Zinedine Zidane nació al madridismo un 15 de mayo de 2002. La Copa de Europa, interpretada como una melodía inherente al césped del Santiago Bernabéu a lo largo de más de medio siglo, acababa de presenciar una obra de arte que caló en lo más hondo del aficionado blanco. La volea frente al Bayer Leverkusen empequeñeció lo que el genio francés había hecho hasta el momento en Chamartín, y convirtió en menos relevante todo lo que sucedió a posteriori. Fue un parpadeo. Un abrir y cerrar de ojos con el que Zidane logró pasar del césped al altar.
Insuficiente, en cualquier caso, como para que su aterrizaje en el banquillo del Real Madrid fuese sencillo. Si una máxima flota en el ambiente del Bernabéu es la disconformidad, y a eso había que sumar que la apuesta por Rafa Benítez no había conseguido fluir, lo que dejaba a un técnico sin experiencia en la élite obligado a manejar una situación delicada. Lo que sucedió a partir de ese momento se ha explicado desde su excelso manejo de la comunicación, tanto de puertas para fuera como, parece que indiscutiblemente, de puertas para dentro, pero la aportación táctica del francés ha estado a la altura de la gestión emocional de su plantilla, a pesar de que su propio discurso no le ayudase a construir una reputación de gran estratega, siempre pensando en el manejo del entorno de una de las instituciones futbolísticas más particulares del mundo.
Zidane ha sentado un precedente en el manejo emocional de todo lo que salpica al Real Madrid
Los primeros pasos de Zidane en el Real Madrid estuvieron marcados por una rotación que ha sido una máxima durante su estancia en el banquillo blanco. Sin embargo, hacerlo a mitad de temporada, con un equipo repleto de incógnitas y sin un plan de juego asentado, provocó un gran número de dudas. El nombre que comenzó a cambiar las cosas, y resulta curioso porque en aquel momento representaba un gran elemento de debate entre el aficionado, fue Casemiro. No cabe duda de que Benítez fue un valedor muy importante del brasileño, pero el mediocentro de élite en el que se ha convertido hubiera sido imposible sin Zidane. Digamos que Benítez creyó de forma indiscutible en sus virtudes, pero fue el técnico galo el que logró encauzarlas positivamente en el ecosistema del equipo.
El argumento de que el Real Madrid de Zidane, a pesar de su incontestable éxito continental, no ha dejado una huella a nivel de estilo, es relativamente cierta. Sólo relativamente. Por un lado y quizás represente el argumento más importante, porque puede explicarse a partir de que en los últimos años el cuadro merengue ha tenido a su disposición las plantillas más potentes de su historia. Quizás el efecto Leo Messi agudizó el ingenio a nivel de gestión hasta tal punto que, como quedo claro en el segundo año del galo en el banquillo, el grupo de jugadores que manejaba tenía tal nivel que repartir protagonismo sin rencillas era imposible. Ese es el germen de la versatilidad de Zidane en los planteamientos. Elegir entre Isco y Bale es el mayor ejemplo del abanico de posibilidades que se le presentaba cada tres días, sin olvidar todo lo que había detrás del español y del galés.
Ciertamente, puede decirse que Zidane estuvo obligado a ir cambiando su plan, porque sus alternativas eran de primer nivel, y si quería tenerlas activas en términos de ritmo, debía apostar por una política más versátil de lo que suele ser habitual en un club que está obligado a pelear todos los títulos, que generalmente desarrolla un ‘plan A’ y partir de ahí busca generar su rutina de triunfos. Yendo esto por delante y retomando el tema de Casemiro, hay que volver a ese ‘relativamente’, porque Zidane construyó su éxito en el Real Madrid a partir de su medio campo, y más allá de que hubiera un gran número de variantes, el cuadro blanco sí dejó varios legados. Uno de ellos fue el Casemiro-Kroos-Modric, que le ha permitido dominar en Europa de forma indiscutible durante los últimos tres años.
La armonía entre Casemiro, Kroos y Modric lleva el sello de Zinedine Zidane
La apuesta por Casemiro como mediocentro, a pesar de que en un principio pareció conservadora, era en realidad extremadamente arriesgada. En el Real Madrid de Marcelo, Modric, Kroos, Benzema y Cristiano Ronaldo -es decir, en un equipo en el que el control de la pelota debía ser una base indiscutible para hacer sostenible el plan de juego-, Casemiro iba a ocupar una posición axial, clave para agilizar las circulaciones, con la consiguiente rémora que ello podría suponer. A eso había que sumar su gran agresividad a la hora de buscar el robo, lo que significaba abrir puertas en un equipo en el que, salvo en él y los centrales, no existía una técnica de robo lo suficientemente potente como para defender desde la precipitación en lugar de desde la protección de los espacios. Lo cierto es que antes de la contundente victoria de marzo de 2016 frente al Sevilla, dudar de la inclusión de Casemiro en el plan inicial tenía argumentos realmente poderosos.
Sin embargo, su aparición en el once, más allá de que evidentemente el Real Madrid ganó un activo muy decisivo desde lo individual en aspectos básicos del juego defensivo como la disputa de balones aéreos o su aportación para frenar transiciones rivales ‘inesperadas’, condujo a Modric y a Kroos a encontrar su espacio. Una de las grandes medidas de Zinedine Zidane en el Real Madrid fue utilizar a Toni Kroos como interior izquierdo, desde donde el equipo blanco diseñó una estructura con pelota ultradominante. Modric pasó a ocupar el carril interior derecho, y aunque en ambos casos la intención era aprovechar el espacio que Carvajal y Marcelo limpiaban para servir de apoyo por detrás de la línea de la pelota, el croata, por cómo estaba configurado el sector diestro del ataque del Real Madrid, tenía algo más de libertad para hacer movimientos verticales. Pero eso es más matiz que discurso, y lo que consiguió el cuadro merengue, a partir de la composición definitiva de su medio campo titular, fue que dos de los mejores centrocampistas del mundo ya estuvieran a disposición de Carvajal, Marcelo, Cristiano Ronaldo, Karim Benzema, y Gareth Bale o Isco Alarcón. Un auténtico triunfo.
A partir de esto, el Real Madrid consiguió hacer fuertes sus virtudes y esconder sus defectos. Independientemente de la estructura elegida en los tres jugadores que conformarían el ataque, Zidane eligió abrir al equipo para responder a lo que se iba a encontrar de forma frecuente en el fútbol de élite: la defensa en campo contrario del rival. Pepe (o Varane) y Ramos hacían pares con Modric y Kroos, cada uno en un perfil. Los dos centrocampistas interiores del equipo blanco jugaban realmente como laterales en salida de balón, lo que permitía a Carvajal y Marcelo jugar por delante, teniendo un sostén en caso de pérdida y lo más importante, un pasador de élite por detrás. Por lógica, el lado fuerte en los primeros pases del Real Madrid se convirtió en el izquierdo, con Sergio Ramos, Toni Kroos y Marcelo jugando a tres alturas, y en una zona en la que los apoyos de Benzema y Cristiano Ronaldo eran constantes. El riesgo de jugar con los dos interiores tan abiertos y los laterales tan arriba fue equilibrado por Casemiro, que llegaba desde esa posición central a una posible pérdida. Zidane además logró incluir al brasileño, reduciendo paulatinamente los problemas que podía tener en el dominio de la pelota ante situaciones de presión: unas veces le sacó de zona de primer pase obligándole a jugar más arriba, y otras la retrasó, pidiéndole un cambio de orientación -que ha acabado dominando de maravilla- sobre las parejas de banda compuestas por Modric-Carvajal y Kroos-Marcelo.
Desde la táctica, Zidane consiguió que Kroos y Modric alimentasen todo el talento de sus compañeros
Esta estructura es sin duda la aportación más destacable de Zidane en estos dos años y medio, porque a partir de ahí pueden enfocarse los porqués del dominio merengue en la Copa de Europa. La competición reina castiga al que se queda en blanco en las situaciones caóticas, y la necesidad que provoca el abismo de la eliminación deriva a contextos realmente incontrolables. Ahí el Real Madrid ha dominado, por supuesto, por calidad individual, pero también por estructura táctica. El sector izquierdo desde el pase, con el triángulo Ramos-Modric-Marcelo, y el derecho desde la conducción, con Modric y Carvajal, guardaban la pelota en situaciones límite por presión del rival, y también por culpa de la tensión emocional motivada por el exigente escenario. Lo sucedido en campo contrario varió por diferentes circunstancias, pero Zidane sí asentó un plan casi inamovible que derivó en control, y por tanto, en Copas de Europa.
Llegados a este punto y teniendo en cuenta que Cristiano Ronaldo y Karim Benzema fueron los dos hombres que siempre tuvieron cabida en el sistema básico del francés, se puede decir que otros dos futbolistas definieron su plan, uno en una primera etapa, y otro en la segunda: Gareth Bale e Isco Alarcón. El principal matiz táctico de Zidane fue darle de forma regular a Toni Kroos la posición de interior izquierdo, pero la apuesta por la BBC era recuperar un pilar básico de la etapa de Carlo Ancelotti. Sin embargo, el funcionamiento colectivo variaba de forma muy relevante con la inclusión de Casemiro. Sin Kroos como mediocentro y sin que el interior izquierdo ofreciera movilidad entre líneas -como en su día sí hacía James Rodríguez-, el juego en los picos del área pasó a ser fundamental. El Real Madrid, para tener control y robar en campo contrario, debía progresar mucho por fuera, y ahí los apoyos de Cristiano Ronaldo y Bale en posición de extremos pasaron a ser fundamentales.
El apoyo de ambos fue aire para Marcelo y Carvajal, que tenían ese colchón que por detrás formaba la posición abierta de Modric y Kroos, alimentando al apoyo de Bale y Cristiano y haciendo que los dos laterales encontrasen siempre una buena alternativa para progresar. Zidane terminó de dar forma a su sistema de base con la figura de Karim Benzema, que sin duda ha sido una de sus grandísimas apuestas, precisamente porque por aclamación popular ha sido muy discutido por culpa de sus problemas de finalización. Sin embargo, Benzema fue importante para Zidane casi en cualquier contexto, pero más si cabe con el 4-3-3 en el que el equipo necesitaba para asentarse en campo rival una estructura por momentos demasiado rígida, con Modric-Kroos abiertos, Bale-Cristiano yendo a un apoyo exterior y Casemiro eliminado de esa circulación. La movilidad de Benzema para abrir líneas de pase por dentro fue el principal recurso para que el rival tuviera que estar preocupado de una defensa mucho más ancha, con el consiguiente problema que eso supone.
La fe de Zidane en Benzema fue inquebrantable
Durante mucho tiempo y debido al gran potencial con el que contaba Zidane entre sus manos -la suplencia de Isco era evidentemente lo más chocante- su apuesta constante por la BBC provocó que se pusiera en duda su capacidad de decisión. Sin embargo, la explicación iba más allá de que Bale hubiera costado “mucho dinero”. El Real Madrid, con los extremos ocupados de una forma más o menos constante las bandas -al final Cristiano Ronaldo y Bale son jugadores de constante incidencia en el carril central- lograba perder la pelota mejor, finalizar más jugadas y presionar con más éxito. El técnico francés tenía muy claro su plan ‘A’, pero la realidad de estar manejando la plantilla más poderosa del momento le obligó a construir un Real Madrid que será recordado por la rotación y la inevitable variación en sus planteamientos.
Aquí, evidentemente, entra en escena Isco Alarcón, que en la temporada del doblete Liga – Champions pasó a ser una de las piedras angulares del sistema. Los problemas físicos de Gareth Bale y su tremendo nivel individual obligaron a Zidane a incluir al malagueño en el once, alcanzando durante esa segunda mitad del curso 2016/2017 la indiscutible condición de estrella mundial. El técnico galo ya había intentado apostar en muchas ocasiones por el exmalaguista como alternativa a Modric o Kroos en uno de los dos interiores, pero el internacional español no cumplía con una máxima que necesitaba el sistema. Isco, un alma libre, necesita moverse por todo el eje horizontal delante de la pelota, y eso dejaba cojo el sistema, que perdía una referencia de pase hacia fuera básica para explicar el Real Madrid de Zidane, como es ese finísimo control para salir de situaciones de presión agresiva del rival. Por eso, ubicarle como vértice del rombo en el 4-3-1-2 derivó en la mejor versión de su carrera.
La presencia de Isco, eso sí, obligó a algunos ajustes tácticos imprescindibles para que el Real Madrid siguiera siendo dominante a través del balón. La ventaja para Zidane fue que la construcción de su lado fuerte en salida. ese Ramos-Kroos-Marcelo, permanecía intacto, y ahí Isco supo cómo hacerse útil, acercándose a ese perfil para completar el circuito de pases en ese sector. El comodín para hacer esto sostenible fue Luka Modric, que intercambió más que nunca recepciones retrasadas en el carril interior derecho con movimientos más largos y profundos para dar una opción de pase profunda a Carvajal o al central derecho. Ese paso al rombo tuvo otros tres pilares: la madurez que Casemiro fue acumulando y que le permitió decidir mejor a pesar de que Modric estuviera más lejos, la capacidad de Benzema para hacer también apoyos muy largos en diagonal, lo que suavizó el impacto de eliminar a los extremos, y sobre todo la autosuficiencia mostrada por Carvajal y Marcelo, que en ese curso 2016/2017 comenzaron a dejar jugadas absolutamente determinantes con una facilidad pasmosa.
El espectacular nivel de Isco obligó a Zidane a modificar su plan de juego
Merece rescatar en este punto la figura de Cristiano Ronaldo, que evidentemente es otro de los grandes nombres del periplo de Zidane en el banquillo del Real Madrid, y que por su legendario aura dentro de la historia del fútbol quizás esté recibiendo menos protagonismo del merecido en este análisis. Por supuesto que el portugués siempre ha sido el finalizador de la sociedad que ha formado con Benzema, pero esa transformación del sistema del equipo le fue llevando paulatinamente a ocupar el área de una forma, si cabe, más constante. Aún jugando con doble punta, Cristiano acudía a la posición de extremo izquierdo para no tener constantemente la portería rival de espaldas, pero la nueva composición le invitaba, aún llegando después de hacer algún apoyo fuera del área, a acabar siempre en el área. Es evidentemente uno de los aspectos clave para matizar el éxito de Zidane, sobre todo en la Copa de Europa, porque al control obtenido a partir de la táctica y el talento se sumaba la finalización del, probablemente, mejor rematador de la historia. Y eso fue lógicamente una carta ganadora cada martes o miércoles por la noche.
Después de Cardiff, clímax futbolístico del equipo blanco, llegó una temporada repleta de dudas. Quizás la pérdida de jugadores importantes para completar la rotación desestabilizó la rutina, aunque hubo dos factores quizás más importante para que el cuadro blanco afrontase el presente curso con el pie cambiado: la sanción a Cristiano Ronaldo, y la falta de continuidad por problemas físicos de Carvajal y Bale, que llevaron a una dinámica negativa. Zidane no podía tirar del 4-3-3 en el que creía, mientras que el rombo ni tenía a un Cristiano Ronaldo con el ritmo necesario como para terminar todas las jugadas, ni la figura de los laterales, tan exigidos con el plan Isco, lograba ser tan decisiva. Como el Real Madrid no alcanzaba el control buscado, su presión no era armoniosa, y ahí se evidenciaban las carencias para tapar la salida exterior del rival, que desquebrajaba el sistema defensivo de un equipo con escaso talento individual para recuperar la pelota.
La primera mitad de la temporada 2017/2018, la etapa más complicada para Zidane
Quizás por eso la decimotercera resultó si cabe el gran trofeo de Zinedine Zidane al frente del Real Madrid, y el que más le enaltece como entrenador. La preocupación anímica del vestuario era un tema difícil de abordar, pero lo más complicado era tomar decisiones desde lo táctico para ganar la Copa de Europa estando inmerso en una dinámica tan negativa. Y ahí asumió varias que fueron clave. La primera fue el binomio Lucas Vázquez – Asensio, que le alejaba mucho de su idea inicial -básica para controlar- prácticamente como titulares. El equipo blanco pasó en ese momento a defender mejor ambas bandas, básico al no poder asentarse bien en campo rival con pelota, y a activar mejor a un Cristiano Ronaldo que sin que el equipo fluyera con el cuero, no conseguía encontrar zonas de remate limpias. Los dos extremos agilizaron las recepciones por banda y sirvieron más y mejores balones al portugués. Fue una forma de ganar cuando parecía que levantar otra Copa de Europa era una quimera.
La segunda apuesta, más complicada si cabe por el ruido exterior, fue Karim Benzema. El francés dejó claro en la final contra el Liverpool que su perfil, tan genuino dentro de la plantilla, era para Zidane una vía de control a la que no podía renunciar, aunque eso dejase su imagen tocada de puertas para fuera. Y, por supuesto, la figura de Keylor Navas, que aún sin poder medir el impacto de la confianza del técnico galo en su rendimiento, indiscutiblemente encontró un contexto lo más favorable posible después de haber tenido dos errores importantes ante Juventus y Bayern de Múnich. Lo que mostró el técnico galo en los últimos meses fue un conocimiento concreto de las dinámicas de un equipo y de cómo saber focalizarlas en algo positivo a pesar de que ello supusiera un problema para el día a día, como quedó claro con el mal rendimiento que tuvo el Real Madrid en la última edición de la liga española, indiscutiblemente insuficiente. Quizás fruto de la bajada de nivel de la plantilla con respecto al curso 16/17, o quizás motivado por esa búsqueda de versatilidad para no perder una sola eliminatoria en tres temporadas de Liga de Campeones, pero la realidad es que Zidane bajó del cielo un balón que se convirtió en la novena Champions blanca, y lo devolvió a las nubes en forma de trece conquistas. Un mesías para el Real Madrid que, sin lugar a la duda, merece un reconocimiento histórico.
roumagg 4 junio, 2018
Su llegada fue importantísima porque los jugadores, miembros todos de la mejor plantilla del mundo, estaban en dinámica negativa y sin confianza. La recuperó, e incluso comenzó apostando por un plan más adociativo y propositivo que el de Ancelotti. Duró poco, y lo que parecía un plan de circunstancias con la CMK se extendió en el tiempo entre lesiones y la negación/impodobilidad de recuperar a James. A partir de ahí, lo que todos sabemos y bien comentas en el artículo: maravillosa gestión de la mayoría de los jugadores (excepto los más jóvenes este año y algún que otro caso como Isco hasta la lesión de Bale), bases tácticas muy sencillas y, por tanto, fáciles de cambiar y una misma idea de gusto por el trato del balón que se mantenía incluso cuando, en muchas ocasiones, se optaba por un repliegue muy conservador. De ahí que hasta en los peores partidos se hayan hilado 1-2 jugadas largas de mucho nivel. En la 16-17 tuvo incluso una fórmula B con la que rompió partidos de eliminatorias quitando el rombo para meter a doa extremos. Ha habidoestado detalles interesantes pero que no terminaban de instalarse en un sistema que permitiera la suma rutinaria en Liga sin una activación mental sobrrhumana e imposible de sostener.
Me sabe a poco con esta plantilla, y, si se acierta con el sustituto, creo que un cambio hacia alguien que busque más sacar el jugo a todo lo que tiene en lugar de un plan de mínimos puede ser positivo para el club. No terminamos de ser conscientes de lo que es esta plantilla: ganar 3 UCL seguidas es irreal pero con estos es menos irreal que nunca. Alguien que corrija los defectos de Kovacic o Asensio, que introduzca a Ceballos, Llorente y Theo, que potencie al sinfín de grandes centrocampistas y consiga un sistema que facilite a Cristiano y Bale crear ocasiones… y yo no sé hasta dónde podría llegar este proyecto, qué nivel de dominio podríamos ver. Me encaja mucho, ahora que veo que suena para el Chelsea, Laurent Blanc. Y, si Wenger tuviera 10 años menos, ni me lo pensaba. Lo que sí será difícil es igualar la calma que llegaba a transmitir Zidane en ciertos momentos por pura presencia y carisma, y que creo que fue importante en Champions para conseguir resistir hasta cuando no se hacían las cosas bien e iban mal dadas.
La despedida de Zidane muestra, además de a alguien elegante y que difícilmente puede caer mal, a alguien muy inteligente, por cómo se produjo todo y cómo fue consciente en todo momento de dónde estaba y de en qué momento del proyecto se encontraba. Ojalá esa inteligencia y la experiencia que ha adquirido le lleve a seguir aprendiendo y mejorando, tras lo que pueda volver. Porque no olvidemos que en esto sigue siendo prácticamente un Rookie y su mejor momento debe estar por llegar.