Normalizar la derrota es quizás la cuestión que tengo más presente cuando escribo sobre fútbol. Ponerse en la piel del profesional, tratar de entender sus procesos, la dificultad de construir a partir de la diversidad que provocan tantas personalidades chocando en un día a día. Sin embargo, quizás es la primera vez que me pongo delante de un folio y entiendo que no, que en esta ocasión la derrota no se puede normalizar, porque, justo o no, marcará de por vida a los que la sufran. No habrá paz para ellos desde el momento en el que el colegiado decrete el final del partido de vuelta.
La primera final de la Copa Libertadores entre River Plate y Boca Juniors deja un regusto de que pesa más el miedo a la derrota, que la ilusión que supondrá para el ganador conseguir el título. El escenario futbolístico a partir de esta consideración deja obviamente la primera lectura sobre la gran posibilidad de que los nervios encojan los pies, pero esto sólo se explica desde un choque de trenes que no dejará vencedores y vencidos, sino héroes y malvados. Así es el fútbol argentino, para lo bueno y para lo malo.
GALLARDO PARA DEVOLVER LA MEMORIA
El comienzo de la década de los 2000 provocó una brecha entre River Plate y Boca Juniors que derivó en una profunda frustración entre la hinchada millonaria. La etapa de Carlos Bianchi se tradujo en tres Copas Libertadores en cuatro años, un idilio con la competición reina del fútbol sudamericano que trasladó un 6-2 en el cómputo global a favor de Boca difícil de soportar para el aficionado de River.
Una burla que alcanzó su punto álgido cuando el equipo de la franja roja descendió a segunda división en junio de 2011, después de 108 años ininterrumpidos en la máxima categoría del fútbol argentino. ‘El fantasma de la B’ iba a acompañar a River de forma inevitable desde entonces, pero no sólo en sentido figurado, sino incluso de forma literal, cuando un drone con una sábana sobrevoló la Bombonera en mayo de 2015 para recordar a River su descenso.
Marcelo Gallardo, desde la llegada al banquillo en 2014, ha devuelto una proyección internacional constante a River Plate, ganado una Copa Libertadores, una Copa Sudamericana, y dos Recopas Sudamericanas
El Siglo XXI, por tanto, comenzó a empinar tanto la cuesta para el aficionado millonario que lo que está sucediendo desde la llegada de Marcelo Gallardo -un triunfo en la Copa Sudamericana, otro en la Copa Libertadores, y la posibilidad de recortar las distancias con su gran rival hasta un 6-4 que cambiaría radicalmente el panorama- no sólo transmite felicidad, sino también venganza.
El trabajo del ‘muñeco’, por tanto, ha comprendido no sólo una aportación táctica notable, también una psicológica que ha permitido a toda la familia de River Plate recuperar una autoestima perdida durante demasiado tiempo en un club tan gigantesco. La calidad de su plantilla y por supuesto, esa mentalidad recuperada después de la etapa de Carlos Bianchi en Boca, serán sin duda los dos grandes argumento del equipo millonario en la final.
RIVER, MEJOR PIE Y VERSATILIDAD
El camino de River Plate en esta Copa Libertadores ha estado marcado por la versatilidad en la disposición de las piezas elegida por Gallardo, pero a nivel de concepto hay algunas cuestiones que han solido repetirse con frecuencia, y que teniendo en cuenta ese contexto del ‘miedo a la derrota’ que está englobando toda la previa del encuentro, puede dar ciertas pistas con respecto a la forma de afrontar la gran final.
En contexto ‘Copa’, Gallardo ha sabido poner trampas para generar espacios que luego han sido muy bien ocupados por sus atacantes. River Plate agrede al poseedor de balón, pero en zonas muy definidas y estudiadas previamente, para después aprovechar lo bien (y de forma muy diferente) que interpretan el juego vertical los jugadores encargados de producir y finalizar las jugadas ofensivas.
River Plate tiene jugadores de gran calidad, que explotan mejor sus virtudes si pueden realizar ataques verticales y eléctricos
Quintero con pases a los espacios abiertos, Martínez conduciendo con el rival despegado, o Santos Borré con sus diagonales sin balón, han sido patrones sobre los que River Plate ha fluido en ataque cuando ha tomado la decisión de verticalizar con premura. A partir de ahí nombres dinámicos como Exequiel Palacios para acompañar jugada, o por supuesto Casco y Montiel, dos laterales que partiendo de posiciones intermedias tienen una gran facilidad para trazar movimientos largos y profundos, han completado la propuesta.
Ha sido una medida inteligente por parte de Gallardo, teniendo en cuenta que Leo Ponzio -que no jugará en La Bombonera- ha sido siempre importante, un futbolista que aunque no muestra soltura para organizar ataques, en esta fase de su carrera domina la posición de ‘5’ en un escenario en el que su equipo decide apretar al poseedor, compensando ese tipo de propuesta. River se ha adaptado bien a sus piezas, y ha permitido lucir a unos futbolistas que completan la que quizás es, en este momento, la plantilla con mejores soluciones desde lo técnico de todo el fútbol sudamericano.
Sin embargo en una final de la Copa Libertadores ante Boca Juniors se va a priorizar la reducción del fallo, y ese buen pie que muestra River Plate se muestra sobre todo en acciones donde el riesgo es alto. Palacios abandona su posición para finalizar en la frontal del área, Martínez pone en juego el balón en su intento de desequilibrio en uno para uno, y sobre todo, Juan Fernando Quintero, seguramente el jugador con más talento de la plantilla, entiende el juego desde la conclusión de jugadas y no desde la conservación de la pelota, lo que podría reservarle un rol de revulsivo, y no de titular, en la gran final.
River Plate puede producir ocasiones en diferentes escenarios, y a esto hay que añadir que tiene un gran dominio en ambas áreas
En cualquier caso y pareciendo claro que se va a pintar un escenario donde se busque reducir al máximo la pérdida del balón y por tanto las medidas en cuanto a soltar piezas sea muy conservadora, parece que River, si es capaz de aguantar mejor la tremenda presión psicológica que va a tener lugar en ambos encuentros, está más capacitado para construir ataques estables en campo rival. Por un lado, porque su pareja de laterales, Casco y Montiel, son balas para aparecer por sorpresa y producir si los jugadores de dentro sueltan un pase hacia fuera, y por otro, porque futbolistas como Martínez o Palacios están más capacitados para superar líneas y obligar a una ayuda posterior por parte de un contrario que a la postre puede generar desequilibrio.
Dentro de toda esta variante de recursos con los que cuenta Marcelo Gallardo, hay que dejar claro que River Plate tiene un argumento competitivo clave para afrontar el choque: el dominio de las áreas. Armani ha dejado claro en los últimos años que es el mejor portero de Sudamérica, Maidana y Pínola son una pareja de zagueros con experiencia y que interpreta muy bien cómo achicar para juntar al equipo, y Scocco o Pratto son la guinda a los generadores de juego en los últimos metros. El ‘muñeco’ ha construido un buen equipo en lo colectivo, pero es indiscutible que su plantilla tiene respuestas en lo individual de primer nivel.
BOCA Y LA MÍSTICA
Los vasos colindantes que son River Plate y Boca Juniors no dejan lugar a otro escenario: este buen lustro del equipo millonario ha significado un período de dudas para el xeneize. La confianza asentada en los tiempos de Juan Román Riquelme, Martín Palermo y Carlos Bianchi y el descenso de su gran rival, se ha ido apagando después de que Marcelo Gallardo haya conseguido revertir la dinámica en el último lustro.
Quizás, precisamente por esa proyección internacional que ha logrado River Plate recientemente, Guillermo Barros Schelotto ha matizado una idea que le ha llevado a ser campeón de forma consecutiva en las últimas dos temporadas del fútbol argentino, precisamente para ajustar piezas de cara a competir en la Copa Libertadores, donde desde la final perdida frente a Corinthians en 2012 no ha conseguido llegar al lugar que, gracias a lo mostrado en el comienzo de siglo, era considerado como terreno dominado.
La Copa Libertadores del Siglo XXI es terreno de Boca Juniors: ha conseguido, desde el año 2000 hasta nuestros días, cuatro títulos y un subcampeonato
El Boca ‘copero’ de Bianchi construyó una estructura pensada en Juan Román Riquelme, pero no desde los parámetros que hoy en día se piensan para una estrella de primera fila de sus características, que encajaría en un equipo de posesión y probablemente su técnico buscase pasadores que le alimentasen de forma constante, sino dándole piernas detrás para robar y obligándole a construir, construir y construir. El gran Riquelme de Boca Juniors se cimentó bajo una capacidad inverosímil de inventar contextos de control para su equipo sin que éste le preparase en absoluto el terreno.
Quizás Battaglia era el jugador más preparado para pasar la pelota, sin ser aquel cinco de Boca un organizador puro y constante. Además de él, jugadores como Serna, Traverso, Basualdo o Villarreal completaban el medio campo, en una estructura muy concreta que permitía a al equipo hacerse pegajoso en zonas interiores, encontrar a Riquelme para la gestión ofensiva, y machacar en el área gracias a Martín Palermo, bien suministrado siempre por laterales con buen recorrido como Arruabarrena o Ibarra. Por supuesto sin el gran Román, pero es una medida que Schelotto, miembro importante de aquel equipo, ha adaptado en este Boca finalista.
SCHELOTTO RECURRE AL PASADO
El medio campo campeón de Boca en 2016, en el que Gago y Bentancur tuvieron un papel predominante, dejó paso a una estructura que ha definido el juego equipo en la actualidad, formada -también por las exigencias derivadas de los problemas físicos de Fernando Gago- por un medio armado con Wilmar Barrios, inamovible en la posición de ‘5’, y Pablo Pérez y Naitán Nández como escuderos. No se descubre América: es un claro regreso al pasado, concretamente a ese inicio de la década de los 2000 que cambió la historia de Boca Juniors. Piernas para apretar en medio campo y robar y encuentros realmente incómodos para los rivales. Es importante dar mucha importancia a este escenario para poder hablar del recorrido del proyecto de Guillermo Barros Schelotto, ya que algunas de las piezas más importantes del equipo serían poco viables en otro contexto.
El nombre quizás más representativo es el del colombiano Wilmar Barrios, el mediocentro inamovible para ‘el mellizo’. Ni siquiera el ‘industrial’ equipo liderado por Juan Román Riquelme construyó sus ataques bajo un pivote con tan poca creatividad y rango de pase. Ya se ha expuesto que Battaglia, con sus limitaciones, fue un centrocampista capaz de dar dirección a las circulaciones de Boca, mientras que en la Copa Libertadores vencida por el equipo en 2007 tras el regreso de Román, el director de orquesta fue Banega, un futbolista que al menos desde la conservación de la pelota generaba escenarios radicalmente distintos para el equipo.
Wilmar Barrios es un centrocampista de perfil concreto que marca el juego de Boca Juniors: poco acertado en la distribución pero un auténtico motor en la recuperación y ayudas defensivas
Sirva un dato para resumir el juego de Barrios: en esta edición de la Copa Libertadores, su porcentaje de acierto en el pase es del 68%. Hablamos del jugador que ve el juego de cara, que retrasa su posición para encontrar la recepción cerca de los centrales y que por tanto, más se aleja por lo general de la presión del rival. Sin embargo ha conseguido hacerse indiscutible para Schelotto, y se hace prácticamente imposible entender la presencia de Boca en la final si él no hubiera sido titular. Lo cierto es que Barrios encaja en la idiosincrasia del club, la que permitió a Bianchi ganar tres Copas Libertadores: representa algo en lo que creen sus hinchas. El colombiano es un auténtico pulmón, llega a las coberturas defensivas con una facilidad pasmosa y gana duelos individuales con mucha facilidad. Para rodearle, Schelotto tomó la decisión de apostar de forma regular por Pablo Pérez y Naitán Nández. el segundo con algo más de vuelo y el primero con un punto superior en cuanto a técnica para, al menos, conservar la pelota, pero en cualquier caso jugadores que no agilizan los ataques desde su participación.
Estos tres nombres y un aumento de nivel en el centro de la zaga con la llegada de Carlos Izquierdoz, un defensa central que tras abandonar el fútbol mexicano se ha asentado en las alineaciones de Schelotto, puede explicar la mejora competitiva de Boca Juniors en los escenarios más exigentes. Izquierdoz, además de experiencia, ha compensado un movimiento del dinámico Barrios, ya que el zaguero tiene una gran lectura para acompañar el apoyo del punta rival a la espalda del colombiano, así que ha hecho de ‘pegamento’ si Barrios salía a robar o a hacer una ayuda cerca de la cal, algo habitual en su juego.
Definido este escenario, hay que destacar cómo ha conseguido Schelotto compensarlo, sacrificando para ello a quizás los dos futbolistas con más calidad técnica de la plantilla: Edwin Cardona y Carlos Tévez. Ese 68% de acierto en el pase de Wilmar Barrios y el hecho de que Nández y Pérez, a nivel de ritmo para mover la pelota, no ayudaba a que el equipo desbordase al rival, se completaba además con la certeza de que Cardona y Tévez no suponían una marcha superior en el último tercio. A Boca le quedaba echar la pelota a un costado y que Pavón, muchas veces en desventaja de dos o tres para uno, generase el desequilibrio.
Juntar a Nández, Pérez, Barrios, Tévez y Cardona espesaba mucho el ataque de Boca Juniors
Así que Boca ha acabado derivando en un equipo que espera la progresión del rival, aprovecha su gran capacidad de robo en medio campo, y después ataca espacios abiertos utilizando a tres elementos capaces de hacer daño en ese escenario, incluso si, como es el caso de Pavón y Villa, tienen que arrancar la carrera desde muy atrás, ya que están obligados a llegar en defensa a la altura de los tres medios para que estos no tengan que despegarse demasiado haciendo ayudas en bandas. Ahí, con la presencia de Ábila, un delantero centro de brega que es capaz de anticipar a centrales y ganar ese tiempo clave para que sus compañeros corran, los dos extremos de Boca consiguen intimidar con transiciones rápidas y verticales, escenario que presumiblemente se buscará frente a River Plate, ya que limita los riesgos con balón, cuestión importante teniendo en cuenta los problemas de construcción que muestra el equipo de Schelotto.
El plan A parece, por tanto, definido, y es para cambiar de discurso, sobre todo ante una situación límite en la que el rival obligue a atacar espacios reducidos, donde el equipo xeneize encuentra soluciones en el banquillo que pueden marcar la diferencia. Por supuesto, gracias a la figura de Benedetto, el gran héroe de las semifinales, si es que finalmente no llega a ser titular, un delantero con gran tacto para finalizar pero también para jugar fuera del área. Un perfil diferente al de Ábila que además ya se ha ganado su espacio en la historia de Boca Juniors en la Copa Libertadores, cuestión decisiva llegados a este punto. A la figura de Benedetto es incuestionable sumar las de Cardona y Tévez, ases en la manga bajo esa posible exigencia.
José Luis 10 noviembre, 2018
No quiero ni pensar qué estará sintiendo hoy un aficionado de River o Boca. Convivir con la derrota es fácil. Hacerlo viendo al que ha ganado es imposible de soportar. Nuestra esencia como personas está diseñada para soportar alegrías y tristezas, pero no para cohabitar con la envidia, los celos y el odio. Como aficionado al Madrid, nunca, jamás quise una Final de Champions Madrid-Barcelona, puesto que el jolgorio de la victoria sería siempre menor que el desconsuelo y el tormento de la derrota. Y un Boca-River es mucho más rivalidad que un Madrid-Barsa.
Andaluz que soy, incluso estaría por debajo del Sevilla-Betis. Los andaluces tenemos, para sortear nuestras desgracias un sentimiento que es muy "sui generis", que solo se tiene si has nacido en esta parte del mundo. Es la guasa. Con ella esquivamos muchos momentos amargos. Pero los argentinos, esos locos excelsos que dejan libertad total al sentir por algo, en momentos duros solo tienen una salida: la depresión.
Particularmente, hoy, veré el partido. Claro. Como todo el mundo. Pero estoy seguro que el minuto de oro en share es en la previa del partido. Estamos hablando de un partido donde están Zuculini, Enzo Pérez, Santos Borré, Villa, Magallán, Ábila… Soy aficionado al fútbol por lo que son capaces de hacer los jugadores con el balón. Por eso, me cuesta seguir partidos de Segunda B y la mayoría de la liga Iberdrola (perdonen si alguien se enoja, es mi manera de ver el fútbol). Aunque también entiendo este deporte como enaltecimiento de los sentimientos y pasiones más profundas del ser. De ahí que vaya a ver los partidos del equipo de mi pueblo en Regional Preferente o los del Sporting de Huelva (femenino) cuando se ha jugado en mi localidad. Y ahí es donde me agarraré hoy. Ver ese enaltecimiento foribundo de la grada de Boca contagia y supone un extra para estar delante del televisor casi 2 horas. Eso sí, no me gustaría estar en la piel de ninguno de los aficionados de River o de Boca.