausado, haciendo valer su experiencia y visión de juego», nunca lo hizo. El Di Stefano que él vio en el Real Madrid era «el de siempre», con una «movilidad extraordinaria» y «permanente afán por ganar».
Ante las dobles marcas, Alfredo se hizo un experto en sorprender«Yo no paro de moverme para que los defensas no puedan inmovilizarme» explicaba la Saeta «y me muevo rápido para ayudar al que recibe el balón». Uno de sus rivales, Luís Suárez, declaró que si bien en aquella época se hacían muchos marcajes al hombre, con el nueve del Madrid la cosa llegaba hasta un punto cómico. El balón podía pasar a cuatro o cinco metros al lado de sus marcadores, pero ellos nunca iban a buscarlo. No podían permitirse descuidar ni un segundo a Alfredo Di Stefano. Según el que fuera seleccionador argentino, Juan Carlos Lorenzo, si le hacían un doble marcaje -cosa que en España sucedió en la totalidad de los partidos y durante varias temporadas-, Di Stefano corría por toda la cancha como un loco avisando a gritos a sus compañeros («¡Yo no juego! ¡Yo no juego!») de que uno de ellos estaba libre y debía subir al ataque. Debido a esta presión extenuante, la Saeta se convirtió en un experto en el arte de la sorpresa. Por ejemplo, tirando de espaldas al arco, modalidad que le permitió conseguir varios de sus goles más famosos. Esta cualidad estaba intrínsecamente relacionada con otra de las grandes virtudes que de él destacaba Pepe Peña: su seguimiento de juego e intuición, que le permitían predecir situaciones de partido con segundos de anticipación [5]. Rogelio Domínguez explicó que pese a que en el doble marcaje un jugador «le seguía como su sombra» y el otro «le esperaba a la salida» se las arreglaba para «aparecer de golpe delante del arco para hacer el gol».
Pedernera consideró que todas estas características de su fútbol se explicaban precisamente por no haber sido un gran dominador de la pelota o un «gambeteador». Gracias a eso había podido llegar a ser lo que fue. Si no, tal vez hubiese triunfado en otro rol, pero no sería Di Stefano. Había esquivado la sirena del jugador criollo. En lugar de adueñarse del balón se hizo dueño de todo el terreno. Una vez, describiendo a Sivori, la Saeta dijo: «es un jugador genial, pero todavía no ha podido desprenderse del embrujo de jugar en muchas ocasiones para él». Ese fue el mal que él superó. Aquel que Zubeldia resumió de manera aun más dramática en 1962 diciendo que «el individualismo era el principal vicio del jugador argentino».
«¿Alfredo, por qué cambió su manera de jugar?»
«Me fui dando cuenta de que el fútbol es juego de once jugadores. Tienen que trabajar todos para todos. Es un principio básico». (Alfredo di Stefano, para «El Gráfico»)
[1] En el número 125 de la Revista de la RFEF la periodista Blanca Benavent le preguntó a Alfredo por el título de «ingeniero agrónomo» que le viene acreditado de tanto en tanto en alguna reseña. Sospecho que la confusión procede de una entrevista concedida a Cesar González Ruano (25-4-1954) y recogida en el libro recopilatorio ‘Las palabras quedan’. Allí la Saeta dice haber cursado dichos estudios, quizás para tomarle el pelo al entrevistador, al detectar en él a un advenedizo que tapaba su desconocimiento del deporte rey recurriendo a la tauromaquia («Hablamos ahora de fútbol. Para mi éste es un bosque donde me encuentro perdido. Lo mismo me ocurrió con Kubala y con Samitier. Pero no importa. Además, no hay otro remedio. ¿Cómo no voy a hablar de fútbol con Di Stéfano? Fútbol y toros»). Pese a ser un material tan antiguo ha tenido cierta circulación atribuible a la recomendación de algunos docentes de periodismo. Sabemos, por ejemplo que José Julio Perlado, profesor de Redacción Periodística, lo recomendaba a sus alumnos y que su opinión solía ser muy valorada por sus discípulos.
[2] Cuando Di Stefano llegó a España desconfiaba del nivel del campeonato. Durante una entrevista (1974) se refirió a cierta conversación con su hermano Tulio, previa a participar en el torneo español, en la que aseguró petulante que «allá les meto un amague y me voy derecho al arco». Sus experiencias previas durante la gira con Millonarios le habían hecho considerar a los gallegos (españoles) como «troncos», faltos de clase. Posteriormente valoró positivamente la preparación atlética del futbolista europeo, pero incluso en 1966 -cuando estaba finalizando su periplo dentro del campo- seguía considerando al futbolista español como falto de clase. Prueba de ello es una entrevista concedida a Juvenal para Sport, el suplemento mensual de El Gráfico, en la que Di Stefano declaró sin tapujos: «Vos sabés que ése es el problema del jugador español: la pelota». Similar opinaba Puskas, recién llegado a la península, cuando comparaba el nivel técnico general del campeonato húngaro con el español «El fútbol español es bastante rápido. (…) Quizás más técnica el de mi país. Nosotros siempre procuramos hacer correr la pelota» (Marca 23-09-1958).
[3] El hijo de Rogelio Domínguez, el profesor Antonio Domínguez Vence, me aseguró en una conversación privada que en aquella época apodaron a Miguel Muñoz «Siempre viva» por su mal control de la pelota. No dudo de la veracidad del hecho, ni de los motivos que llevaron a sus compañeros a ocultarlo a posteriori, sin embargo no he podido aun confirmar esta anécdota con al menos otra fuente si bien cuadra con lo que refería Pepe Peña en 1963. Lo que si está más contrastado es que cuando un defensa despejaba sin tino, Alfredo se le acercaba para aclararle: – «Me la tenés que dar a mí no a Bernabéu».
[4] Esta manera de «darle aire a la defensa», para liberar al portero de la necesidad de «volearla al no tener con quien jugarla» (Dinámica de lo impensado. Dante Panzeri), tenía su precedente inmediato en el juego de Adolfo Pedernera y Félix Loustau en la Máquina de River. Allí ambos recibían frecuentemente las iras del público por ir a colaborar a que los defensas sacasen la pelota jugada ya que el respetable entendía que «abandonaban su puesto» o iban a «esconderse atrás».
[5] Durante la final de Copa de Europa de 1962, celebrada en el Estadio Olímpico de Ámsterdam, un jovencismo recogepelotas holandés quedó fascinado por la habilidad de Di Stefano para pensar la jugada un segundo antes que el contrario. El muchacho reconoció en ello algo que él nunca había visto antes y le dedicó mucho tiempo a reflexionar sobre aquella forma de liderazgo. Acabó concluyendo que el recorrido de Di Stefano por todo el campo estaba siempre vinculado a los intereses del equipo, algo que solo podía producirse yendo constantemente por delante de la jugada. Antes de recibir ya deberías saber lo que ibas a hacer. El impacto que en él tuvo esta epifanía le llevó a tomar por espejo el juego del ídolo argentino, y con los años llegó a ser reconocido por los críticos futbolísticos como uno de los grandes interprete del jugador todo campo. ¿Su nombre? Johan Cruyff.
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Kalise 16 diciembre, 2014
Buen jugador.