A lo largo de la temporada que anoche finalizó para el FC Barcelona, se había observado un paulatino relevo en cuanto a peso que estaba convirtiendo a Neymar JR en el motor ofensivo del equipo. Era el brasileño quien bajaba a conectar con los de abajo para luego enlazar con los de arriba, era el brasileño quien, en definitiva, cumplía con el rol más relevante del ciclo de Luis Enrique, el de ser el delantero que compensaba la decisión de, por sistema, saltarse el centro del campo. Resulta obvio que, por tanto, él ha sido uno de los futbolistas más meritorios en este dificultoso curso para los culés, si bien también es cierto que su inferioridad con respecto a Messi fue y es tal que desde ahí se explica la insuficiente trayectoria en Liga y Champions. Por eso, en la Final de la Copa del Rey, con el Deportivo Alavés como testigo, Leo no dio pie a la derrota y asumió la responsabilidad como en los cinco títulos de postín que el Barça ya había levantado en este trienio tan futbolísticamente alternativo. Así, por él, sumó el sexto.
El FC Barcelona tuvo que competir contra un equipo que no saltó al campo ni mucho menos derrotado.
La Final comenzó con la noticia de que Pellegrino iba a apostar por un 5-4-1 donde el gran sacrificado sería el mediapunta Camarasa. Pudo sorprender porque el ex del Levante simboliza en buena medida el poder del contragolpe vitoriano, del mismo modo que se trata de uno de esos mediocampistas dotados que ayudan a facilitar las tareas en defensa al doble pivote que le sustenta, pero la decisión del técnico argentino estaba justificada. Por un lado, buscaba superioridad numérica en área propia para combatir los cortes de Neymar, Messi y Alcácer; por el otro, mantener los dos extremos en su dibujo para que Marcos Llorente dispusiera de líneas de pase fáciles a la que recurrir rápidamente tras la recuperación. Ese era el plan. Como extra, se vería apoyado por la actitud propia de quien confía en poder competir el título. El Barça ha sufrido un proceso de desdivinización que se nota en asuntos como en la diferencia de predisposición que mostró el Alavés sobre, por ejemplo, la del Athletic Club en las dos finales de Copa que perdió frente a los azulgranas.
Marcos Llorente protagonizó una Final de Copa consagratoria exhibiéndose tanto con balón como sin él.
En estos términos, se divisó un partido de ritmo alto, en el que sucedían muchas cosas, donde el Alavés supo sentirse a gusto o con posibilidades en casi todas las circunstancias. Su transición defensa-ataque era viable y se notó en el relevante detalle de que sus salidas morían en Piqué o Umtiti, no en Busquets; y ello derivaba en que el Barça casi nunca atacaba en segundas jugadas, sino siempre en primeras, ante un sistema defensivo muy ordenado que debían intentar agitar entre Neymar y Messi.
Poco a poco, esta dinámica fue transformando la Final en un enfrentamiento directo entre Messi y sus consecuencias y Marcos Llorente y las suyas propias. La actuación del joven mediocentro del Alavés fue consagratoria; puso de manifiesto su inabordable talento defensivo -es muy complicado recordar un pivote que defendiera tan bien y en circunstancias tan diferentes a la edad de este chico- tirando de colocación, de reacción e incluso de capacidad correctora, en el sentido de que recuperó terreno perdido hasta contra el mismísimo Neymar. Además, fue sobrado con el balón y protagonizó maniobras anti-presión y pases de primerísima línea. Fue su tremendo fútbol el que se tradujo en una exigencia digna de una Final. Pero una cosa es estar a la altura de cualquier equipo, y otra distinta estarlo a la de Messi.
El nivel y la motivación de Leo Messi fueron el único obstáculo que el Alavés no supo superar.
No había transcurrido ni 15 minutos de encuentro cuando Messi ya había filtrado tres balones deliciosos a la espalda de la defensa de Pellegrino. Estaba participativo, encontraba espacios entre líneas y descansaba en la derecha, sus envíos eran la perfección… se hallaba en uno de esos estados ante los que sólo los mejores del mundo albergan esperanza frente a él. Además, se vio beneficio por la generosidad de Neymar, que detectó la inspiración del «10» y se postró a jugar en función suya, y por la calidad táctica de Paco Alcácer, cuya movilidad contra los tres centrales del Alavés le permitió constar con frecuencia y llevar la posesión activa del Barcelona a zonas donde el peligro es latente. Leo fue el principio y el final, pero entre medias, contó con la colaboración de los otros dos miembros del tridente.
Forzado a remontar un 3-1, el Deportivo Alavés rompió la línea de cinco en favor de un centrocampista extra, acaparó más balón (hasta el minuto 60 había gozado de un 20% de posesión y de ahí en adelante tuvo un 43) y asumió más riesgos, pero adoleció de una falta de nivel extra en sus piezas ofensivas que ni el vistoso Óscar Romero supo disimular. A colación de este déficit, y pese al monumental golazo que consiguió, Theo Hernández dejó a deber. Pellegrino había apostado por él protegiéndole con tres centrales y fijándole arriba a Ibai para que el joven atacase por sorpresa; y el destino le sirvió la opción de atacar a André Gomes -improvisado lateral derecho- casi desde el inicio de la Final, pero la realidad fue que la presión le pudo y que no hizo nada de lo que le ha erigido en una de las sorpresas de la Liga.
Luis Enrique se marcha del FC Barcelona definiendo su trabajo: ganó alternativamente.
Y fue de esta manera como el entrenador Luis Enrique certificó un récord colosal: ha ganado seis de los nueve grandes títulos disputados durante su trayectoria. El FC Barcelona abrió una etapa con el fichaje de Luis Suárez que el asturiano interpretó como un forzado alejamiento de la hoja de ruta instaurada por Johan Cruyff a finales de los 80. Algo parecido a lo que intentó la entidad en 1996 cuando prescindió por primera vez del juego de posición en beneficio de la libertad para los talentos más puros, siendo Ronaldo la cabeza de aquel proyecto. En esta ocasión, la revolución arribó tras el conato de declive del modelo que más alto llevó lo que se buscó desde la creación de la identidad, y el éxito, en forma de títulos, que ha acompañado a este paréntesis lo ha vuelto, a su vez, más serio e influyente. Por un lado, el Barça lleva tres años sin hacer -a todos los niveles- lo que se supone que debe hacer; por el otro, se ha demostrado a sí mismo que así también puede ganar e incluso ser el mejor. Cuesta vaticinar qué le deparará el futuro.
Foto: ANDER GILLENEA/AFP/Getty Images
Pepe 28 mayo, 2017
A mi ayer el Barcelona me pareció un equipo realmente flojo como colectivo pero claro, tiene a Leo Messi.
No lo nombráis en el artículo a Manu García pero creo que estuvo sobrepasadisimo.
Marcos Llorente es buenísimo aunque esto ya se sabía