“¿Puede su filosofía y su visión funcionar a este lado del charco? ¿O se ha creado algo verdaderamente único, hermoso e importante, pero que sólo puede existir en un determinado espacio y tiempo? Si Jorge Sampaoli puede recrear su trabajo en otra parte -y otros emularlo- entonces tal vez estamos al borde de la próxima gran evolución táctica en el juego. Si no puede, bueno, vamos a disfrutarlo mientras dure”. (Gabriele Marcotti en «Revolution in tactics takes Chile by storm» – «The Times», diciembre de 2011)
El sueño de una vida, el sueño de Jorge Sampaoli, sigue dando mordiscos de realidad allá por donde pasa. Alumbrado y perseguido por culpa de una terrible fractura de tibia y peroné, éste va más allá de convertirse en uno de los mejores entrenadores del mundo, pues sobre todo trata de trascender. De no ser uno más. De romper con el presente para ser parte fundamental del futuro. Con ese objetivo tatuado en la frente, ahora, casi 40 años después de dicha lesión, Sampaoli desembarca en Europa para liderar un proyecto que ya es de facto uno de los más interesantes, llamativos y diferentes del momento.
Sampaoli no agarraría a un equipo hasta 199419 años tenía Sampaoli cuando su carrera como futbolista se fracturó en dos tristes pedazos. Como carrilero zurdo, más voluntarioso que talentoso, no era ninguna promesa del fútbol argentino. De hecho su paso por las inferiores de Newell’s Old Boys había sido tan discreto como uno pueda imaginar. Sin embargo, una cosa es tener la sensación de no estar avanzando al ritmo deseado, y otra muy distinta era tener que abandonar la partida justo cuando se comenzaban a repartir las cartas. «Fue terrible. Lo operaron, no pudo seguir. Lo pasó mal, y cuando pudo recuperarse, si bien no estaba para el profesionalismo, todos los amigos le fuimos levantando el ánimo para convencerlo de jugar con nosotros en la liga casildense. Y volvió. Con él fuimos campeones el 91″, cuenta Sergio Abdala, amigo suyo de la infancia y hoy presidente del Alumni.
Entre 1979 y 1994, Sampaoli fue empleado de banca, jugador amateur como tantos otros y, sobre todo, un ferviente admirador de Marcelo Bielsa, el referente sobre el que a partir de 1994 y desde el club de su ciudad, en una de las categorías más bajas del fútbol argentino, comenzaría a construir su carrera.
Al no haber tenido carrera como futbolista, Sampaoli tuvo que empezar desde lo más bajo.
Admiraba a Bielsa, pero nunca llegó a tener una relación directa con él«Yo trabajaba en un banco y siempre que podía veía sus entrenamientos y partidos. Hablo del primer Marcelo Bielsa, cuando dirigía en la tercera y la cuarta división argentina», confiesa el nuevo técnico del Sevilla. Desde sus inicios como entrenador, la influencia de Bielsa en Jorge Sampaoli ha sido innegable. Lo curioso es que, pese a todo, su relación nunca llegó a ser ni activa ni bidireccional. Marcelo nació en 1955 en Rosario y Jorge en 1960 en Casilda; les separaban cinco años y sesenta kilómetros, pero el destino no les tendría preparado ningún lugar común. Cuando Marcelo estaba en el primer equipo de Newell’s, Jorge estaba en el cadete. Cuando Bielsa viajaba por la provincia viendo torneos aquí y allá, incluido el de Casilda, Sampaoli estaba recomponiéndose de su grave lesión.
Una locura le abrió las puertas, indirectamente, del Perú… Y eso bastóEl suyo, por tanto, fue un camino hacia la élite sin atajo alguno. Ni desde el punto de vista futbolístico, ya que no tenía una carrera como jugador para poder ser reconocido. Ni tampoco desde el inmaterial, pues su maestro permanecía en la distancia y, por ende, todo el conocimiento debía adquirirlo por sus propios medios. Dicho esto, que es importante para remarcar su pasión por lo amateur y su condición de autodidacta, hubo un acontecimiento relacionado con Bielsa que le permitiría acelerar su progreso. Corría el año 1996, Jorge Sampaoli era entrenador del humilde Belgrano de Arequito y un árbitro, incauto él, decidió expulsarle por sus reiteradas protestas. De mala gana, el técnico aceptó la sanción. Pero lo hizo a su manera. Se marchó de la zona técnica, salió del estadio, buscó el árbol mejor situado, lo trepó a toda velocidad y, desde esa privilegiada posición, comenzó a dar las instrucciones a sus jugadores. La anécdota en sí ya dice mucho de Sampaoli: lo modesto de sus comienzos, la irreverencia de su persona, la necesidad de constar… Pero es que, además, dio la casualidad de que un fotógrafo hizo una instantánea del momento, que Eduardo José López, entonces presidente de Newell’s, leyó este periódico aquel día y que éste, viendo en él un trazo de locura familiar, le ofreció un puesto en el Argentino de Rosario, un equipo vinculado en el que, de hecho, se retiró el propio Bielsa.
En realidad, este vínculo invisible y mudo con Marcelo no le abriría ninguna puerta grande en su patria, pero fue más que suficiente para que, a través de esta oportunidad en Argentino, se le abriera una ventana al continente. Y Jorge Sampaoli no necesitaba más que eso: una oportunidad. Por eso, tras ocho años en el fútbol argentino y viendo las dificultades que un hombre como él, sin experiencia alguna como futbolista, iba a encontrar para seguir progresando, decidió marcharse a Perú. Y luego a Chile. Y más tarde a Ecuador. Y después, otra vez, a Chile. Siempre dando pasos muy pequeñitos, pero hacia adelante. Siempre creciendo como técnico, acumulando experiencias y logrando hacerse un sitio en el mundo del fútbol como ese entrenador argentino que era más «bielsista» que el propio Bielsa.
Así de hecho se le comenzó a conocer en Chile. Y aquí hay que pararse para poder reflexionar sobre lo que esto significa: el país que más y mejor ha disfrutado de todo lo que significa la experiencia «Marcelo Bielsa», creía que aquel compatriota sin pelo, curriculum ni apellido lustroso era todavía más extremo, más radical, que un técnico conocido por su vehemencia e inflexibilidad. Un entrenador al que todos conocen y reconocen como el «Loco». Esto, per se, ya era una gran cartel. Era una gran carta de presentación. Sobre todo porque, más allá de matices, era cierto que el DT que desarrollaba el fútbol más parecido al de Bielsa era Sampaoli. Por una cuestión táctica (3-3-1-3 como sistema base, presión altísima, triangulaciones por fuera y un juego ofensivo muy vertical), pero también de actitud. De cómo lograba que calase el mensaje en el grupo. De cómo se comportaban sus equipos sobre la cancha. De cómo conseguía transmitir esa pasión sobre la pizarra. Y de cómo se comportaba con el resto, claro.
Marcelo Bielsa fue un apoyo. Invisible y mudo, como decíamos, pero apoyo a fin de cuentas.
Ser «bielsista» era algo que a Jorge Sampaoli no sólo le salía de forma natural, sino que le estaba resultando muy útil para seguir creciendo. «Es un modelo a seguir y una inspiración», decía a menudo. El resto del trabajo lo haría su talento como entrenador, que como iría demostrando estaba a la altura de las circunstancias. Porque la Copa América 2015 no es el primer éxito de Sampaoli, sino la guinda de un pastel que comenzó a cocinar en la U, ese fantástico equipo que motivó el brillante artículo de Gabriele Marcotti. Aquella Universidad de Chile era un conjunto dominante. Ganó tres de los cuatro campeonatos nacionales, conquistó la Copa Sudamericana de 2011, batió innumerables récords en todas las competiciones, fue imposible de vencer durante más de treinta partidos… Arrasó. A todos.
En «La Roja», Sampaoli demostró que ya no es más bielsista que BielsaAsí que cuando la federación chilena instó a Claudio Borghi a «dar un paso al costado», no sé dudo ni un segundo de que Sampaoli debía ser el encargado de conducir a Chile hacia la Copa del Mundo de 2014 y hacia la Copa América que ellos mismos organizaban. Y no se dudó no sólo por sus éxitos con la U de Chile, sino también porque el experimento de Borghi, un técnico que rompía y rompió en cierta manera con el «bielsismo», había salido bastante mal. Con Jorge se buscaba crecer, de nuevo, a partir de la base que había construido Marcelo entre 2007 y 2011. Y eso fue exactamente lo que hizo. Aunque con matices. Porque es cierto que Chile siguió siendo una selección de un ritmo alto, que a menudo jugaba con tres atrás, que buscaba al rival a todo campo y que hacía de la intensidad su mejor arma para desbordar a los rivales, pero también lo es que su Chile 2016 tendría una vocación mucho más controladora. «Entendí que éramos tan directos que al atacar muy rápido ellos volvían igual de rápido. No teníamos grandes especialistas defensivos, así que tratamos de defendernos desde la pelota, como hace Pep Guaridola, y mezclamos bielsismo con guardiolismo. Entendí que el equipo no debía viajar en el tren, sino en un vagón», explicaba elocuentemente Jorge Sampaoli en una entrevista de «El País».
La consecuencia de este giro estilístico se puede constatar con números y con un nombre propio. Por un lado, durante aquella Copa América, Chile tuvo la posesión en todos los partidos. Es más, salvo en la final ante Messi, en todos sus encuentros gozó del balón más del 60% del tiempo, una cifra que no suele alcanzar casi ningún equipo a lo largo de un torneo. Y por el otro, no hay que olvidar que seguramente el futbolista más destacado de la competición fue Jorge Valdivia. Es decir, un jugador que no contó durante el proceso de Bielsa, pero que bajo esta nueva idea fue capital para pausar, tocar y controlar cuando el cuerpo les pedía verticalizar a Alexis, Vidal y compañía. No hay duda: a estas alturas Jorge Sampaoli ya no era más «bielsista» que Bielsa. Porque ahora también era «guardiolista».
La influencia de Pep Guardiola ha llegado hasta su propio cuerpo técnico con Lillo.
Lillo es una figura muy importante para Jorge«Cuando hay diez religiones y uno sólo ve una, se está perdiendo las otras nueve. Entendí que a la verticalidad había que añadirle posesión», explicaba Sampaoli en una entrevista. No es que el argentino sea el entrenador más abierto del momento precisamente, pues defiende con tanta contundencia sus preceptos como duda de los que tienen una visión diferente, pero lo cierto es que sus encuentros con Guardiola habían enriquecido su idea. La influencia de Pep la hizo más completa y, tras eso, ganó. Por tanto no debe extraña que tras dicho éxito Sampaoli buscara reforzar su cuerpo técnico con Juanma Lillo. «La posibilidad de que esté acá tiene que ver con intentar escuchar una idea futbolística a la que nosotros nos estamos acercando cada vez más”, argumentaba en una conferencia de prensa. «Con Lillo queremos mejorar el juego de posesión para competir con más argumentos y ser más protagonistas en el juego», comentaba en otra.
El cambio en Jorge Sampaoli es muy obvio. Y así, entre Bielsa y Guardiola, el DT argentino ha definido un modelo de juego que ha conseguido despertar el interés de un gran número de clubes europeos. Evidentemente, salir campeón de Sudamérica resalta la figura de cualquiera, pero fue su filosofía e ideas lo que llevó a Monchi a decidirse por él. Porque, al igual que sucede con Marcelo y con Pep, en Sevilla ahora mismo nadie duda de cómo va a jugar el triple campeón de la Europa League. «Quiere que seamos protagonistas con el balón y si podemos meter al rival en su campo, mejor. […] Lo principal es creer en la idea», comentaba recientemente Coke. Se podría decir que Jorge Sampaoli ya lo ha conseguido. Ya no es uno más. Y todos lo sabemos. Ahora está por ver si «estamos al borde de la próxima gran evolución táctica en el juego». Y si no, como decía Marcotti, pues disfrutemos del camino.
Foto: CRISTINA QUICLER/AFP/Getty Images
plaentxi 21 julio, 2016
Magnífico artículo. Será apasionante ver si es capaz de cambiar la filosofía ¨Emery¨ que encajó tan bien en el Sevilla y que ya hincaba raíces de alguna manera desde la era Caparros. Veremos si los jugadores y seguidores se convierten a esta nueva sensibilidad. El nexo puede ser la mentalidad competitiva obsesiva de ambos.