Como a su equipo o sus compañeros, cualquier valoración de ánimo cercano a lo absoluto en el caso que nos ocupa requiere algo más de distancia que cualquier otro objetivo que tomemos al máximo nivel en el fútbol europeo. Pensar, por ejemplo, si Zlatan Ibrahimovic es el jugador más en forma en esta temporada lleva consigo, injusta o no, alguna reserva por el campeonato que disputa. Un caso parecido es el de Thiago Motta, un mediocentro que casi ha dado más pases que pasos en la renovada posición que actualmente desempeña en el Paris Saint-Germain de Laurent Blanc, y cuyo rendimiento como referencia europea en esta campaña queda supeditado a partidos como el de esta noche. La última etapa de Motta no es sino el fin de un camino que ha llevado al futbolista a desarrollar su posición a través de múltiples estadios.
Con nombre y apellido resumiendo su particular metamorfosis, Thiago Motta ha sido brasileño e italiano indistintamente, en el campo y fuera de él. Su relación con la pelota y su temperamento en los primeros años de su vida deportiva explican sus orígenes. Ha conjugado alegría y seriedad, en una variedad estilística y una progresiva madurez personal y balompédica que ha terminado dando con su talento al servicio de una posición fija y de permanente seguridad. Concepto este último que va a ir intensificándose con el paso del tiempo; la aparición de arrugas, cicatrices y directrices han derivado en un Motta reflexivo.
La trayectoria de Motta está llena de interrupciones, en cuerpo y mente. También de oportunidades
Motta llega a la Masía con 17 años, con las siempre sugestivas etiquetas de precoz y brasileño, imperecedera expectativa a ojos populares y mediáticos. Ningún juicio previo contará con tantas aristas como nacer en aquel país y tener algún don con la pelota. Fichado por Serra Ferrer tras un torneo sub-17 disputado en Toulon, su discurrir en el Miniestadi dejó gotas de su calidad y su carácter ofensivo. Un centrocampista con llegada y presencia en el área rival, que comenzaba a proyectar la figura del interior de largo recorrido que desempeñaba, sin ir más lejos, el holandés Phillip Cocu en el primer equipo.
A su llegada a la primera plantilla Motta debuta de la mano de Louis van Gaal, pero es en la temporada posterior donde el balcánico Radomir Antic sujeta su despliegue, pasando a ejercer una tarea más horizontal y de contención, emparejado junto a Xavi en un 4-4-2. Su envergadura y su adaptación al mediocentro le terminan de ubicar en posiciones más fijas y de menor recorrido. Un esplendoroso y memorable marcaje a Zinedine Zidane terminan de formar su imagen como hombre ancla y especialista defensivo, lo que le convierte en figura importante en la rotación de Frank Rijkaard.
Su posición natural fue matizada por Radomir Antic. En Can Barça, Motta era fijo y contenido
En paralelo, las lesiones van laminando su ritmo competitivo, que junto a su complicado carácter difuminan parte de su solidez como jugador. Músculos, ligamentos o menisco. Motta apenas enlaza partidos consecutivos sin resentirse. Su musculatura y sus huesos son proclives al parón. Pese a ello el italo-brasileño resultaba sustancial en la versión más compacta y contenida del primer Barça de Frank, con Deco y Edmilson flanqueándole en el triángulo de centrocampistas. Su labor con la pelota, en constante vaivén de protagonismo, como veremos más adelante, queda reducida con la presencia del portugués. Para Antic y Rijkaard, Motta era italiano.
Las citadas lesiones y ciertos problemas extradeportivos lo llevaron fuera del Camp Nou, con Yaya Touré tomando su relevo. Ante tantas dudas sobre su futuro en la entidad blaugrana, Motta rebajó las expectativas e intentó ganar credibilidad mediante la oportunidad que le ofreció el Atlético de Madrid de Javier Aguirre, una vez Peter Luccin tomaba camino de Zaragoza. Pero resultó una cesión complicada. Los percances físicos eran una constante; con ello, su continuidad y confianza no terminaban de asentarse. Lo cierto es que aunque durara poco su sociedad con Nuno Maniche –cedido al Inter de Milán en el mercado de invierno-, aquello funcionaba. Fue fugaz, pues Raúl García, lesionado, era la gran apuesta del técnico mejicano para la medular, pero Thiago jugaba a una velocidad y calidad superior a la de sus compañeros. A pesar de su naturaleza sujeta y azzurra, en el Calderón, Motta la pasaba con el gen culé, a un toque y en combinación. Parecía la solución a los males de un equipo que vivía de la pegada de su mortal delantera pero que se hacía larguísimo sobre el terreno. Con Camacho o Cleber como recambios, Motta se antojaba insustituible. Apenas encadenó semanas consecutivas sobre el césped.
En Genoa su carrera despega. También lo hace su posición. Gasperini lo acerca al área.
“He perdido llegada y tiro, pero eso no se olvida”, palabras de un Motta en su etapa barcelonista, cuando alternaba el rol de mediocentro con su compatriota Edmilson. Facetas que el paulista recuperaría en Génova, de la mano de Gian Piero Gasperini. No solamente recobraría su pegada y su despliegue; paradójicamente en Italia volvería a sentirse algo más brasileño. Siendo el segundo máximo goleador del equipo, Motta comparte una extraordinaria temporada con los Milito, Criscito o Sculli, con los que el Genoa terminaría 5º clasificado. En un equipo de menor trascendencia, la calidad de Thiago toma color y responsabilidad, aumentando su rango de actuación, alargando de nuevo sus movimientos verticales. Con la confianza reconstituida, las lesiones desaparecieron. Motta era feliz y el Genoa también. Siempre que Motta marcaba, su equipo celebraba una victoria. Este rendimiento, junto al de Milito -24 goles-, le llevó al Inter de José Mourinho. La expectativa crecía, su rol volvía a italianizarse.
Desde el interior zurdo, Motta se convirtió en pilar de una de las fases defensivas más impenetrables del fútbol moderno. El rombo de Mourinho lograba profundidad con Eto’o y Milito, lanzados por la temporada vital de Wesley Sneijder. Por detrás, Cambiasso, Stankovic y Motta. El técnico portugués armó un conjunto tácticamente equilibrado, con perfiles lo suficientemente buenos como para competir en todos los contextos y lo suficientemente humanos como para trabajar sin reservas. Si a ello se le sumaba un escaso favoritismo, la pócima resultaba made in Setubal. Motta era campeón de Europa de nuevo. Esta vez como protagonista, a pesar de perderse la final.
En Milan, manga arremangada y tackle afilado. En París pase raso e infalible. La percha de Blanc
Tres años después, el Paris Saint Germain de Leonardo y Carlo Ancelotti complementa su centro del campo con la llegada del hasta ese momento jugador interista. Verratti y Matuidi son la pareja titular en el 4-4-2 simétrico que Carletto maneja en su segundo año en París, que el espigado Thiago veía desde el banquillo. Nada hacía presagiar que al año siguiente Motta sería titular indiscutible, pieza básica del engranaje de Blanc y que lo hiciese desde un absoluto protagonismo con el balón. A sus 32 años, Motta es uno de los tres jugadores con más volumen de pases acertados en toda la Copa de Europa –actualmente es 2º en pases completados, sólo por detrás de Xavi Hernández, dando 140 envíos acertados más que su compañero Verratti-.
Es Blanc quien se pregunta si todos los mecanismos de juego anteriores a Zlatan podían ser elaborados y pacientes sin restar protagonismo al sueco o la esencia debía permanecer inalterable. El nuevo papel de Motta, a pesar de reconocerse en su manual condiciones propias de un tipo templado y equilibrado con la pelota, ha sorprendido a todos. De alguna manera es el epílogo de un proceso de madurez personal y futbolística que pocos esperaban. De Motta depende la primera fase del juego parisino, donde monopoliza junto a Verratti la dinámica de pases en campo propio. Subrayando el punto estilístico que atreviesa Thiago, ¿sería ahora más italiano o más brasileño? Las etiquetas de algo tan mágico y gigante como el fútbol sólo servirían si el tiempo fuera inelástico. Si no que le pregunten a Prandelli y Scolari. ¿Italia o Brasil? Poco importa ya qué es Motta. Simplemente es un sensacional mediocentro.
Edgar 2 abril, 2014
Ver a Thiago es un deleite, ahora lo único malo es su edad, ya 32 años, ojalá y siga manteniendo un buen nivel -Thiago retírate en el Inter!!!- Saludos.