En la cantera había dos niños. Ambos jugaban de portero y hasta eran amigos. Uno cargaba al hombro el peso –y el privilegio– de un apellido ilustre. Pepe Reina, hijo de Miguel, llegó antes a la élite pese a tener la misma edad que su colega, algo que quizás hoy le hubiera gustado cambiar. A José Manuel le tocó lidiar con un par de temporadas negras del club y la injusta exigencia le arrolló. Al Barça no le costó tomar la decisión ya que desde abajo hacía años que se señalaba “al otro” como el verdadero elegido. “Víctor es el gran portero que va a dar La Masía, ya verán”. Una sentencia de peso que dio con Reina en Villarreal y con Víctor Valdés en el primer equipo. Aterrizaba doble V.
Víctor Valdés siempre fue una figura importante en las categorías inferiores. Se le intuía algo especial
La 2002-03 iba a ser una temporada complicada. El FC Barcelona vivía una situación difícil tras tres años sin ganar un título ni disputar una sola final. En lo social, el esperado relevo de Josep Lluis Núñez en la presidencia, Joan Gaspart, no había traído la esperada paz institucional. El mandatario,V.Valdés abrió una liga como titular. Ya estaba claro que era diferente ante su desesperada última carta, fue en busca de quien había salido a palos de la entidad: Louis Van Gaal. El holandés abandonó el banquillo del Camp Nou de forma casi hostil pero el tiempo y las derrotas fueron haciendo grande su obra previa. El caso es que la vuelta de Louis suponía un acontecimiento relevante y sus decisiones iban a ser estudiadas y analizadas. Una de ellas fue apostar por Valdés, el crack del filial, que de golpe y porrazo se plantaba como titular en el debut liguero ante el Atlético. La primera impresión al verle fue la de un portero con aires chulescos, volador de palo a palo y con cierta incapacidad de controlar su ímpetu. El penalti tonto lanzándose a los pies del delantero sería la jugada que definiría su etapa inicial como arquero culé. La misma incontinencia que le iba a llevar a liarla cuando Van Gaal le mandó de vuelta al filial. Víctor había llegado y se había hecho sentir. Para bien o para mal, Valdés no sería uno más.
En sus inicios, Valdés era un puñado de increíbles virtudes que ni él mismo era capaz de controlar
Can Barça se preparaba para el cambio. Tras ganar las elecciones con rotundidad, Joan Laporta accedía a la presidencia del Barcelona. Se iniciaba un nuevo ciclo, el del círculo virtuoso, que consistía en preparar un gran equipo deportivo para crecer como club. Para ello, el Barça comenzó contratando al portero Rustu Reçber, internacional por Turquía y que un año antes había sido nombrado mejor guardameta de la Copa del Mundo 2002. Para Valdés,Rustu sería su primera y única competencia real el otomano suponía la primera gran batalla por la portería del Camp Nou. Había que pelear contra un fichaje, contra alguien de renombre. No obstante, a Rustu, como a tantos otros, el arco catalán le quedó enorme. Tras pifiar en una tarde aciaga en Santander (el Barça perdió por 3-0), el turco desapareció de las alineaciones de Frank Rijkaard. Un giro del destino que a Valdés le iba a cambiar la vida. El Barça, gracias al fichaje de Davids y a los ajustes tácticos de su técnico, entró en una inmensa racha de victorias que a punto estuvo de desembocar en el título de Liga. Aquella espiral de triunfos se produjo con Valdés bajo palos. Y no es que Víctor fuese irrelevante en dichos triunfos (su actuación en el 1-2 en el Bernabéu fue excepcional) pero resultaba innegable el peso de la dinámica. Ese verano Rustu abandonaría el Barcelona y a Valdés ya nunca más le quitarían la compañía de sus tres palos.
El azar hizo un guiño a Valdés en la temporada 2003-04, la última en la que no sería titular indiscutible
Cumplidos los 23 años, Víctor era ya un portero maduro. Las estiradas de su juventud dieron paso a un estilo volador más sobrio, donde solo se saltaba por necesidad y se blocaba con una facilidad innata. Convivir con su primer Barça dominante (Ronaldinho-Eto’o-Deco) nos hizo descubrir además que Valdés tenía una joya potencial en su pie derecho. Como los azulgranas manejaban la posesión mucho tiempo, nos empezamos a dar cuenta de que el de Hospitalet tocaba la pelota con extraña precisión. Dicho esto, un par de errores cantosos ante David Villa le condenaron con incomprensible maldad ante la opinión pública. Dos fallos que Víctor tardaría años en borrar. No obstante, lo que de verdad sucedía era que Valdés, pese a rendir de manera más que positiva, no terminaba de alcanzar el sobresaliente. Paraba y jugaba pero no hacía magia. En Stamford Bridge, Champions 2005, encajó cuatro goles y dejó muy pocas paradas. En el Santiago Bernabéu, semanas más tarde, doble V recibiría otros cuatro. Casi nunca tenía culpa de ellos pero en la comparación con el vecino Casillas siempre salía tocado. Así llegamos a la Champions 2006, inspiradora del primer momento cumbre del meta barcelonista.
Su Copa de Europa había sido increíble. En Stamford Bridge paró a Drogba cuando recibir gol hubiera sido mortal. Ante el Benfica no encajó y frente al Milan, en San Siro, taponó a Shevchenko con cero a cero en el marcador. Había tenido puntualidad de crack pero, nada nuevo, faltaba algo. Faltaba una fotografía para la historia. En Saint Denis, en la final de la Champions no lograría una sino dos. Dos paradas salvadoras ante Thierry Henry, mejor delantero del mundo para muchos y gran estrella del Arsenal. A efectos prácticos, Valdés seguía siendo el mismo (gran) portero pero aquella noche parisina le había regalado tiempo.
Hasta la final de Champions 2006 ante Henry, a Víctor Valdés le había faltado algún momento mágico
Pero si una dinámica positiva –la de Davids– le enganchó a lo más alto, otra menos afortunada le obligó a bajarse de la nube. La decadencia del imperio Ronaldinho ennegreció todo a su paso, sembrando de duda lo que ya parecía un hecho consumado. Reaparecieron los goles tontos (como ante el Liverpool, en la Champions 2007) y el debate regresó al punto de inicio: Valdés era un muy buen portero pero no un hacedor de milagros como el otro. ¿La Selección? Ni olerla. Víctor necesitaba que pasara algo. Y pasó.
Ese algo se llamó Pep Guardiola y su revolución. La obra maestra del técnico de Santpedor es conocida por todos. Uno de los puntos fuertes de la misma tuvo que ver siempre con la salida de balón; un complejo mecanismo de repetición en el que cada pase tiene un sentido y una intención posterior. El Barcelona consiguió que esas combinaciones, pese a ser familiares para el mundo entero, no pudieran serGuardiola sacó el 100% de un portero distinto defendidas por nadie. El “único” requisito que se pedía era valentía. Había que atreverse a hacer las locuras que demandaba el sistema, o de lo contrario este se caería a pedazos. Piqué, Márquez, Abidal, Busquets o Xavi asumieron el reto, complejo pero tampoco incoherente a sus capacidades. Lo de Valdés era otro tema. De repente, el portero del Barcelona había pasado a ser un jugador de campo más. No un hombre al que retrasar la pelota puntualmente, no. Un futbolista con el que se contaba en la circulación. Un jugador que debía pasarla a 40 metros si tocaba o realizar un pase horizontal sobre la línea de gol. Entonces recordamos dos cosas: que aquel chico que un día contestó a Van Gaal iba sobrado de personalidad y experiencias duras y que su pie derecho solo necesitaba una guía. Un manual de instrucciones. Guardiola había despertado a la bestia.
Pep Guardiola encontró en Víctor Valdés al portero perfecto para llevar a cabo su arriesgada idea
Y como en fútbol no hay nada que suba más el ego que sentirse diferente y superior, Valdés explotó. La pelota que antes le costaba parar ahora comenzaba a sacarla. Las maravillas aisladas de la mítica Champions 2006 empezaron a hacerse costumbre. Chelsea 2009, la final de Roma, diferentes Clásicos ante el Madrid de Cristiano… y por el camino se dio el gusto de ser mucho más que un portero. En 2011 logró trascender su posición. Ya no era un arquero que la tocaba bien; ahora era un futbolista más, capaz de leer todo lo que pasaba ante sus ojos. Entendía el juego y goles como el de Pedro ante el Real Madrid (donde aclara la contra con una vaselina) no hacían más que probarlo. Aquella fue la temporada de su vida y costará encontrar una figura tan amplia bajo palos en los próximos años. Víctor Valdés no ha acabado sus días como barcelonista siendo un gran portero. Eso siempre lo fue. Valdés es un inmenso futbolista.
@borjabrl10 26 mayo, 2014
Creéis que Víctor ha sido el mejor portero con los pies de siempre ?