La temporada de Sandro Ramírez en el Málaga 16/17 tuvo tantísimo valor porque siempre estuvo muy por encima del contexto. Una vez llegó Michel el conjunto malacitano comenzaría a cumplir con las altas expectativas, tanto de forma como de fondo, pero fue antes, durante las erráticas etapas con Juande Ramos y el Gato Romero, cuando el nueve canario se hizo imprescindible para La Rosaleda.
A pesar de haber firmado a dos de los talentos incipientes del curso anterior (Keko y Jony) y de contar también con otras dos perlas de perfil ofensivo (Fornals y Juanpi), a aquel Málaga le costaba mucho trabajo desbordar al rival y, como consecuencia, generar ocasiones de gol. Los errores defensivos, el escaso equilibrio, la separación entre líneas, la poca personalidad… Todo eso se podía entender. Lo que podía salir mal estaba saliendo mal. Pero lo que resultaba totalmente inesperado es que lo que debía ir -muy- bien funcionara aún peor. Y es ahí, en este contexto tan adverso, donde emergió la figura de Sandro Ramírez. Sin recibir balones, ni buenos ni malos, jugando muy lejos de la portería y estando apenas acompañado en número, el canterano del FC Barcelona se bastaba para transitar, intimidar y disparar. Es decir, se bastaba para mantener al Málaga en Primera. De ahí que aunque fuera con Michel cuando jugó mejor y marcó más goles, nunca fue más importante para el Málaga que cuando, además de ser el único fin, también era el único medio.
Con Michel el Málaga ya no dependía tanto de Sandro.
Pero como decimos el contexto ahora debería ser otro. Con Michel al mando el conjunto boquerón jugó con mayor fluidez, vivió más cerca de la portería, presentó más variantes ofensivas y, sobre todo, encontró más caminos hacia el gol. Ya no dependía tantísimo de Sandro Ramírez. Ya no sobrevivía gracias a él. Crecía y elevaba su techo a partir de su voracidad, de sus movimientos y de su pegada, pero no dependía de él. O, al menos, no lo hacía en más medida que de Luis Hernández, Ignacio Camacho o, claro, Pablo Fornals.
De ahí que, asumiendo que esa inercia se mantiene, el cambio de piezas en la delantera parezca tan sorprendente como coherente es. Porque Sandro y Borja Bastón se parecen en pocas cosas más que en su instinto para el remate rápido, pero no por ello la llegada del madrileño representa un cambio de paradigma para el equipo.
Borja Bastón parece la guinda del pastel del Málaga.
Como demostró en su única temporada en Eibar, Bastón es un delantero estricta y anacrónicamente de área. Su relación con el balón no es mala, pero sí muy escasa. El juego lo sigue de lejos, esperando su momento en el punto de penalti, su lugar. Luego al primer toque, sin estridencias pero con mucha efectividad, le da sentido a todo lo demás. Fue así, por delante de Sergi Enrich y siendo escoltado por Berjón/Inui y Keko Gontán, como marcó 18 goles en Ipurúa. ¿Depende del contexto tanto como pueda parecer? Aun siendo cierto que él forma también forma parte de él, pues sin balón se mueve bastante bien en beneficio del equipo, la práctica ha demostrado que sí, que Bastón necesita volumen para brillar. Que necesita jugadores que produzcan juego a su alrededor. Y, precisamente, a poco que el equipo funcione, el Málaga de Michel tiene muchísimos elementos, tanto directos (Jony por fuera, Keko en el pico del área o Juanpi creando) como indirectos (Ontiveros regateando, Fornals desequilibrando o Adrián llegando) para nutrir constantemente a su «9». A fin de cuentas, el Málaga sabía que, aun sin Sandro, tenía muchos medios. Sólo le faltaba encontrar un fin.
Foto: FRANCK FIFE/AFP/Getty Images
Soprano_23 20 julio, 2017
Si no es el mejor título de artículo, poco le falta.
Jugador súper aprovechable para LaLiga. Ojalá cuaje tan bien como en el Eibar.