1-LOS GENIOS MÁS ANTIGUOS QUE AÚN SOLEMOS RECORDAR.
Narrador: A ninguno de los que entren aquí debería extrañarles. El paraíso es un campo de fútbol. Bueno, un campo de fútbol y también un escenario teatral. Aunque también podría ser cualquier concierto musical que hayáis escuchado, todos los restaurantes que os han gustado o los mejores veranos de vuestras vidas. De hecho el cielo contiene todos aquellos lugares que nos permiten expresarnos y -a través de dicha expresión- alcanzar la felicidad.
Nuestra historia comienza con un partido en el cielo. Acababa de terminar un encuentro entre algunos de los mejores futbolistas del siglo XX y un sudoroso Alfredo Di Stefano se dirigía hacia los asientos para ver el siguiente partido, mientras departía con uno de sus rivales, al que tomaba el pelo por su falta de calidad llamándole «gallego con los pies redondos». Mientras se distraían en estas cuestiones un hombre con bombín empezó a bajar por las escaleras de la grada, dando pequeños saltos a la vez que hacía bailar su bastón.
El compañero de Di Stefano golpeó con el codo a la Saeta rubia y señaló a aquel personaje peculiar. El astro argentino lo reconoció en seguida y saludó: – «¡Carlitos!» – con la familiaridad del que ha visto a un conocido de la infancia. Y luego empezó a hacerle gestos para que se acercase hacia ellos.
«France Football» catalogó a Alfredo Di Stefano como «la epopeya» por su forma de jugar.
AD: – ¿Cómo usted viendo fútbol, Carlitos?
CC: – Sepa usted joven que yo obtuve mi primer rol principal en un sketch titulado «El partido de fútbol» (1908), cuando trabajaba para la compañía de mi mentor Fred Karno. Tendría sobre los 19 años. El deporte siempre me ha interesado como fuente de inspiración. Ahí están mis películas «Charlot, árbitro» (1914) o «Charlot, boxeador» (1915). Aunque sin lugar a dudas mi gag deportivo más conseguido lo obtuve con «Luces de la Ciudad» (1931), en aquel divertidísimo combate de boxeo…
AD: – Che, pero entonces usted vino aquí para buscar como reírse de nosotros?
CC: – Bueno, más bien a buscar cómo hacerles reír a ustedes de sí mismos. ¿Lo que hacen es totalmente serio? ¿No es acaso un juego? ¿Algo que por definición es divertido?
AD: – Hay las dos partes, Carlitos, porque empezó en juego pero hoy es profesión.
CC: – Pero imagino que su profesión trata de hacer disfrutar al público, lo que incluirá la risa.
AD: – Es un poco distinto a lo suyo, maestro. Usted como cómico pretendía hacer reír, y nosotros en cuanto a futbolistas aspiramos a ganar, pero el gol y la victoria se persiguen por la emoción. La gente se emociona porque siente nuestro triunfo como suyo, pero también se emocionan cuando ven una linda jugada o ríen cuando una acción es divertida. Ahí tenemos el caso de jugadores maravillosos que engañaban con el cuerpo al contrario y, a veces, hasta le dejaban en ridículo. Lo que provoca la risa, claro.
CC: – Entiendo que compartimos varias cosas. En ambos casos la herramienta de trabajo es la habilidad de nosotros, como artistas, en el manejo del cuerpo; y el objetivo que justificará el pago de una entrada será nuestra capacidad para provocar esa emoción de la que usted habla. Tanto la comedia física de «golpe y porrazo» como el juego del fútbol requieren que convenzamos al público de que aquello que está sucediendo en el escenario resulta relevante.
AD: – Correcto. El objetivo final es que el público se vaya a casa con la barriga llena de sensaciones.
CC: – Pero es que además ese vínculo funciona en ambas direcciones. Porque el «artista» no solo se lleva el dinero, sino el reflejo de la alegría que ha percibido en sus caras y sus voces.
AD: – Sí, además la importancia del espectador, en el fútbol, es capital en lo anímico. Un periodista amigo mío, Dante Panzeri, escribió una preciosa nota sobre aquel bello fútbol de los años 40, en la que consideraba que la relación con el público fue clave para el desarrollo del fútbol argentino en dos aspectos. Primero, porque la enorme afluencia de espectadores produjo la aparición de los grandes templos del balompié. El estadio de River en 1938 y el de Boca en 1940. Y, en cierta manera, esos estadios de lujo precipitaron el surgimiento de un fútbol también de lujo. Y segundo, y de forma más directa, porque algunos grandes jugadores han necesitado el aliento del público para crecer. Un gran jugador que también fue compañero mío, Pancho Puskas, le decían que era como un actor, necesitaba el afecto del público.
CC: – Entiendo, por esto que usted me cuenta, que los futbolistas, como nosotros los actores, también construyen un personaje. Yo, por ejemplo, soy famoso por haber interpretado al vagabundo definitivo. Una especie de caballero andante, pero que es más cercano a don Quijote que a Lanzarote del Lago. Se trata de un trotamundos sin destino, pero con la estampa y el alma de un gentleman británico, con su chaqué, su bombín y su bastón.
AD: – Algo de eso hay, sí. Yo, por ejemplo, era conocido como la «Saeta rubia», porque era muy rápido y porque tenía el cabello rubio. Y ese apodo se mantuvo incluso cuando dejé de ser rápido o de tener pelo. Lo que sucede es que, al contrario que usted, de mí no se esperaba que fuese divertido, si no que fuese un héroe. Cuando me dieron mi primer balón de oro, el periodista francés Gabriel Hanot me dedicó un artículo muy elogioso donde contraponía mi estilo con el del ganador del año anterior, don Stanley Matthews. A Matthews, casualmente, le comparaba con usted, con Carlitos Chaplin, en el sentido de que era un futbolista que hacía reír a los demás, mientras él permanecía impasible. Aquella nota del France Football concluía diciendo que Stanley Matthews era el humor y Di Stefano la epopeya.
CC: – Entonces usted sí que era un caballero andante en sentido clásico del término. Se esperaba de su Saeta rubia que fuese invencible, simplemente porque era el más rápido, el más fuerte, el mejor. Mi Charlot en cambio es la inversión de ese concepto. El débil que se burla del fuerte. No obstante, quiero remarcar que existe entre ambos lenguajes una cosa afín que me conmueve. Una vez coincidí con el famoso físico Albert Einstein, y una muchedumbre empezó a aclamarnos. Entonces Albert, que tenía un gran sentido del humor me dijo: “Te están aplaudiendo a ti. ¿Sabes por qué? Porque eres universal, todo el mundo te conoce, comprende y aprecia tu arte. A mí no me entiende nadie”. Yo creo que con ustedes pasa lo mismo. El público entiende lo que sucede en el campo incluso aunque no conozcan a la perfección las reglas o los derroteros del juego. El arte se caracteriza por ser un lenguaje sensible, que opera a un nivel distinto del lenguaje hablado. Busca aflorar emociones y sensaciones. Podríamos decir que es un tipo de poesía escénica, aunque más funcional que la poesía escrita.
2-TIEMPOS MODERNOS (Argentina)
Charles Chaplin y Alfredo Di Stefano fueron creadores magníficos, pero aprendieron de varios maestros.
AD: – ¡Cuanto sabe usted, Calitos! ¿Usted tuvo maestros o todo esto que dice surgió de la universidad de la calle?
CC: – Por supuesto que los tuve. El primero de ellos Max Linder, al cual se lo debo todo. Ese hombre fue un hito en la historia del cine mudo. Hubo un tiempo en el que a cualquier actor le bastaba con aplicarse un maquillaje llamativo para hacer reír al espectador. Max Linder es el que rompe con todo eso, creando al primer gran comediante que viste como un caballero elegante. No es un bufón grotesco como el Pierrot de la comedia italiana o el payaso circense Augusto. Su comicidad no se sustentaba en las acrobacias, en las persecuciones o en las peleas. Max Linder no necesitaba recurrir al estilo destructivo del cine cómico original, porque era un creativo de primer orden. Su trabajo consistía en crear situaciones comprometidas, de estilo vodevil, y resolverlas sin perder nunca la compostura.
AD: – ¡Oh! Es muy interesante esto que cuenta y además me recuerda a mi propia trayectoria. Cuando yo era pibe admiraba profundamente a un gran jugador paraguayo, Arsenio Erico, que era como un artista de circo. Arriesgaba una barbaridad en la cancha. Yo siempre quería imitarle. Luego llegué a las inferiores de River y allí pude disfrutar del mejor equipo de fútbol que yo he visto: La Máquina de River. La Máquina sí que jugaba de puta madre. El delantero centro era Pedernera, que fue uno de los mayores estrategas del fútbol mundial. Para contrarrestar la presión del defensa rival se retrasaba arrastrando a su marcador. Aquel equipo jugaba igual que su maestro Max Linder hacia comedia, Carlitos. Con suprema elegancia.
CC: – Me llama la atención que apodasen a su equipo La Máquina. Doy por sentado que usted sabe que una de mis largomentrajes más famosos fue «Tiempos modernos» (1936), una sátira sobre el taylorismo. La película denunciaba como la tecnificación de la industria estaba deshumanizando por completo la actividad laboral. Aunque al final lo que explotaba al hombre no era propiamente la máquina, si no la codicia de otro hombre.
AD: – Bueno, lo de la Máquina de River… la gente cree que le llamaban así por la precisión que tenían jugando, porque eran un espectáculo, pero la anécdota procede de la antigua distribución del estadio Monumental, que tenía forma de herradura. Aquella tribuna sin edificar, que luego sería la tribuna Sivori, fue conocida como la «ventana al Río de la Plata». Y entonces los trenes pasaban por allí al lado y los espectadores al verlo decíamos: «ya viene la máquina». Y de ahí vino el nombre. Precisamente a aquel conjunto también le llamaban «Los caballeros de la angustia», y eso sí que se ajustaba más a su juego, que era lo contrario del industrialismo del que usted me habla. Seguro que podrían haber marcado más goles, pero con menos belleza. Un equipo de artistas. ¡Si hasta teníamos a nuestro propio Chaplin!, el extremo izquierdo Félix Loustau, al que llamábamos así por su físico, por su andar y por su genio.
CC: – Entiendo lo que usted me comenta, aunque deseo hacer una puntualización sobre un tema que no siempre se ha entendido. Yo no criticaba en «Tiempos modernos» a las máquinas si no a la patronal. Lo aclaro porque suficientes disgustos me trajo en su momento. Los críticos se ensañaron cruelmente, acusándome de producir un panfleto de extrema izquierda, porque se entendió que tenía un carácter subversivo y que atentaba contra el modo de vida americano. Los lobbys empresariales presionaron muy duro y de hecho aquella fue mi última película como el vagabundo Charlot.
AD: – ¡Hay que ver! A River también se le criticó bastante mientras se establecía aquel juego que algunos llamaron fútbol máquina y otros estilo River. Los espectadores no siempre entendían la genialidad de Pedernera sin balón y le reprochaban alejarse del área. Cuando fui para España yo jugaba de delantero, pero de tanto en tanto bajaba un poquito y ayudaba. Entonces Samitier, que era muy amigo mío, me dijo que en España el público quería ver los lunes al delantero saltando en la fotografía junto al portero rival. Pero aun así yo, si veía que uno de mis compañeros estaba cansado, bajaba y le ayudaba en lo que podía.
CC: – Ustedes los deportistas de equipo tienen un gran sentido de la solidaridad. Algo admirable en tiempos de rabioso individualismo. Por ejemplo, en los Estados Unidos consideraban que la revolución bolchevique constituía una amenaza para el individualismo norteamericano; y como yo me atreví a decir en una entrevista que me interesaba visitar la Unión Soviética para contemplar sus esfuerzos en la reconstrucción, fui tachado de comunista. Sin embargo el comunismo tampoco valoraba positivamente mi labor y hasta alguno me acuso de individualista nihilista. Esto yo creo que sucedía porque Charlot estaba totalmente al margen de cualquier sistema que pretenda hacerle productivo. Si pasa una vaca frente a su casa él bebe directamente de lo que ordeña. Adopta una actitud lúdica ante todas las cosas que le van sucediendo en la vida. Lo que ocurrió es que como yo consideraba que los gags funcionaban mucho mejor si la persona que tropieza y cae es un rico, existía un cierto runrún sobre mi odio hacia los ricos e influyentes. Así que cuando apareció «Tiempos modernos», que denunciaba las secuelas del trabajo en cadena, el runrún se convirtió en una fanfarria militar. Curiosamente lo único que yo había hecho era plasmar la denuncia que un reportero del diario neoyorquino «The World» había hecho sobre depresiones y crisis nerviosas producto de la monotonía y pesadez de la labor en la industria del automóvil de Detroit.
3-LA QUIMERA DEL ORO (Colombia)
La aventura colombiana de Alfredo Di Stefano marcó su carrera y su relación con el fútbol argentino.
AD: – Nosotros también acabamos denunciando y enfrentándonos a los ricos y poderosos por los derechos sociales, Carlitos. Fue una batalla tremenda que ocasionó que nos tuviésemos que marchar del país.
CC: – ¿Por el fútbol? Yo pensé que ustedes tenían unas condiciones excepcionales.
AD: – Todos no, Carlitos. En mi época los equipos pequeños pagaban a sus jugadores los dos primeros meses, luego les dejaban de pagar. La gente aguantaba como podía, pero al final uno había jugado cinco años y cobrado uno. Yo esto lo viví en primera persona en Huracán, donde hicimos un viaje al interior del país y mis compañeros no disponían ni de una muda de ropa o de pasta de dientes. ¡Si no cobraban! Al final los futbolistas de los grandes clubes hicimos una huelga para proteger a los de los equipos chicos.
CC: – Situación de película. ¿Y cómo se solventó?
AD: – Se llegó a un acuerdo para hacer frente a los pagos atrasados, pero los clubes en represalia rebajaron los sueldos que veníamos cobrando. Los mejores jugadores empezamos a recibir ofertas muy superiores de fuera del país y aunque en aquella época los clubes te firmaban a los 13 o 14 años y te tenían agarrado de por vida, algunos decidimos lanzarnos a la aventura… ¿Se está usted riendo, Carlitos?
CC: – Me sonrío amigo mío, porque su historia me ha hecho recordar otra de mis películas, «La quimera del oro» (1925). ¿La ha visto usted?
AD: – Por supuesto. Y algo de eso hay en mi propia aventura, sí. Yo también me fui allí con un gigante bueno, Néstor Pipo Rossi, igual que usted en la película colaboraba con el grandote Mac Kay.
CC: – ¿Ustedes también acabaron comiéndose una bota?
AD: – ¡Jajaja! ¡No! pero sí que se produjo una anécdota divertida con el calzado de Rossi. El Pipo al principio tuvo problemas para jugar, porque se dejó las botas de fútbol en Argentina y, como tenía un pie gigantesco para la época, un 46, no había manera de encontrarle zapatos de su talla. Luego el tipo llegó a hacer de modelo para una casa de ropa en Colombia.
CC: – ¿Pero y el oro? ¿Encontraron el oro?
AD: – Por supuesto que lo encontramos. En un año en Colombia ganábamos lo que en diez en Argentina; y con el primer dinero que recibí me pude comprar un campito, pensando en el futuro detrás del fútbol. Además, marchando, le hicimos un gran bien a nuestros camaradas argentinos, porque con la amenaza de un éxodo masivo a El Dorado colombiano -que así le llamaban-, la AFA se replanteó su actitud y retiró el límite salarial.
CC: – ¿Y entonces volvieron a la Argentina?
AD: – No. Porque entonces los dirigentes decidieron dar escarmiento con nosotros y nos suspendieron de por vida. La competición colombiana quedó al margen de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA); y esto duró hasta que a los colombianos les entró el miedo y decidieron llegar a un acuerdo según el cual podríamos permanecer allí hasta 1954 y luego regresaríamos a nuestros clubes de origen.
CC: – Lo cual no debía de hacerles ninguna gracia. Aunque para entonces ya habrían encontrado ustedes el oro, amigo. ¡Como Charlot en Alaska!
AD: ¡Y también el amor! Porque usted al final de la película se besa con la chica en el barco, cuando ella le salva de que lo declaren polizón, y yo me casé con Sara, la madre de mis hijos. Las dos primeras, Nanette y Silvana, nacen en Colombia.
CC: – ¿Entonces qué sucedió? ¿Se quedó a vivir en Colombia?
AD: – Para nada. A finales de 1952 ya empezaba a haber problemas de cobro en El Dorado, y yo estaba hasta las narices de los aviones. Más de una vez creí que nos pasaba como a los del Torino. Así que decidí volver a Argentina y dejar el fútbol. Había comprado un chalet y planeaba irme a vivir al campo.
CC: – Hay un concepto de fondo en su historia que, en lo esencial, es igual que en la Quimera del Oro. La trama me la inspiró la tragedia de la Expedición Donner, que fue un suceso tan espantoso como tristemente verídico. Una caravana de carretas que, por una serie de contratiempos, se vio obligada a pasar el invierno en Sierra Nevada, en medio de una borrasca de nieve. La mitad de la numerosa expedición falleció por el camino, y pasaron tanta hambre que se comieron a los perros, los arneses, y hasta los zapatos, y luego, finalmente, también a los muertos. Ustedes los jugadores obviamente no han tenido que comerse a nadie, al menos no literalmente, pero tienen una vida laboral útil muy corta, así que se siente impelidos a moverse cuanto sea necesario, para asegurar su bienestar económico y el de sus familias. Ustedes solo pensaban en hacer cuanto más dinero mejor. A su manera tenían tanta hambre como mi Charlot cuando cocinó la bota.
4-EL GRAN DICTADOR (España)
El dominio de Alfredo Di Stefano sobre su época es algo que nunca se ha repetido en la Copa de Europa.
AD: – A mí ya me pareció en su día que «La quimera del oro» era menos cómica que sus otras películas, bueno, no menos divertida, porque los gags son muy fuertes, pero si más oscura, más dramática.
CC: – Hombre, supone un cambio en mi filmografía. Yo creo que eso empezó en el largometraje inmediatamente anterior: «Una mujer de París» (1923), que ya es un melodrama sobre la burguesía, pero a partir de la quimera sí que sentí que ya no me bastaba con la comedia.
AD: – Sin duda la madurez supone un cambio de objetivos. Ahora que lo digo en voz alta, pienso que como futbolista me sucedió lo mismo. Mientras jugué junto a Pedernera, Moreno o Antonio Báez no pensé tanto en bajar a la zona de interiores, porque su calidad me permitía vivir muy a gusto por el centro, además de que en aquella época aún me quedaba algún aspecto técnico por pulir. En cambio cuando llegué al Madrid ya había alcanzado mi madurez táctica, lo que significaba que había integrado que el fútbol era un juego de once jugadores y que todos tenían que trabajar para todos. Durante los últimos años de mi vida me esforcé para no caer en la trampa de lo que yo llamaba el «yo-yo», pero los periodistas siempre estaban con que si Di Stefano había sido un mandón y un dictador. ¿Sonríe usted de nuevo?
CC: – Hombre es que me lo hace usted inevitable. Su vida vuelve a remitirme a una de mis mejores películas: «El gran dictador» (1940).
AD: – Tremenda película. Oiga, me surge una curiosidad. ¿Sabe usted si el propio Adolf Hitler llegó a verla?
CC: – Pues mire, sí. Un fugitivo alemán, que había trabajado para el Ministerio de Cultura, me dijo que Hitler se hizo traer una copia de la película y la vio un par de veces en privado. Yo hubiese dado cualquier cosa por saber lo que dijo Hitler cuando la vio. Lamentablemente nunca podremos saberlo porque, como es lógico, él no se encuentra por aquí.
AD: – ¡Jajaja! Obvio, a nosotros nos sucede igual con los referís (árbitros). Es difícil que alguno llegue hasta aquí arriba. Y cuando alguno llega y se lo explico, se enfadan; pero es que es normal, nosotros hicimos felices a mucha gente y ellos justo lo contrario.
CC: – Buena esa, joven. Sobre este concepto del que usted hablaba antes. Lo de mandar. Yo estudié ampliamente a Hitler y me di cuenta de que su éxito no se basaba en los contenidos de su discurso, más bien todo se sustentaba en su ritmo y en su tono. Adolf Hitler no era pues un político, en el sentido estricto, sino un actorazo espectacular. Uno de los mejores que yo había visto nunca. Así que interpretarlo constituía un reto. Ahora mismo diría que mi Adenoid Hynkel tenía algo de uno de mis antiguos personajes, el sinvergüenza de Chas, aunque esencialmente sea una sátira del propio Hitler. Le estuvo bien empleado por copiarme el bigote cuadrado y aprovechar mi carismático aspecto para practicar sus viles fechorías.
AD: – Me deja usted anonadado. Nunca pensé que Adolf Hitler le hubiese copiado el estilo ni que usted se hubiese animado a devolvérsela parodiándole en un film. De lo que se entera uno por estos lares.
CC: – Me tomé cumplida venganza y encima pude llevar mi estilo individualista hasta su apoteosis. Interpreté al héroe y al villano de la función, y además me permití aparecer como Charlie Chaplin para recitar el discurso final. La película se convirtió en un microcosmos de toda mi trayectoria, porque los personajes principales eran en cierto modo reversiones de mi Chas y mi Charlot. Y por supuesto, me ocupé de la dirección, el guión y la música, como venía siendo habitual.
AD: – Me ha hecho pensar. Yo siempre he creído que la historia empuja fuerte. Por ejemplo, yo crezco en River que tenía una característica, que era el gusto por el toque y la elegancia. Cuando estaba en las inferiores me ponían de delantero centro y yo me iba para arriba, pero Peucelle, mi maestro, me decía que para abajo, porque quería que jugara como Pedernera. Al final hice lo mío y lo de Pedernera. Luego llegué al Madrid y todos mis esfuerzos se destinaron a repetir el fútbol en el que ya había participado: El de River y el de Millonarios; y como ya no estaba Pedernera yo tuve que hacer el papel suyo. Procuré buscar los jugadores que mejor encajaban en ese fútbol y darles aliento a los jóvenes, que era lo que yo había mamado en Argentina. Para la táctica lo único que necesitas es tener a tres o cuatro tíos dentro del campo que sepan lo que es un equipo. Los veteranos. Y por ley natural al llegar al Madrid me tocó a mí. Por más que algunos periodistas me acusaran de ser el mandamás del equipo. Yo era uno más. Y si alguien era un marimandón ese era don Santiago. El presidente.
CC: – ¿Se llevaron mal?
AD: Al revés. Viviendo en Madrid y faltándome mi familia, que vivía en Argentina, fue como un padre. Eso sí, cuando se enfadaba era terrible, nos soltaba una broncas morrocotudas, y a mandar no le ganaba ni Napoléon. Sucede que cuando llegó la hora de dar un paso al lado lo encajé mal y lo rechacé. Don Santiago, que me quería más que un hijo se lo tomó muy mal, porque encima se enteró de que me había reunido con un directivo y se le metió en la cabeza que había una conspiración contra él. Menos mal que con el tiempo -Mira a su compañero- todo se olvida. ¿No es verdad, Santiago?
Narrador: Y un Santiago Bernabeu jovencísimo y otra vez jugador de fútbol sonrió ante aquella batallita explicada por su jugador favorito y ambos deportistas abandonaron la compañía de un enternecido Chalie Chaplin para ir corriendo hacia el campo vecino. Se conoce que volvía a haber polémica. Últimamente no ganaban para disgustos desde que había subido Johan Cruyff y cada dos por tres se liaban a discutir con Ladislao Kubala y Pepe Samitier sobre quien era mejor jugador de fútbol.
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La serie:
Evasión o Victoria. Introducción I: El sueño más grande
Evasión o Victoria. Introducción II: Tren de Sombras, cartografía de la luz
Episodio I: «El poder de la sonrisa».
Episodio II: «El furor del potrero».
Episodio III: «El rey de los teutones».
Episodio IV: «Que la pelota te acompañe».
Episodio V: «La vida agitada (y un poco removida) de Best, George Best».
Episodio VI: «Ya sé jugar».
Abel Rojas 13 julio, 2016
El texto está lleno de frases y anécdotas maravillosas, pero me quedo con esta:
Einstein a Chaplin: “Te están aplaudiendo a ti. ¿Sabes por qué? Porque eres universal, todo el mundo te conoce, comprende y aprecia tu arte. A mí no me entiende nadie”.