Desde su nacimiento, el Fútbol Club Barcelona fue concebido como una entidad mastodóntica. Equipado con un estadio majestuoso desde mitad del S.XX, las grandes estrellas aterrizaron siempre en el Camp Nou. Desde Kubala a Johan Cruyff, pasando por Maradona o Bernd Schuster, disfrutar del mejor futbolista del mundo era casi una costumbre para el soci. Por ello, no ganar la Copa de Europa fue para la casa blaugrana una tortura insoportable durante más de tres décadas. Hubo que esperar hasta 1992 para que el gol de Ronald Koeman saldara una deuda histórica convertida ya en obsesión. Semejante retraso privó al Barça de disputar un partido que para los catalanes hasta entonces era inédito y desconocido: la Copa Intercontinental. Un encuentro con reglas y sentimientos muy particulares.
El Fútbol Club Barcelona ha vivido experiencias muy distintas y variadas en la Copa Intercontinental
Hace 23 años el mundo era algo muy diferente. Lejos aún de la era de la (sobre)información, lo que sucedía en la otra punta del planeta nos seguía resultando desconocido y, por ende, exótico y atrayente. En el deporte pasaba lo mismo. Nuestro país se enamoró de la NBA a través de los pases de Magic y los tiros de Bird; acciones tan distintas a las del basket local que casi parecían un juego aparte. Salvando las distancias, la Copa Intercontinental tenía algo de esto. Sin canales de pago para ver ligas extranjeras, de repente se citaba ante tus ojos un equipo formado ni más ni menos que por once brasileños. ¡Once en el mismo equipo! Definitivamente, aquello no tenía nada que ver con los partidos de la Copa de Europa.
Es muy posible que ese desconocimiento afectase en parte al Barcelona de Cruyff en su primera experiencia en Japón. El Flaco enfrentó al Sao Paulo del mítico Telé Santana como si delante tuviera a un rival medio de la liga española. Cruyff solo alineó a dos defensas puros, Ferrer y Ronald Koeman. El holandés Witschge, centrocampista natural,1992. Brasil. El quiebro de Müller. El gol de Raí ejercería de tercer hombre de la zaga. Hemos de decir que el Barcelona perdió aquella final como perfectamente pudo haberla ganado. El choque se asemejó bastante a la final de Wembley ante la Sampdoria y, en definitiva, a lo que era aquel colectivo maravillosamente desequilibrado. Stoichkov, que venía de marcar 9 goles en 6 partidos en Liga, se inventó un golazo de esos que explicaban por qué era en esos instantes un potencial Balón de Oro. Pero como decíamos, los culés no estaban del todo preparados para lo que iba a suceder. El Sao Paulo fue tirando contragolpes con creciente frecuencia. En cada ofensiva, un atacante sudamericano encaraba en mano a mano a uno de los pocos defensas que Cruyff había decidido colocar. En una de esas acciones, Müller rompió la cadera de Ferrer y asistió para el empate a Raí. Aquel no fue un regate corriente. En aquel quiebro había algo mágico que ningún futbolista azulgrana, europeos todos, tenía. Aquel dribbling era Brasil. Como la falta del decisivo segundo tanto de Raí, una parábola digna de su primo Zico. El Dream Team, que no había jugado mal, terminó cayendo ante un poder fascinante, inolvidable para aquellos que lo contemplaban por primera vez.
A veces, la Intercontinental es el final de un bello camino para un equipo. Sucedió en 2006 y 2011
Mayo de 2006. El Barça levanta en París la segunda Copa de Europa de su historia, primera bajo el nombre de Champions League. Emotiva como toda conquista internacional, la gloria de aquel ciclo discurría por caminos diferentes al de Cruyff. Por primera vez, el FC Barcelona se sentía absoluto dominador del mundo del fútbol. Pese a las cuatro Ligas y una Copa de Europa (más otra final), el Dream Team, por su estilo ultraofensivo, nunca llegó a evocar la tiranía del vigente Barcelona de Frank Rijkaard. Los de Cruyff podían ganar o perder cualquier partido; los de Frank, no. Aquel fue el primer Barça que logró la perfección del modelo catalano-holandés creado por el propio Johan. El primero que consiguió atacar mientras cerraba su propia portería a cal y canto. Quizás por todo esto, por no estar acostumbrado al dominio de la galaxia, aquel bloque murió muy pronto, fruto de una autoestima lógica pero imprudente.
Así pues, el Barça viajó a Japón con la certeza de finiquitar la deuda contraída en 1992 con la Copa Intercontinental, ahora llamada Mundial de Clubes. Las bajas de Samuel Eto’o y Leo Messi no parecían suficiente problema como para preocupar a un grupo que ya no se preocupaba por nada. Y menos tras liquidar 4-0 al América mexicano2006. La desidia. La caída de Dinho y su reinado en la ronda de semifinales. Para colmo, en la final esperaba el Internacional de Porto Alegre, al que no se le adivinaban figuras como Raí, Müller o Toninho Cerezo. Se hablaba bien de un chico llamado Alexandre Pato, pero a sus 17 añitos, poca amenaza podía resultar. En honor a la verdad, el Inter no gozó de ni una sola ocasión en los primeros 80 minutos. El caso es que el Barcelona tampoco las tuvo. Obnubilado por la sonrisa ya forzada de un Ronaldinho sin velocidad, los barcelonistas jugaron con aire rutinario, a la espera de un gol que, eran el Barça, debía caer. Pero no cayó, y en una contra de las de toda la vida, el Inter marcó y se llevó el título. Un Inter, Pato aparte, sin genios ocultos en sus filas, como demostraría el paso del tiempo, pero dotado con ese embrujo que la Intercontinental inyecta en el representante sudamericano. Un peligro del que el Barça, con la mente en otra parte, ni siquiera llegó a enterarse.
Contra el poder de la Intercontinental, uno todavía mayor: el Barcelona de Guardiola y Messi
El Barcelona 2009 no era ya un equipo corriente. Los catalanes buscaban en Abu Dhabi lo que nadie en la historia había conseguido: el Sextete. Y lo hacía subido a un trono más grande que el de 2006. Mucho más grande. El Barça de Guardiola necesitó una sola campaña para crear una casi inédita sensación de imbatibilidad. Estudiantes de La Plata, un batallador conjunto entrenado por Alejandro Sabella y liderado por un veterano –y renacido– Verón, no parecía capaz de romper lo irrompible. Pero los argentinos eran un equipo sólido, maduro y competitivo. Y tenían a favor la magia de la Intercontinental.
Aunque se recuerda poco, aquel Barça llegó sufriendo al Mundial. El fichaje de Ibrahimovic y la caída de Henry supusieron un duro shock para el modelo campeón de 2009. El Barça tenía (relativos) problemas de juego. Como prueba, lo mucho que tuvo que sudar para batir en semis al Atlante, en un partido en2009. La fe del Pep-Team. El pecho de Leo Messi el que fue abajo en el marcador durante media hora. Iniesta acabó roto –se perdió la final– y Pep se vio obligado a tirar de Messi, que salía de lesión, allá por el minuto 53, todavía con empate. Estaba claro: Estudiantes iba a dar batalla. Y vaya si la dio. El Pincha ofreció una exhibición de lo que siempre caracterizó al club: entrega y lucha sin fin. El primero de todos, un emotivo Verón, que dejó tres o cuatro toques fabulosos y, a sus 34 años, corrió con la ilusión de un hincha. Dicho esto, a diferencia de las finales previas, esta vez el Barça sí generó ocasiones. Muchas de hecho. Tras el 0-1 de Boselli, los culés inclinaron el campo y si no igualaron antes fue por esas cosas que tiene el fútbol. El memorable empate de Pedro en el último instante trajo a la mente el gol de Iniesta en Stamford Bridge. Aquel Barça parecía divino, también en los factores relacionados con la suerte. Muertos y derrumbados, para Estudiantes la prórroga fue una cruel espera de la estocada mortal, que finalmente recaería en el pecho (¡!) de Messi. La relación entre Leo y Argentina pasaba por su peor momento, algo que la Pulga no pudo ocultar en una celebración que en su país calentó más de la cuenta. El Barça subía por fin a la cima del fútbol, justo cuando más grande era su prestigio. Pero faltaba un pasito más.
La Copa Intercontinental, a veces desigualada en nivel, casi siempre cuenta cosas a nivel histórico
De vuelta en 2011 y con la candidatura a “mejor equipo de la historia” ya presentada, el Pep-Team acudió a Japón en busca de algo más que una nueva Intercontinental. Su rival en la final sería ni más ni menos que el Santos. El Santos de Neymar, la joya brasileña emergente, anunciada como futuro rey del fútbol y sucesor del actual, Leo Messi. Un Messi que atravesaba por el mejor momento de su carrera, a las puertas del tercer Balón de Oro e instalado en los debates sobre su posición en el Olimpo del balompié. ¿Era mejor que Pelé? Quién sabe, pero para demostrarlo, el destino le cruzaba en la final precisamente con el club de la vida de Edson Arantes. Un Santos de Pelé que, a su vez, reivindicaba su superioridad con respecto al Barça de Pep y se agarraba a sus chicos del presente para salvaguardar su trono. No exageramos al decir que en Brasil se habló del partido durante meses. Sobraban los alicientes.
Futbolísticamente, el Santos representaba una amenaza. Si bien no se trataba de un equipo brasileño de fútbol preciosista, en sus filas había talento. Destacaba Neymar, por supuesto. Con Neymar no estábamos ante una estrella sudamericana convencional. Neymar no era eso. El mejor resumen de su peso en un partido lo dio Carles Puyol 2011. Eterno Pep. Messi ante Pelé y Neymara la finalización del encuentro: “Le habíamos estudiado mucho, le habíamos visto. La verdad es que daba un poco de miedo”. A sus escasos 19 años, Neymar era ya un futbolista capaz de asustar a cualquiera. A su lado estaba Ganso, más maduro y hecho a sus 22 primaveras. Un mediapunta delicioso, dibujante de pases invisibles con su zurda y algo lento, decían, para triunfar en Europa. A ellos se unían el lateral Danilo (hoy en el Real Madrid), el goleador Borges o la experiencia de Elano. Contra todo eso, Pep iba a proponer algo totalmente desconocido para el grupo de Muricy Ramalho. Si en 1992 fue el Barça el sorprendido por la magia sudamericana, esta vez sería el Barcelona el que respondiera a Brasil con algo nuevo. Concretamente, hablamos de un sistema de juego que recibió el nombre de 3-7-0, y que básicamente consistía en una perfecta aglomeración de futbolistas en la zona central, reunidos con un objetivo claro: confundir y marear al Santos con eternas secuencias de pases. El Barça de Guardiola se plantó ante el mundo radicalizando su propuesta, marcando a fuego su estilo en los libros de historia. Messi, por su parte, acudió puntual a su duelo con Neymar y Pelé; marcó dos goles y la rompió. El Barça ganó por 4-0. Como sucedió en 2006, aquel partido significaría a la postre el fin de un ciclo. Pero de qué diferente manera.
Mañana Fútbol Club Barcelona y River Plate se verán las caras en la final del Mundial de Clubes. En la final de la Copa Intercontinental. Algo memorable está por suceder.
Gravesen 19 diciembre, 2015
Si se me permite me gustaría añadir el torneo precursor de la Copa Intercontinental y por ende del Mundialito de Clubes actual que fue el Mundialito de Clubes de Caracas de los años 50. Es cierto que el método de selección de equipos era por invitación (las primeras Copas del Rey y de Europa también lo fueron por lo que no creo que eso sea un dato pedjorativo), pero era un título que otorgaba internacionalmente el valor de campeón del mundo y que cuyos ganadores aún lucen como entorchados oficiales en toda regla.
De la participación del Barcelona en este torneo hay poco que decir; lo compitió en dos ocasiones, primero en 1953 donde quedó tercero en una edición que se llevó un por aquel entonces intratable Corinthians (quedo segundo la Roma y cuarto el Caracas) y la segunda en 1957, donde se llevó el torneo (y por ende su primer título mundial), por encima del Botafogo, Sevilla y Nacional de Montevideo. Como dato curioso, perdió la edición que disputó cuando su dominió en España era tiránico (el Barcelona de Kubala era casi imbatible), y sin embargo gano la edición que disputó cuando el conjunto empezaba a caer cuesta abajo frente al surgir español y europeo del Madrid de Di Stefano. Incongruencias de la historia.