Por motivos evidentes, el deporte dispone de un lenguaje en el que el principal interlocutor es el cuerpo. Con él expresa el deportista su modo de poner en práctica la disciplina deportiva, y como no todas ellas son, como añadido, un juego, no todas son igual de particulares, así que las que lo son requieren de una suma de aptitudes físicas e intelectuales que confluyen en un punto donde esa disciplina en concreto debe alcanzar su significado. El modo en el que lo ha explicado Andrés Iniesta, uno de esas figuras futbolísticas pertenecientes a dimensiones diferentes, es un capítulo único y propio. Y merece ser contado como uno de los anexos del fútbol moderno e histórico. Iniesta fue en el fútbol uno de sus principales aliados, como lo es el manual del profesor, la falsilla del alumno o el pentagrama del músico.
“Los últimos años en el Barcelona no podrían haber sido posibles sin él. Me ayudó a entender mejor el fútbol viéndolo jugar. Más allá de todo lo que ganó, lo importante es cómo jugaba y lo profesional que fue siempre. Espero que pueda volver al Barcelona para enseñar a los más jóvenes lo que ya nos ha mostrado. He aprendido mucho de estar con él, de verlo entrenar. Con qué facilidad hacía las cosas. Lo más impresionante era su naturalidad y la perfección con la que hacía las cosas, cómo aceleraba. Tenía un don natural que es incomparable”.
– Pep Guardiola.
La historia de Andrés Iniesta arranca desde un prisma que debe ser ponderado, pues casi todas las exhibiciones de los mejores jugadores del mundo del fútbol llevan implícita una cita con el gol, pero Iniesta dedicó su amplia trayectoria deportiva a tirar de cinematografía futbolística para erigirse como un creador de ventajas individuales y colectivas de primerísimo nivel sin la virtud de lo más preciado. El jugador manchego fue, es y será recordado por todos lo que imaginaron que, en cada momento del juego, seguramente a excepción del remate, brotaba una esperanza, con el tiempo en forma de certeza, en la que Iniesta nunca se olvidaría de constar. De hacerlo, además, con el swing que había dejado escrito Manuel Vicent; el de la ondulación espiritual y corporal que se transmite en los actos cotidianos, al llamar a un camarero o al contar una historia en una sobremesa.
El fútbol de principios de siglo había contado con la aparición de un modelo de juego pensado tiempo atrás pero que por circunstancias de la época, todavía no estaba en disposición de perfeccionarse. El aumento del ritmo en los partidos y la mejora de los sistemas defensivos practicados en zona, defendiendo y ocupando espacios a diferentes alturas, obligó a los equipos más protagonistas con balón a buscar el espacio y el tiempo para que el rival cayera en la trampa. Así, la era dorada del juego de posición que el paso de los años, un par de escuelas, algunos entrenadores y otros tantos futbolistas se encargaron de perfeccionar, tuvo en Iniesta a uno de sus guardianes. Porque entre una serie de postulados prescritos, entre los que se escondía una profunda sensibilidad para interpretarlos, se escribía que el dominio del juego podía garantizarse, pero que necesitaba de intérpretes genuinos y puros como el ‘8’ culé.
Iniesta representó el juego de posición culé y la etapa post-Xavi en España
Hasta ser considerado como tal, y debe recordarse la frase de Guardiola («me ayudó a entender mejor el fútbol viéndolo jugar»), Iniesta destaca por su arrebatador control de balón, tremenda injusticia para el resto de semejantes, y una capacidad para entrelazar la velocidad de la jugada con la necesidad puntual de la misma. Iniesta comenzó a escurrirse por el campo como un factor desequilibrante cuyo primer paso creaba una ventaja constante, y así nació al fútbol de élite, desde sus suplencias con Rijkaard. Era tan fácil verlo desbordar por dentro, en el espacio más reducido, asomando con él una toma de decisiones tan madura, que fue considerado como el mejor revulsivo del momento. Iniesta insistió tanto que aquello se cayó por su propio peso y pasó a ocupar su lugar correspondiente.
No pasaron ni dos años que Andrés ya era considerado uno de los mejores centrocampistas y lo fue porque quiso y supo hacer partícipe a actores y espectadores de que cada acción suya tenía un motivo. Su compromiso con el juego yacía natural, y es ahí, en la sugerente abstracción de su fútbol, donde se convirtió en un sabio, para sacar una ovación en la que todos reconocían las cosas bien hechas. Si arrancó su lugar en el fútbol desde la conducción y el embrague y lo prosiguió y nutrió de virguerías técnicas para asentarlo en el olimpo, fue el significado espacial y táctico lo que le colocó en el museo de los intocables. Porque una vez perdió parte de lo primero, el motor, para poder hacerlo todos los días, y la técnica podía necesitar de un ritmo en las intervenciones que decaía con el paso del tiempo en relevancia, si Iniesta pudo dejar como legado la final de la Copa del Rey jugada ante el Sevilla, es porque en su cabeza reside la cepa de su legado.
Juanma Lillo: «Andrés Iniesta es un equipo encerrado en sí mismo»
El propio conocimiento de lo más intrínseco al juego del fútbol llevó al genio español a mostrarse y situarse como un auténtico elegido ocupando el campo y dotando a cada metro del terreno de una intención técnica. Sus apariciones para aparecer entre líneas, para distanciarse o acercarse siempre de forma idónea, despertaron lo que después serían espejos imposibles de reflejar la realidad. Nadie se ubicaba como Iniesta, nadie descifraba las entrañas de los partidos, nadie habilitaba tantas ventajas para hacer daño al contrario como Andrés. Fue así como completó un compendio de suertes que fueron aliñadas con una puntualidad goleadora inigualable. Los guiños de un Iniesta que también había llegado para ganar y cambiar la historia.
Por como conectó y adaptó Iniesta su técnica al espacio ocupado en cada instante, por cómo comprendió las distancias con sus compañeros, las intenciones del rival, las exigencias de cada franja del terreno, el centrocampista manchego pudo finalmente ser lo que se vio con España cuando la representó, sin Xavi ni Messi, como el dueño del discurso. Como rezaba Camarón, «con los años cantas más templado y más caliente». E Iniesta, con el cuerpo y con la mente, fue el crack que ya era y que fue con todas las ley. Andrés Iniesta es, sigue siendo, el balanceo de esta era. El susurro, una cadencia. Un milagro.
Albert Blaya Sensat 20 mayo, 2018
El otro día reviví el 2-6 de 2009. Iniesta contaba con 24, casi 25 años, y es que es leer el texto, y verlo danzar, correteando por el campo. En su madurez Andrés ha sido el jugador que mejor ha interpretado lo que demandaba cada acción, cada paso en un partido. En 2016, la MSN estaba fundida, y ahí estaba Iniesta, aguantando, regateando, contemporizando… Era el equipo.
Se va el jugador con el que técnicamente más he disfrutado. Y hoy estaré en el Camp Nou para rendrile homenaje. Gracias, Don Andrés!