La Final de la Copa del Rey tuvo forma de película desde la primera de sus escenas. Y menudo guion; su originalidad alcanzó tal punto que bajó las defensas del espectador y consiguió sorprenderle de lleno pese a presentarle el desenlace previsible, el de un Barça campeón. Gerard Piqué y Andrés Iniesta, en algo parecido, si no equivalente, a las mejores actuaciones de su carrera, lideraron una resistencia que valió un título sin precedente: aunque resolvió Messi, ayer no ganó su Barcelona. Ganó el de Luis Enrique.
El arranque desveló que el asturiano sigue en modo ajustador. Sabedor de que la baja de N´Zonzi implicaría la titularidad de Iborra y de su más que probable localización como mediapunta por detrás de Gameiro, desvió la posición de Busquets hacia el perfil derecho de su sistema. Así fijó una vía de salida lateral que, además, cobraría un valor muy interesante a la hora de bloquear el contragolpe del Sevilla en ese sector, por el que más peligro causa. La lectura fue tan acertada que el fútbol la bendijo con una consecuencia poderosa, la regular aparición de Leo en el compás inaugural. Sin embargo, entonces, el «10» produjo y condicionó bastante poco. En parte por el rival y, sobre todo, por él y sus compañeros.
El Sevilla se mostró mucho más grande como club deportivo que como equipo de fútbol.
El Sevilla, por su parte, se mostró como un adversario de altura. No por su fútbol -el estándar de la Final fue muy discreto en ambos conjuntos-, pero sí por su condición de competidor de finales, que adquiere un relieve colosal cuando se logra aplicar contra el gran campeón de la Europa moderna. Actuó desde la convicción, se atrevió a mostrar sus cualidades y eso fue suficiente para ir generando ventajas. Banega se sentía muy cómodo en el carril central, y para atacar, rentabilizaba una superioridad numérica en los costados que, según la pizarra, no debía darse pero que en la práctica sí se produjo: Escudero y Vitolo, así como Mariano y Coke, creaban peligro concreto cada vez que se daban entre ellos un pase aparentemente simple, el paralelo a la línea de banda. Ni Alba ni Alves recibían más ayudas que las de Busquets, Piqué y Mascherano, y como ellos eran los guardianes del centro y debían ausentarse en el mismo, la estabilidad táctica se resintió. Esto conllevó tensión, esta llevó a los errores y uno de ellos, el más importante, se saldó con la expulsión del superado Jefecito.
Antes de proseguir, debe especificarse una constante de este tramo: Neymar JR intentándolo sin éxito pero sin descanso. Resulta difícil que un hombre de su talento se muestre tan desacertado como él anoche, pero el hecho de que no perdiera persistencia condicionó el choque como luego se desvelará.
El Barcelona salió del descanso con un jugador menos frente a un Sevilla que derrochaba autoestima porque, aunque no había hecho nada brillante, se había sentido superior. Y en dicho contexto,Piqué, defendiendo en espacios cortos, es una pieza de juego perfecto ambos entrenadores tomaron nuevas decisiones. Luis Enrique optó por un repliegue moderado formando un 4-4-1 en el que Messi y Neymar tapaban las bandas y Luis Suárez se erigía como esperanza contragolpeadora. En cuanto a Emery, se atrevió a aceptar el reto de asumir la posesión y defender a la MSN en campo abierto. En los 10 minutos que transcurrieron de este modo, la dinámica consistió en una conexión bastante barata entre Escudero y Vitolo que disponía al canario en un uno para uno contra Dani Alves. Esto comenzó a disparar, más si cabía, el rendimiento del titánico Piqué. Fue impactante confirmar lo que se preveía pero no se había demostrado: Gerard es, quizá, el central más dominante de esta década… a pesar de que su equipo, estilísticamente, no le favorece. El modelo que más realza sus virtudes es el afín a Simeone. ¿Cuántos goles encajaría el Atlético con este hombre al lado de Godín?
La lesión de Luis Suárez hizo que el partido dependiera casi en exclusividad del Sevilla FC.
Sin tiempo para que esta fase evolucionase en los unos y en los otros, Luis Suárez cayó lesionado. La baja era morrocotuda, el Barcelona había fiado su ofensiva a pillar un contraataque y se había quedado sin su delantero más profundo. Luis Enrique lo suplió con Rafinha, que se situó en la derecha y trasladó a Messi hacia la posición de “9”, lo cual, por un lado, taponó mucho mejor el sector de Vitolo pero, por el otro, convirtió a los azulgranas en un equipo inofensivo. Su única opción goleadora dependía de que el Sevilla se pegase un tiro en el pie. Por capacidad propia, no podía crear ocasiones. Aunque el resultado definitivo invite al elogio azulgrana, y mucho más atendiendo al esfuerzo de sus futbolistas, no se pueden extraer lecturas positivas de esta circunstancia puntual. Con los jugadores del Barça, aunque se sufra inferioridad numérica, algo se tiene que hacer mal para que, en virtud del juego, sea imposible marcar gol.
Pero Piqué e Iniesta se estaban saliendo y aquello iba a tener impacto. Ambos empezaron a dominar la mente de los hispalenses. En este sentido, el Sevilla fue víctima de su propia grandeza,Iniesta regeneró con su propio oxígeno la respiración del Barça le castigó el hecho de sentirse obligado a ganar a un equipo que, aun reducido por los acontecimientos, le superaba por muchísimo en potencial. Entre despejes del central de Cataluña y escapismos del mago de La Mancha, los minutos se esfumaban con velocidad, frustraban a los de Emery y les arrebataron lo único que mostraron, su ímpetu. Se notó hasta en la grada, que de repente extravió su acento andaluz. Y contagiado por esa ansiedad, Unai introdujo en el césped a un futbolista que, aunque resultase fatal a posteriori, debía estar en él, el extremo Konoplyanka. Y justo en este momento, hay que recordar que Neymar nunca se rindió. Su personalidad obtendría recompensa.
El sacrificado por el entrenador vasco fue el lateral Mariano, lo que provocó una serie de permutas que bajó a Coke a la defensa y mandó a Vitolo a la derecha. Aunque Alba no estaba subiendo demasiado, el trabajo defensivo de Coke como extremo había sido relevante; había dificultado y empeorado las recepciones de Neymar. Por su parte, Mariano, exultante de energía, se lo había comido partiendo de esa ventaja. Sin lo uno ni lo otro, la joven estrella del Barcelona comenzó a crecer y a suponer, por fin, una amenaza ofensiva culé. Y en cuanto llegó lo único que tenía que evitar el Sevilla, un fallo no forzado, lo castigó. La resistencia de Piqué e Iniesta, así como el malogrado ataque de los andaluces, desembocaron en aquello que más podía alterar la contienda general: la expulsión de Ever Banega. Sin quien, en 30 minutos menos de juego, tocó la pelota 28 veces más que Iniesta, el Sevilla perdió su coherencia. No fue quedarse con 10. Fue quedarse sin el argentino, sin su capacidad de pensamiento.
Messi apareció para decidir con dos asistencias tras el trabajo de Iniesta y Piqué.
El golpe se exhibió con gravedad y Emery no consiguió suavizarlo; sus chicos entraron en la prórroga sin saber muy bien qué hacer. Y en un contexto de perfil indefinido, quien posee más calidad suele salir vencedor. Leo Messi, cuyo impacto en el juego en sí fue el menor que se le recuerda en una Final -incluso podría esgrimirse que su falta de explosividad condenó a su equipo cuando le puso como “9”-, patentó su condición de jugador imposible e hizo lo que, al fin y al cabo, da y quita los títulos: generar los goles. No en el mismo grado de exuberancia, porque Piqué e Iniesta son sublimes, pero actuaciones del perfil de las de Gerard y Andrés, contra el FC Barcelona, se han visto varias en el último lustro. En el afán de poner en valor sus extraordinarias aportaciones no se puede obviar que fue Lionel, a medio gas, quien volvió a representar la diferencia.
Pero se insiste en lo del principio: esta vez no fue el inicio y el final, su juego no cimentó la estructura que invitó al resto a colaborar implicándose, anoche Messi no ejerció de eje vertebrador de un equipo de fútbol. El Barcelona no contó con esa ventaja. De ahí que el trabajo de Luis Enrique cobrase una relevancia superior. La capacidad para mantener la concentración sin la posesión, el posicionamiento sin la misma, el aguantar sufriendo a la espera de la oportunidad, el cuidado extremo de los pequeños detalles… Hace dos años, un asturiano entró en el vestuario más galardonado del fútbol y dijo, sin decirlo, que no eran lo que fueron, que lo especial ya no funcionaba, que debían emplear los métodos de los demás para volver a poder ganar como antes. Anoche, los jugadores que quizá se sorprendieron en principio, en lugar de apoderarse del balón y jugar a las peligrosas cuatro esquinas como hubieran hecho entonces, se comportaron como el más mundano de los equipos para cosechar un éxito extraordinario. No se pretende situar lo uno por encima de lo otro ni tampoco lo contrario, sinoestablecer con claridad que la autoría de la obra quedó reflejada como nunca. Luis Enrique, más allá de matizar el estilo, ha cambiado la manera en la que se afrontan los problemas. Por eso, desde la normalidad de, por un día, no tener a Messi, y desde la normalidad de, por un día, no evocar a Guardiola, el FC Barcelona ganó la Copa del Rey. Su actual entrenador también ha hecho un gran trabajo, es un factor que, a su modo, se percibe. Él, Iniesta y Piqué fueron los monarcas de este triunfo.
hola1 23 mayo, 2016
Que anticompetitivo ha sido lo de Konoplyanka. Y lo de Messi bestial, esas dos asistencias fueron brutales. Que opinan de los cambios de Emery y porque creen que no hizo el 3er cambio?