Durante su éxodo en la fría Segunda División, el Celta de Vigo se vio obligado a tomar tales decisiones que, como institución, se juró a sí misma que no volvería a cometer los mismos errores que le habían llevado a tan delicada situación. Ésta no era una simple cuestión de estar lejos de la élite, que dolía y mucho, sino de esa imperiosa necesidad de malvender el talento nacido y labrado en A Madroa para poder sobrevivir. Eso mataba. Sobre todo porque tras tocar fondo el club había reseteado su visión del fútbol hasta reordenar sus prioridades. Ahora la cantera debía ser el principio y el fin de todo. Tanto por un mero sentido pragmático, ya que no había dinero con el que reforzarse para buscar el ansiado ascenso, como por el deseo de conservar ese sentido de pertenencia que, irónicamente, se aviva más tras una derrota que tras una victoria. Los miles de seguidores que seguían acudiendo a Balaídos sabían que los éxitos llenarían los numerosos asientos vacíos, pero que tras un fracaso sólo queda la identidad.
La venta de Iago significó el fin de una etapaPor eso, con el objetivo en mente de ser un equipo saneado, de cantera y de toque, se entendió con una cruda racionalidad las tempranas ventas de Rodrigo, Denis y Joselu. En sus botas debía estar el futuro del Celta, pero se les necesitó para salvar el presente. Para conservar un día a día que pronto comenzaría a sonreír a Vigo. Porque más allá del ascenso en 2012 y de la permanencia en 2013, lo que les reafirmó fue el cómo se logró. Es decir, con una plantilla llena de canteranos que, de hecho, en el día clave vio a Rubén Blanco protagonizar una actuación épica y a Iago Aspas firmar la jugada de la salvación. La pelota había premiado un modelo tachado muchas veces de poco competitivo, pero todavía faltaba un último sacrificio. Quizás, el más doloroso: la venta de Aspas. Su marcha, que siempre pareció un hasta pronto, suponía el fin de una etapa en la que el Celta no había sido dueño de sus propias decisiones. De su futuro. Volvía a doler el ver marchar a su futbolista más querido, pero esto iba a suponer la práctica independencia del club y, por ende, la garantía de poder disfrutar de la mejor generación juvenil de su historia sin limitación alguna.
El debut de Santi Mina ya le destacó sobre el resto.
Aquel mismo curso, mismamente, uno de estos jóvenes talentos ya había debutado con el primer equipo, protagonizando además una escena que año a año se va cargando de simbolismo. Se trataba de Santi Mina, el delantero centro del exitoso juvenil del Celta que había roto a golear durante la temporada. En teoría su gran cita iba a ser la Copa de Campeones juvenil, en la cual posteriormente marcaría cuatro goles para llevar a la final al Celta, pero Paco Herrera decidió saltarse unos cuantos pasos. Y de qué forma. En Getafe, cayendo 3-1 y en el momento más bajo del equipo, el técnico extremeño se atrevió a sacar del campo a Aspas, que lo era todo, para meter a un Mina que todavía no era nada. Ni siquiera mayor de edad. Tenía cuerpo de hombre, pero su cara no mentía: era un niño. Uno de 17 años y dos meses, para ser más concretos.
El año pasado aún no estaba preparadoSu aparición, a la que le sucedería la destitución de Paco, no podía ser más profética. A fin de cuentas, era el chico nacido en un Celta derruido que había ido viendo cómo se marchaban las estrellas de los equipos superiores y que había sustituido al ídolo de la afición. Resultaba muy metafórico, pero aún era pronto. Santi Mina no estaba preparado para ser el protagonista de ninguna historia por bonita que ésta fuese. Su físico potente y no carente de agilidad estaba listo para la élite, pero él todavía no se veía capaz de controlarlo. El balón le rebotaba, en conducción nunca iba recto y, cuando tenía que chocar, se encogía en vez de desplegar la anchura de su espalda. Una serie de pegas que provocó que casi no contara para Luis Enrique, lo que sin duda decepcionó a los más optimistas de Balaídos. Fuera por él o por Santi, algo les parecía que no casaba. Pero lo único que fallaba era el tiempo. El momento.
Curiosamente, éste llegó de nuevo en una muy mala racha del Celta. Berizzo veía como su equipo jugaba bien, pero también como no marcaba, lo que le llevó a realizar el cambio que define su primer año en Vigo: Orellana a la mediapunta y Santi Mina a la derecha. Así, por un lado el argentino lograba juntar a Fabián con los otros dos cracks, con Nolito y con Krohn-Dehli, y de paso ganaba un delantero más en la alineación. El movimiento del «Toto» fue un éxito rotundo. Todas las piezas mejoraron, el equipo comenzó a ganar y Santi Mina encontró su espacio para demostrar que, aunque seguía haciendo gala de un look imberbe, había madurado como futbolista. Que había aprendido a dominar su imponente físico. Ahora su mente estaba perfectamente conectada con sus piernas, y éstas eran tremendamente veloces, potentes y ágiles. Los cuatro goles al Rayo Vallecano no fueron más que la prueba empírica de que Santi Mina ya era jugador de Primera. Sin matices.
Llegado a este punto, parece que lo que necesita es jugar.
Es por ello que, lo que terminaría derivando en su fichaje por el Valencia, primero desatara el estado de euforia en Vigo. El chico del nuevo Celta había crecido y ahora había que empezar a disfrutar de la determinación de sus desmarques, de su poderosa zancada y de su sutilidad en la definición. Pero los que charlarán, debatirán y opinarán sobre su posición ideal o sobre los acompañantes que debe tener no serán ellos, sino los asiduos a Mestalla. El Valencia ha hecho una apuesta firme y sólo queda por ver cómo pretende cobrarla. En punta o en banda, lo cierto es que Santi Mina puede sumar desde ya mismo. Algo que pese a la competencia y la exigencia no es ni mucho menos descartable porque, más allá de su nivel actual, Nuno no tiene ningún nueve de sus características ni tampoco a un extremo al que le resulte tan natural ser incisivo hacia portería desde la derecha. Esa misma banda desde la que trazó una evolución que le alejó de Vigo a cambio, indirectamente, de terminar de liquidar la deuda que le había destino a ser todo un símbolo.
Ignacio 13 julio, 2015
Tremendo artículo, como viene siendo costumbre. Le importaría a alguien hacer una comparativa a grandes rasgos entre Santi Mina y David Villa, con quien se le empieza públicamente a comparar, más allá de haber fichado por el mismo equipo y ser ambos norteños? 😀 Un saludo!