Lo cuenta El Gráfico, buscando y hallando entre sus fuentes a Albano Bizarri y Germán Lux, compañeros en las inferiores de Racing de Avellaneda, golpeadas en los años 90 por un periodo de penumbra: de un día para otro, el gallo que interrumpía sus sueños todas las mañanas dejó de cantar. La situación era tan precaria que sirvió de alimento para los chicos que moraban en la pensión; en la Academia. Corrían tiempos muy crudos. Nueve años sin que una sola división inferior lograra un título, racha interrumpida en 1999 cuando el juvenil que nombraba a Diego Alberto Milito como uno de sus dos puntas daba la vuelta olímpica, que es como tan simbólica y hermosamente resumen en Argentina la celebración de un campeón. Milito, de a poco, narraba su propia historia, la de un tipo que ha vivido buena parte de la mayúscula y el subrayado recientes de cuantos clubes representó en una carrera tan extensa como brillante.
También la negrita, en los inicios. Su Academia se marchitaba en esos meses del 99, cuando Liliana Ripoll, magistrada de la Cámara de Apelaciones, sentenciaba con teatral solemnidad: «Racing Club ha dejado de existir», ordenando la clausura y liquidación de los bienes del club. Aquello se rescató brazo con brazo, al borde de todo. En plena adversidad, Milito comenzó a construirse como futbolista. Y en esas… no la metía ni de casualidad. Entró en un estado de obsesión que de alguna manera anticipó lo que después le confirmaría como un maestro del último tercio de la cancha. «Sí, me había obsesionado. Estaba ansioso, erraba goles increíbles. Y me ponía mal, porque sé que en mi posición tengo que convertir. Por eso, estos goles son para la gente, que siempre me bancó. Y eso fue clave, me dio muchas fuerzas para no aflojar».
Milito desembarcó en Europa en Segunda División. No importó, estaba preparado para todo
Con él, Racing rompió 35 años sin un título de Liga en ArgentinaRacing, que venía de dos años realmente durísimos a nivel deportivo, y que acumulaba 35 años sin salir campeón de Liga, de repente despertó. Se había salvado meses antes en el Clausura de 2001, en parte gracias a un joven pero macerado Milito, que iba acercándose poco a poco a esa versión de ‘9’ que alza la voz como puente entre continentes. Fue al campeonato siguiente cuando después de atravesar aquella interminable racha negativa que le perseguía como un estigma (tres goles en sus primeros 49 encuentros con Racing), Diego contribuyó poderosamente al título que rompía la primera de las prolongadísimas rachas que el de Bernal cortaría en su extensísima carrera. De 1966 a 2001. De ‘El equipo de José’ Pezzuti; de Basile, Perfumo y Carrizo, al campeón de ‘Mostaza’ Merlo, Estévez, Schelotto y… Milito. El Príncipe, dos años después de dar aquella vuelta, daba el salto.
En su primera experiencia en Europa, Milito recaló en la Segunda División italiana. A Europa llegó como un ‘9’ puro, con 24 años. Nunca más dejaría de presentar cifras de formidable delantero, salvo en su inevitable declive físico, que le pilló en el Inter, antes de volver a la Acadé. Pero en Genoa, donde ya se hizo ídolo total, como tantos y tantos argentinos que prueban suerte en la bota, descendió a la Serie C, entre medias de episodios extradeportivos nada agradables que incumbían a la directiva. A pesar de ello, fue tal su impacto en el exigente y cerrado Calcio que para recalar en Zaragoza tuvieron los maños que soltar 6 millones de euros, una cifra realmente importante para un jugador que acababa de descender a tercera división. Allí se encontró con su hermano menor, el ‘Mariscal’ Gabriel. Lo de Milito en Zaragoza, fue brutal.
En Genoa e Inter se hizo un nombre. Fue un delantero perfecto para el Calcio italiano
Aquel Real Zaragoza -el de los Víctor, Muñoz y Fernández- juntó una serie de jugadores ofensivos de una frescura y versatilidad que dejaron huella. Pasó por la izquierda Savio, cuyos envíos al centro del área o al primer palo tenían siempre rematador. Estuvo Sergio García, también Cani o Ewerthon. Aimar y D’Alessandro después. Todos ellos supusieron el paraíso para un finalizador. Milito no era la clase de delantero que podía fabricarse goles por sí mismo, pero si la tarea recaía al 50%, tenía siempre ocasiones. «La mayor virtud que puede tener un futbolista es conocerse a sí mismo y saber cuáles son sus limitaciones. Es como cuando estás delante del portero; no siempre puedes pensar en cómo quieres chutar. A veces, no te da tiempo. Por eso siempre intento ir a lo seguro. No me gustan las tonterías, esos tiros que ni son una vaselina ni son nada. Mi fuerte es la colocación y la definición». Milito no tenía goles muy bellos pero retrataba defensas y porteros desde el oficio y la insistencia; desde la mentalidad. Esa movilidad la fue perfeccionando hasta categorizar su estilo, ajustado al tiempo de las jugadas. Después de otro descenso, incomprensible a mitad de campaña, disfrutaron, primero en Liguria y después en Lombardía, de la plenitud de ‘Il Príncipe’.
Junto a Thiago Motta y Gasperini enamoró de nuevo a toda GénovaTras lograr dos ascensos consecutivos, el Genoa De Gian Piero Gasperini llegaba a la Serie A con un plantel interesantísimo, convenciendo al propio Milito y a un Thiago Motta necesitado de minutos, confianza y liderazgo. Entre los tres, y con la ayuda del joven Criscito y el audaz Sculli, crearon un equipo notabilísimo; carismático, fresco y competitivo, que daría con el Luigi Ferrari albergando competición europea. Milito, como había dado a entender desde su primer partido en La Romareda, estaba intacto, y en el Calcio encontró un lugar perfecto para crecer desde todo plano posible. Su pase al Inter cerraría el círculo. De la mano de un tal José Mourinho, contemplaron al ‘delantero italiano’ perfecto.
En su vuelta a Racing cerró una carrera perfecta. Sólo le faltó la albiceleste
La azzurra reconoció durante casi toda su existencia como nación de fútbol a un ariete tipo que se justificaba por engrasar el armado de las dos piernas, olfatear los rebotes, ir bien de cabeza y proteger la pelota de espaldas. No tiraban desde fuera del área y cuando conducían miraban hacia abajo. Aquello se hizo norma entre los Vialli, Ravanelli, Vieri, Delvecchio, Inzaghi o Luca Toni. La magistratura ofensiva del capocannoniere que haría de Milito el ‘9’ del Inter de Mou, al que dotó de una resistencia física, un talento competitivo, un conocimiento de la posición y una sensación de ‘clutch’ absolutamente tremendos. Siempre trabajando en la presión, la salida hacia los espacios; el movimiento en busca del error ajeno y la definición frente al arco. Aquel Inter veteranísimo, pero hambriento de gloria, volvió intensos los colores del Meazza, que rara vez vio tan de verdad a los suyos. Ver fotos de aquel Milito, o de cualquier compañero, es ver el rostro de la verdad. Un triplete imposible que tuvo en Diego al hombre decisivo, apareciendo en cada instante definitivo, para romper, otra vez, una brecha de vértigo: el Inter ganaba su tercera Copa de Europa, 45 años después. Diego sumó goles en octavos, cuartos, semis y… doblete en la final del Bernabéu.
Con todo por hacer y todo finamente resuelto en Europa, Milito reservó los últimos litros del tanque para su amado Racing Club. El Cilindro y Milito vivieron una segunda etapa que ni en sueños podrían haber conformado. Volvieron a salir campeones, como en 2001; volvieron a jugar Libertadores, como en 2003. Se despidió del fútbol profesional con gol, después de dos años a un muy alto nivel que únicamente se vio empañado a nivel trayectoria por su pobre relación con la albiceleste. Apenas Bielsa le susurró al oído. Ni Basile, ni Pekerman ni Batista lo tuvieron realmente en mente. Maradona lo llamó para Sudáfrica pero no con la confianza que siempre tuvo en los clubes. El dato es esclarecedor: nunca jugó un partido entero con la camiseta de su país. La historia estaba ya plasmada. Milito no dejó a deber a nadie. Alcanzó su techo personal y puntualmente fue el amo de Europa y por supuesto, el amo de Racing Club. Todos sus goles, en Avellaneda, Zaragoza, Génova y Milan, fueron amores.
Foto: Jasper Juinen/Getty Images
@RoselloMatias 31 mayo, 2016
Ecos de balón+Diego Milito+mi amado Racing Club, ¿qué más se le puede pedir a la vida?
En serio, estaba esperando este artículo. Desde que soy lector de Ecos (2012), Diego había tenido tan poca relación con esta página como con la selección argentina. Y era lógico, ya que su declive físico había comenzado y, además, el Inter pegó un bajón futbolístico muy importante luego de aquel triplete, que lo alejó de los focos. Pero nunca perdí la fe.
¿Qué decir de Diego? Es muy difícil. Su segunda etapa en Racing fue muy impactante. Desde lo deportivo y lo emocional. Es complejo de explicar a quienes no viven el día a día del fútbol argentino y, más concretamente, de Racing porque la huella que dejo Diego Milito es enorme. No fue sólo el título (tras trece años de sequía) y las participaciones seguidas a la Copa Libertadores, si no que cambió el ánimo del hincha y el entorno pesimista y dramático que atravesaba al club desde hace años. El eslogan "Racing positivo" fue un invento suyo (por más que la frase fue pronunciada por Diego Cocca). Amén de que los hinchas estábamos esperando a un ídolo. Alguien de quien presumir de cara a los rivales de toda la vida. Estos dos años fueron mágicos. En serio. Ir al Cilindro de Avellaneda era otra cosa totalmente diferente. Había otro clima, otra autoestima. El título del 2014, con Diego a la cabeza, revivió a Racing (como equipo y como institución).
No hace falta decirlo, pero lo aclaro igual: el artículo es maravilloso. Es un resumen bastante preciso de su carrera, la cual (creo yo) siempre fue ascendente. Desde la Serie B hasta el mejor mes de su carrera (mayo 2010), donde alcanzó toda la gloria "de golpe", como si hubiera estado esperando ese momento desde hacía tiempo (ya que el Genoa y el Zaragoza no son equipos cuya "normalidad" te permita aspirar a títulos). Y le salía todo lo que intentaba. Tal es así, que relegó a una bestia parda como Eto´o al ostracismo de la banda. Su final de Champions, ante el Bayern, fue una cosa de locos. Además, de los dos goles, sirvió otro par. Y es cierto que sus goles nunca fueron muy estéticos, pero los dos que le marcó a Butt fueron preciosos. Probablemente de los mejores de su carrera.
Respecto a su infructuosa relación con la selección, creo que su falta de "cartel" siempre le jugó en contra. Nunca fue una "estrella" y encima jugaba en equipos sin tanta trascendencia. En el fútbol argentino, nunca fue percibido como un gran talento (como Saviola, Aimar, D’Alessandro u otros contemporáneos). Se hizo "de abajo" y le costó ganarse su lugar de reconocimiento. Recuerdo que en el 2006, luego de hacerle cuatro goles al Real Madrid, parecía que se metía "de colado" en la lista de Pekerman pero se quedó sin balas en la recámara y Cruz ocupó su lugar. En el 2010 le pasó lo mismo. Recuerden el dolor de Maradona cuando confesó casi resignado que le había costado dejar afuera a Lavezzi. Tal vez, si su final de Champions no hubiera sido tan impactante, se habría quedado sin lugar en Sudáfrica.
Además, tuvo mucha competencia en ese puesto y los minutos siempre escasearon. Primero compitió con Crespo (casi una leyenda en la selección), luego con Tévez y más tarde con Agüero e Higuaín. Y nunca tuvo "esa" actuación que te garantiza un lugar en la consideración del técnico. Se podría decir que eso fue demérito suyo porque en una selección tan competitiva y presionada (por hinchas y prensa) no existe aquello de dar continuidad y confianza. Tampoco tuvo ni una pizca de suerte. Me acuerdo que luego del 1-3 contra Brasil (en Rosario) Maradona estaba decidido a hacer algunos retoques, y eso incluía al nueve, pero Diego se lesionó en el Inter, antes de aquel famoso partido ante Perú donde Higuaín debutó con un gol. Y allí quedó nuevamente relegado.
La verdad, y a pesar de la emotiva despedida del sábado pasado, es que todavía no caí en que Diego Milito ya es un ex-jugador. Supongo que entenderé la dimensión de la pérdida la próxima vez que vaya al Cilindro y él no salga a calentar. El duelo será duro. Pero siempre le estaré agradecido por todo lo que me dio como campeón, luego como "embajador académico" por el mundo y finalmente como ídolo. Se retiró el jugador, queda el mito y su legado.
Gracias Milito!
P.D: Y gracias Arroyo.