Tite agarró Brasil con únicamente dos certezas: que la nacionalidad de uno de los mejores jugadores del planeta es la brasileña y que la camiseta que porta la seleção pesa mucho. Demasiado. Es decir, lo de siempre. El caso es que, en esta ocasión, los dos hechos que se ha encontrado Tite no estaban acompañados de más argumentos.
No había un delantero dominante, no sobraban nombres de calidad en ninguna convocatoria, muchas de las jóvenes perlas se iban a países de segunda o tercera fila en términos competitivos (Ucrania, Rusia, China…) y, además, por si esto pareciera poco, la fascinación que sentía el mundo por la verdeamarela se estaba desvaneciendo.
Ni Dunga ni Scolari pudieron aliviar el problema.
La pronta eliminación de la Copa Centenario fue la última prueba de todo esto. Brasil acudía a la cita sin Neymar, pues centraba toda su atención en los Juegos Olímpicos, pero el hecho de no pasar la fase de grupos ante Perú y Ecuador evidenciaba que el problema era general. Y que ni Scolari primero ni Dunga después fueron capaces de solucionarlo a partir de sus respectivas recetas. Brasil nunca jugó como una unidad, las exhibiciones de Neymar no tenían un impacto colectivo y, como consecuencia, el resto se vulgarizaró.
De estos pésimos resultados y aun peores sensaciones se podría extraer la conclusión de que el estilo falló. Pero sería simplificarlo todo mucho. Debates al margen sobre cómo tiene que jugar Brasil, los cuales nacen demasiado viciados por un recuerdo muy puntual, el problema parece mucho más global. El libreto, fuera uno u otro, podía ayudar a encontrar soluciones, pero no era la solución per se. De ahí que el nombre de Tite sonara tan bien desde un principio.
En Brasil, al igual que ha sucedido en Argentina, la sensación es que durante varias décadas el fútbol ha vivido muy encorsetado por las corrientes ideológicas que nacieron alrededor del mismo. Esto, más allá del empobrecimiento global que supone a nivel de flexibilidad y variedad, ha provocado que la aparición de técnicos modernos se sucediera en menos grado y con menos fuerza que en otros lugares. Tite es por esto una excepción. Él ha ido labrando su carrera sin ningún tipo de atadura. Y con mucho éxito, además, en multitud de escenarios: Grêmio, Internacional y, por supuesto, Corinthians.
Tite es un técnico conocido por su inteligencia.
Esto, sin embargo, no quiere decir que Tite carezca de estilo o filosofía. El de Caxias do Sul señala a la Brasil del 82 como la selección que más le marcó y que más ha influido en su carrera, por poner en contexto su ideal futbolístico. Simplemente, lo que su trayectoria muestra es que ni esta idea es tan extrema ni, sobre todo, tan innegociable como en otros casos, pues cuando ha tenido que cambiar o variar así lo ha hecho. Y con evidente acierto.
«Pertenezco a esa escuela de juego de apoyos, de asociación, de triangulación, de cambiar pases y de la creatividad en el último tercio del campo. No me importa tener un equipo con menos fuerza y sí con más movilidad, con transiciones ágiles y rápidas. Luego, en Brasil, hay otra escuela más lejana a mí… La de la competitividad, el balón parado, la de ir al frente a ganar el rechace… Yo gozo más con el dominio, no sólo con el control y con salir a la contra», explicaba recientemente en una entrevista. Su intención estaba clara. Su capacidad para matizarla y adaptarla, también. Ahora quedaba por ver cómo podía encajar esto con la realidad de Brasil en 2017.
Casemiro, Gabriel Jesus y Coutinho. La nueva hornada.
Y está encajando muy bien. A partir de su sistema base (4-1-4-1), Tite ha ido tomando decisiones para hacer suya la verdeamarela. El hecho de querer consolidar una pareja de centrales (Marquinhos-Miranda), de apostar por piezas nuevas en posiciones relevantes (Casemiro y Gabriel Jesus), de llamar a jugadores de su confianza (Paulinho) o de readaptar a las figuras de más talento (Coutinho) muestran el tipo de entrenador que es Tite en la forma y en el fondo.
Sobre todo porque, desde el inicio, todos estos nombres están teniendo un impacto evidente. Brasil ha ganado en solidez en el centro de la zaga, Casemiro está convirtiendo al equipo en una única unidad, Paulinho está compensando lo particular del lado derecho brasileño, Gabriel Jesus ha explotado como delantero y Coutinho está consiguiendo poner su talento a disposición del equipo pese a nacer en la misma posición que Neymar. Lo del jugador del Liverpool resulta interesante por esto mismo. Así lo comentaba el seleccionador: «Primero quise entender cuál era la mejor posición de cada jugador con lo que hacían en sus equipos. ¿Dónde produce más Neymar? ¿En el 4-3-3 del Barça abierto a la izquierda? Mi idea inicial será, por tanto, mantener a Neymar en el rol que tan bien hace en el Barça. ¿Y Coutinho? En el Liverpool juega en la izquierda. Yo lo pongo en la derecha para que no se pise con Neymar, pero juega con los mismos automatismos que allí».
La victoria en Uruguay pone en relieve su momento.
La llegada de Tite está facilitando la aparición de noticias positivas para Brasil. El 3-0 a Argentina en noviembre o el 1-4 en Montevideo esta misma semana no son más que su consecuencia más obvia. Ahora Brasil disfruta en el día a día y brilla en los momentos más determinantes. Y, encima, no lo olvidemos, uno de los mejores jugadores del mundo porta la verdeamarela. Y le queda de maravilla.
Foto: NELSON ALMEIDA/AFP/Getty Images
Restituyo98 29 marzo, 2017
Perdón por salirme del guion pero la pregunta que tengo no cesa en mi mente …. que le pasa a argentina ????