La decisión de abrir las fronteras del Calcio convirtió a Italia en una especie de Olimpo moderno. Por encima de las saetas y las nimbus, dioses de fuego o de aire, y de todos los demás elementos, disfrutaban de las delicias de la pasta y otros demonios de la península. Los mejores futbolistas del mundo pulularon por sus campos de bengalas y oscuras controversias por casi un cuarto de siglo, hipnotizados por el prestigio inequívoco que la Serie A destilaba.
Falcão y Platini pelearon por la corona italiana.
Antes de que Maradona y Sacchi colonizaran la nación, dos reyes divinos regentaron desde Piamonte y el Tiber. El volcán romano fue el que llegó primeroEl dinamismo y enorme técnica de Falcao creó una gran Roma. Venía del Brasil profundo de mediocentros y volantes, pero con la resonante certeza de ser el heredero del mulato del fútbol zen. Durante los cinco años que mandó en el que alguna vez fue el corazón del universo, sus rizos ámbar hicieron danzar a las almas que no comprendían dónde estaba el filo de su espada. Falcão fue uno de las piedras angulares que revolucionaron el fútbol: un mediocampista versátil, de vasto dominio territorial, técnica prodigiosa y físico de atleta. Su dinamismo y carisma impusieron un sello inconfundible en la primera gran máquina moderna del Calcio, la Roma de Liedholm, como una de esas primeras locomotoras a vapor que todo lo cambiaron.
El vagabundo francés llegó dos años después. Los que le veían observaban en él a un hombre que parecía como si el Grenouille de Süskind de repente se hubiesePlatini marcaba y, luego, podía organizar a su poderosa Juve convertido en Napoleón. Levitaba con pies ligeros sobre el verde mientras imponía con voz de impacto ordenes a sus soldados. Un aura blanca como polvo de hadas rodeaba su cuerpo maltratado como una pintura de Francis Bacon, contraste fulminante con el fulgor de sus pases pincelados. Emperador de Europa como ningún otro, Michel Platini fue el último coletazo de un fútbol fúnebre y juglar que no despertó sino hasta 2009. Platini marcaba goles con la misma facilidad y gracia con la que organizaba el fútbol de su equipo. Pases largos desde el núcleo del terreno hacía cualquier lado porque su golpeo no tuvo límites; creatividad renacentista en la frontal y frialdad asesina en el área. Platini era el reflejo de su equipo, la Juventus de Trapattoni, último gran campeón antiguo.
El partido de 1983 enfrentó a ambos equipos en la cúspide.
La primavera de 1983, fecha meridiana del cosmos de Falcão y Platini, enfrentó a la gran Roma de Liedholm con la mejor Juventus de Trappatoni. Los bianconeros, aun sin Platini, habían dominado los últimos años y con la llegada del francés disputarían la final de la Copa de Europa ese año. La Roma en su tercer año de proyecto había llegado al punto más álgido de su juego y con las opciones de Scudetto a mano. El partido se presentó a la historia como una profecía. La Roma alineó al indomable Falcão como falso delantero centro, el antídoto contra el marcaje al hombre más perfecto que se podía imaginar. Los de la capital perderían aquella vez 1-2, aunque eso no los detuvo en la obtención del título. La Juventus fallaría en su asalto a Europa, tal y como lo hiciera la Roma el año siguiente. La victoria juventina en la final de Heysel de 1985 sellaría una época. Platini envejecía, Falcão se exiliaba y el Olimpo se teñía de celeste mientras en el Hades se fraguaba el diablo mítico.
ALIRIO 9 mayo, 2014
ME GUSTARIA MAS ESTO ARTICULOS CON UN POCO DE EL ESQUEMA COMPLETO Y ALINIACIONES DE LA EPOCA PERO QUE BUENOQ HABLEN DEL PASADO