Hubo un tiempo, no hace tanto, amarcord, en el que ser delantero centro en la Serie A era visto como la cima del fútbol. Los colores desaturados del Calcio en formato 4:3 plagan la memoria de un pequeñajo que sabía que cuando la pelota besaba la red en Delle Alpi, San Siro o en el Olímpico, los goles no era que valiesen más, pero sí que tenían algo especial: hacer goles en Italia era más difícil. Y entre estadios a medio llenar, los capocannonieri se erigían como deidades. Y con toda la razón. En 1996, Ronaldo piso España y en doce meses gritó casi medio centenar de goles; un año después, aterrizó en Milán y marcó diez menos. Y era el mejor del mundo, el mejor de la historia. Bota de oro en todos lados, pero no en Italia. ¿Cuántos goles no marcarían los Batistuta, Signori o Inzaghi en otras ligas? Vieri, por ejemplo, marcó 24 en 24 para el Atlético de Madrid en la 97-98; la temporada siguiente, con la Lazio, se quedó en 12 jugando prácticamente los mismos minutos… Y aun así, a fin de año, el Inter de Milán rompió la alcancía para hacerse con su ficha. Calcio, vita mia.
Todo aquello se desvaneció en algún lugar del siglo XXI. El Calcio entró en una decadencia que cayó de sopetón en el aficionado, pero que se veía venir desde muy lejos. Las virtudes que habían encaramado a la Serie A en la cima se habían convertido en vicios que la carcomían por dentro. Si se trátase de buscar una sola imagen definitoria, sería de necios no recurrir a Jerzy Dudek imponiéndose a Shevchenko, entonces vigente Balón de Oro, en la tanda de penalties de la final de Estambul 2005. A partir de allí, Midas se mudó a Inglaterra unos años y otros tantos a España. Y el Calcio, en purga y agonía, se marchitaba. Y con él, sus delanteros centro. De tener a los mejores durante dos décadas y media, Italia pasó a ver como la Premier League y La Liga se llevaban a las mejores piezas del mercado, incluidas las suyas.
Shevchenko, su penalti fallado y su traspaso, los hitos del Calcio decante
La fuga había empezado antes. El traspaso de Ronaldo al Real Madrid fue un pulso de poder impensable un lustro antes de que ocurriese. Pero el hito de esta historia también se escribe en cirílico: el AC Milan era el mejor equipo del mundo y en 2006 no pudo impedir que su futbolista estrella, Andriy Shevchenko, firmase por el nuevo rico de Londres. Tras dos años jugando un fútbol de relámpago que bien mereció alguna Champions, el proyecto de Roman Abramovich sumaba a un futbolista que había hecho parte del Top 5 mundial durante lo que iba de década. Sin embargo, la primavera de 2007 se encargó de premiar al equipo rossonero con un canto de cisne en Atenas y castigó al ucraniano con un estridente fracaso en la Premier League, como le había ocurrido a Hernán Crespo antes que a él. Parecía ser que ahora, los delanteros de la Serie A no solo eran mortales, sino también parte de la plebe.
¿Cómo era posible que dos atacantes de la entidad del argentino y, sobre todo, del ucraniano fallasen en trasladar su fútbol de Italia a Inglaterra? El argumento más sencillo sería apostar por la edad. Ni Crespo era el de 2001 cuando llegó al Chelsea, ni Shevchenko el de 2004 cuando ídem. Y no dejaría de ser cierto, pero ¿era tal la diferencia entre sus niveles? Crespo siguió siendo el ‘9’ de la selección argentina durante los cuatro años posteriores a su arribo a la Premier, y haciéndolo francamente bien, mientras que Shevchenko había firmado nueve goles en la Champions League, coronándose goleador, apenas unos meses antes de cambiar de camiseta. El jugador que llega a Stamford Bridge no era la fuerza de la naturaleza que coqueteó con ser el mejor jugador del mundo durante más de cinco temporadas, pero seguía siendo un delantero letal e impresionante. ¿Qué podría haber cambiado en el trasvase de la Serie A a la Premier League?
Pues probablemente… el fútbol. A partir de la década de 1960, el fútbol había comenzado a definir una serie de principios tácticos que dieron forma al juego de los años dorados de la Serie A. Un fútbol de especialistas y movimiento. Los delanteros centro se convirtieron en máquinas del remate y ese último toque lo marcaba todo en la nueva escala de valores. Los Bota de Oro entre 1970 y el nuevo siglo sirven de testigos de ello. Delanteros como Müller, Yazalde, Georgescu, Polster, Van Basten, Sánchez, Jardel o Makaay, más allá de tener más o menos virtudes, estaban cortados por la tijera del remate. El gol era una cuestión de caza y en Italia, donde el terreno era más escabroso, estaban los mejores cazadores. Desde los equipos más pequeños con sus Rossi, Giordano, Protti o Hübner, hasta los más grandes, tenían especialistas del recoveco y la oportunidad. Crespo y Shevchenko también lo eran. Goleadores de barro y cielo, capaces de transformar arte rupestre en caravaggios; y separados de los gatos monteses por su capacidad de ir más allá del orgasmo, como catalogaba el porteño a la sensación de anotar un gol, e incidir en el juego colectivo. Esa era la barrera que separaba a los buenos de los muy buenos.
El fracaso de Shevchenko en el Chelsea obedeció a un cambio de paradigma
Y, a pesar de ellos, para el nuevo fútbol de Mourinho, Wenger, Ferguson y la Premier League, aquello no era suficiente. Con el cambio de milenio, la Premier fue la primera de las grandes ligas en forjar una identidad propia de la nueva era. Los cambios se notaron, más que nada, en la forma de atacar. Robert Pirès aterrizó en Londres en el verano del 2000 y ahí inició algo: si la labor de los exteriores ya no era llegar a línea de fondo y centrar al área, el delantero centro debía encontrar una nueva forma de abastecerse, porque tampoco contaba con los enganches del fútbol latino para asistirlos por el centro. Jugadores como Ruud Gullit, George Weah o Ronaldo habían mostrado el camino del atacante del siglo XXI, e incluso el propio Marco van Basten había aportado lo suyo: la autosuficiencia técnica y física. Sin jugadores con la principal misión de asistirlos, el delantero de la Premier League tuvo que aprender a crearse sus propias opciones. Y a hacerlo administrando todo el frente de ataque porque el 4-4-2 poco a poco caía en la obsolescencia. Y así, Thierry Henry, Ruud van Nistelrooy, Didier Drogba, Wayne Rooney, Fernando Torres o Cristiano Ronaldo.
Y Shevchenko cayó ahí. El ucraniano fue uno de los futbolistas más impactantes de su generación. Su quinta, la de Ronaldo, Raúl, Van Nistelrooy, Kluivert y él, fue la del puente entre los atacantes clásicos y los actuales. Ronaldo lo tenía todo, pero prefería pasar del juego medio; Raúl, que tenía cabeza de centrocampista y cuerpo de cazagoles, no tenía el aparato físico de los de la Premier; a Kluivert le faltaba sangre en el ojo y Van Nistelrooy, aunque supo destacar como pocos, quizás no tenía la punta de velocidad de los muy mejores.
¿Y Shevchenko? El de Kiev era un portento del remate. Su técnica de control y disparo en carrera es legendaria. Con ambas piernas y desde cualquier ángulo, Shevchenko cazaba balones que transmutaba a misiles. A partir de allí y de una potencia y agilidad en los dos primeros metros que le servía para maquillar que su control del balón en carrera era defectuoso para su nivel, el del Milan navegaba a treinta o treinta y cinco metros del área regateando en busca del espacio para el disparo, incluso cuando caía a banda. Y se asociaba: descargas de primera para dejar de cara a Rui Costa, Pirlo y Seedorf mientras el volaba a zona de disparo. En el momento, Shevchenko parecía un delantero de vanguardia, quizás el que más, Ronaldo aparte, de los cinco magníficos.
El ucraniano era rápido, móvil y técnico, pero pensaba como ariete clásico
¿Era así? Su fútbol estaba orientado al gol y solo al gol. Era un especialista en ese sentido. Y eso repercutió en lo que hacía cuando salía del área, su hábitat. Todas sus decisiones, técnicas y rítmicas, estaban al servicio de ponerse en disposición de disparar a portería. Y lo hacía con prisa. Shevchenko era un delantero muy móvil y con un radio de acción grande incluso para ojos de 2017, pero cuando salía del área jugaba para volver a ella con la mayor prontitud. Y como pasa cuando uno va con afán, fallaba. Perdía pelotas y erraba pases. El balón, no lo llevaba cosido al pie, como Henry, sino que le daba respiro a sabiendas de lo importante que era ese espacio entre cuero y cuero a la hora de armar la pierna para tirar a gol. Y en Milan todo eso funcionaba, no solo porque su aparato físico era más potente, sino porque los demás no jugaban como si el tren los estuviese dejando.
En Londres, y en el nuevo mundo, su afán se convirtió en lentitud. Sin la milésima de segundo de más que le daba su agilidad juvenil, Shevchenko rebotaba contra los placards defensivos de la Premier y sus pérdidas balones se convirtieron en inexcusables: Henry no la perdía. Tampoco llegaba a gol. Su técnica de disparo seguía siendo mítica, pero no podía sacarla a relucir, salvo cuando lo asistían: Shevchenko, con 30 años, no podía ser autosuficiente en el laberinto de Arsène, José, Alex y Rafa. ¿Era por falta de condiciones específicas? ¿O por como su mente ponía esas condiciones al servicio de su talento? En la Eurocopa de 2012 demostró que sí tenía la finura para detenerse y jugar en ritmos altos, pero en 2006, no lograba compensar así la falta de una chispa más de potencia o fuerza para hacerse tiempo y espacio fuera del área. Por ello, el móvil Shevchenko se confinó al espacio que siempre añoró y ahí su fracaso. Y también el de Crespo o Kezman, los otros dos delanteros del Chelsea de Mourinho.
¿Los ‘9s’ de la Serie A encajan dentro de la concepción del delantero moderno?
Ha pasado más de una década desde el penalti fallido de Shevchenko y el Calcio ha vuelto definitivamente. Y lo ha hecho, como no podía ser de otra manera, con una particularidad que se antoja anacrónica, quizá futurista: tiene delanteros centros estelares. Icardi, Mertens, Higuaín, Dzeko, Immobile. Tras una década en la que el delantero centro ha sido vilipendiando, la salud con la que goza la figura en la innovadora Serie A que estamos viendo es un aire fresco al juego. Sin embargo, viendo los perfiles de esos cinco jugadores, el único que quizá se adhiera al biotipo de los Agüero, Suárez y Benzema sea el crack del Napoli. Sobre los otros, especialmente sobre Icardi, que es el único que no ha sido probado fuera del ecosistema italiano, valdría la pena preguntarse si su fútbol, como el de Shevchenko, se podría perder en el camino entre dos ciudades.
Juan Plaza 5 diciembre, 2017
Ya en su día para mí Sheva era más un segundo punta que un 9. Al igual que Van Basten. Al igual que Ronaldo Nazario. Para mí Van Basten rayaba la perfección combinado con el 'chocador' Aldo Serena de 9 puro. Lo mismo que Nazario hizo el partido perfecto en aquella final de la Uefa frente al Lazio, con el guerrero Iván Zamorano de ariete de combate. Nunca me pareció que Sheva pudiese llegar al nivel del holandés ni del brasileño.