Il regalo più bello del mondo | Ecos del Balón

Il regalo più bello del mondo


Helenio Herrera estaba exultante. Apenas un mes antes su Fútbol Club Barcelona había batido en San Siro al Inter por cuatro goles a dos, durante los cuartos del torneo de «Ciudades en Feria», y ahora acaba de asaltar en el mismo estadio al otro gran equipo de la ciudad, el AC Milán, pese a que el campeón italiano era uno de los más claros favoritos para la otra gran competición continental, la «Copa de Campeones de Europa».

«La táctica es el todo y lo que determina el resultado en el fútbol», se dijo a sí mismo Helenio Herrera, y quedó tan absolutamente complacido por haber podido formular este concepto de un modo tan elocuente, que se autoconminó a no olvidarse de garabatearlo en alguna libreta para así poder utilizarlo como réplica en alguna futura entrevista. Todo había salido a pedir de boca. Vergés salió con el número 7 a la espalda, pero en lugar de jugar en el extremo -como hubiese podido inferir cualquier incauto-, el técnico lo había dedicado a perseguir al cerebro milanista, Liedholm, al cual había secado.

– ¡Antonio, fantástico, como siempre, menudo penalty les has parado!

Y tras palmear en el pecho de Ramallets, su portero preferido, Helenio Herrera oteó el estadio por última vez, esperó hasta que el último de sus jugadores hubo abandonado el terreno de juego y se dispuso a desfilar hacia los vestuarios.

A pesar de haber conquistado la victoria con más facilidad de lo esperado se encontraba bastante intranquilo. Quizás esto se debía a que, en breves instantes, se iba a ver en la tesitura de tener que hacer a los muchachos una oferta que ninguno de ellos podía siquiera llegar a imaginar.

La oferta

– ¿Una moneda? -aventuró alguno.

– ¡Una moneda de oro!

La joya brillaba en la mano del técnico, dándole enteramente el aspecto de un Long John Silver salido de «La isla del tesoro», pero los que habían leído el libro decidieron abstenerse de comentarlo.

– La historia es espectacular y todos me lo vais a agradecer. – Helenio Herrera paró un momento para tomarle el pulso al auditorio y decidió redoblar su ya descomunal entusiasmo-. Me vino a ver Alfredo Giorgi, al que algunos ya conoceréis porque es el corresponsal de «La Gazzetta» en Barcelona, y allí me hizo una propuesta. Angelo Moratti, presidente del Inter y un hombre más rico que Dios, celebra mañana su cumpleaños, y como nosotros le hemos destrozado a su equipo en la Copa de Ferias, está convencido de que somos los más grandes del mundo. Así que unos amigos suyos se han decidido a organizarle un partido de fútbol como regalo de aniversario y es ahí donde entramos nosotros.

Los jugadores miraban al técnico con ojos de animal de granja en el día de la matanza. A la mayoría aún les faltaba el oxígeno por los rigores del partido y no podían estar seguros de si esto se trataba de algún tipo de truco motivacional de Herrera, una broma o si simplemente es que se había vuelto loco. Todos esperaban que otro hablase y tras algún carraspeo informativo le tocó a Segarra oficiar de capitán y dar la cara.

– Pero don Helenio… ¿y con Gich y Campabadal qué hacemos? –preguntó el capitán, como si el técnico se hubiese podido olvidar de los perros de presa de la directiva- ¿El club sabe algo de todo esto?

– A ver, Segarra, ¿cuánto ganabas tú cuando yo llegué al equipo? ¿Y tú, Evaristo? ¿Y tú, Suárez? ¿Cuánto ganabas tú, Antonio? ¿No teníais todos vosotros un pie fuera del club? ¿Quién os defendió cuando la directiva había decidido ya vuestra marcha? ¿Quién, en definitiva, ha mirado más por vuestros intereses?

Los jugadores bajaron la mirada en acto de reconocimiento e incluso alguno asentía aunque con cierta pinta de estupefacción. Helenio comprobó por aquellas caras que era el dueño de la situación y se sintió seguro de poder llevar el discurso a su siguiente nivel.

– Antes de salir de Barcelona hablé con la directiva y les comuniqué que estabais nerviosos por tantas concentraciones y que había que daros algo de tiempo libre. ¿Comprendéis?

– Así que les dije que, por esta vez, mucho mejor que daros la prima por la victoria, se os diera permiso para salir de noche. Y que, total, eso era mejor que arriesgarse a que alguno intentase escapar y se rompiese la crisma descolgándose por el balcón del hotel. –Situación que de hecho ya había sucedido más de una vez.

Lo de que don Helenio Herrera -que cobraba el doble de prima que ellos- hubiese podido rechazar el dinero sí que empezó a olerle a los jugadores a cuerno quemado. Más si cabe sabiendo que para él con el dinero no se jugaba. O que si se jugaba era por dinero. O vaya usted a saber ya. Lo cierto es que aquello, lejos de aclararse, parecía que tenía cada vez menos sentido.

– No os preocupéis porque vosotros al final vais a cobrar, pero no del club. Vais a jugar un partido más esta noche, y cuando acabe vamos a cobrar cuatro veces lo que nos tocaba como prima, más una de estas -y volvió a enseñar la moneda.

– Pero Míster… ¿sin ni siquiera saber a dónde vamos? -replicó Segarra, ya casi totalmente convencido.

– ¿Pero vosotros sois hombres o no sois hombres? ¡Dejaos ya de tantas puñetas! A vosotros no os interesa saber a dónde vamos, porque entonces seriáis responsables. Si sólo me hacéis caso y vais a donde yo digo que tenéis que ir siempre podéis jurar luego que estabais siguiendo las órdenes del entrenador.

Aquello parecía lógico y la plantilla asintió casi unánimemente, más aun cuando faltaban los húngaros, que eran siempre los más dispuestos a desautorizar a su entrenador. Helenio Herrera aprovechó la coyuntura para hacer entrar a unos señores misteriosos, que llegaron cargando fardos rellenos de ropa, y les ordenó a todos vestirse con lo que había en ellos.

Los jugadores fueron recogiendo de allí unas gabardinas grises, gafas de sol y sombreros tipo fedora, que a algunos les iban más apretados que a otros, porque se había traído una sola medida para todo el mundo y había una gran dispersión de tamaños y hechuras entre los muchachos, pero al final ninguna prenda supuso un obstáculo insalvable.

Cuando ya habían terminado de vestirse, se les suministró a todos instrucciones en tarjetas de cartón, con la consigna de que deberían memorizarlas primero para poder destruirlas después, y cuando ya estuvieron por fin instruidos y disfrazados, como si una feria de detectives privados hubiese llegado a la ciudad, fueron desfilando en dirección a la salida del estadio. Desde allí se dedicaron a cazar taxis en grupos de tres y cuatro, aunque con los jugadores camuflados entre los señores misteriosos, que resultaron ser italianos, porque de esa manera, según les dijo Helenio Herrera, ningún taxista detectaría algún acento sospechoso.

El rival

Aquel enjambre de taxis culminó su viaje en el aeropuerto de Malpensa, en donde más fulanos desconocidos guiaron a la plantilla por un laberinto de hangares, hasta llegar a las fauces de un avión privado. Casi parecía que formaban parte de algún delirante sueño del pintor figuerense Salvador Dalí, y en casi todo momento se esperaban que alguien, con mejor criterio que el suyo, les diese el alto y les conminase a volver a la relativa seguridad de su hotel milanés.

La Juventus de Cesarini era el rival elegidoNo obstante, el viaje en avión transcurrió con relativa tranquilidad, dado que casi ninguno hablaba, e incluso don Helenio Herrera se hallaba extrañamente silencioso para lo que en él era habitual. Al aterrizar se dieron cuenta de que se hallaban en la Ciudad Eterna, Roma, y allí fueron recibidos por el equipo que se suponía que tendría que ser su rival y al cual también encontraron bastante cansado. Se trataba de la Juventus de Turín, que venía de jugar un interminable partido copero contra la Sampdoria, debido a que el extremo Bruno Mora les había empatado en el intervalo del último minuto. Al final todo había salido bien gracias a Nicolè, el nuevo Piola, quien había arreglado el desaguisado marcando durante el tiempo suplementario. Pero los jugadores se traían una joda tremenda con el director técnico Renato Cesarini, que precisamente se había hecho popular como jugador por marcar goles sobre la hora.

Teniendo en cuenta que el ítalo-argentino era también quien más fluidamente hablaba las lenguas vehiculares de las dos expediciones, no tardó en auto-erigirse como mediador entre ambas, lo que permitió a la delegación azulgrana percatarse de un hecho insólito: ¡el ego de Renato Cesarini rivalizaba con el de Helenio Herrera! La prepotencia del argentino asfixiaba el ambiente como las nubes de tabaco en un postpartido. Suerte que allí estaba el hispano-argentino para oficiar de contrapeso en aquel concurso improvisado por el título oficioso de «el que más sabe de fútbol en el mundo».

Ambos se desentendían estupendamente y bajo el aparente debate se podía leer entre líneas que compartían una sensibilidad común en su manera de entender lo que estaba llegando en cuanto a lo táctico, la dieta o la preparación física. Sin embargo el preparador de los juventinos, Carlo Parola, no pudo ni decir esta boca es mía, ahogado por aquel tsunami de verborragia.

Las dos plantillas se distribuyeron en sendos autobuses, que circularon por calles y caminos amparándose en la relativa oscuridad, hasta divisar por fin el monumento más característico de la ciudad, el Coliseo romano, que se encontraba acordonado como si se estuviesen realizando algunas obras de infraestructura de la ciudad.

Absolutamente atónitos y quizás esperando incluso la aparición espontánea de los carabinieri, los dos grupos de atletas se aprestaron a entrar en el mastodóntico anfiteatro para volver a darle su uso original: el espectáculo. Las gradas no estaban llenas, pero sí que había una selecta reunión de oligarcas entre la que algunos pudieron reconocer al homenajeado de la noche y magnate del petróleo, Angelo Moratti, así como al presidente bianconero, Umberto Agnelli, ya su hermano y presidente dell’Istituto Finanziario Industriale, Gianni Agnelli. Lo más granado de la industria del combustible y el motor se había sentado en medio de la noche romana para ver jugar al que, hasta ese momento, era el mejor equipo de Italia, contra el que parecía destinado a ser esa temporada el mejor equipo de Europa. El hechizo de aquel momento solo se trabó cuando oyeron gritar a Helenio Herrera…


 

Autores:
Marc Roca: ilustraciones.
David Mata: textos y guión.


Comentarios (25)

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  • Identificado como
@ Andraujo

Sorprendido, ¿eh? ^^
lmao, no entiendo nada xD
Pero esto va en serio?
@ Abel

Mucho, sí. Aquí en México, por historia, una de las canteras más importantes es la de los Pumas de la UNAM. Ésta, dicen, tiene a su padre en... Renato Cesarini. Si quieren saber un poco más, escribimos esto hace unos añitos: http://www.futboldecafe.com/uncategorized/la-revo...

Saludos desde México.
TREMENDOOOOOOOOOO. Qué buenos son Matita y Roquita. ^^
Vale, no jaja. Pues me ha divertido mucho. Son buenos, si
Jajaja, sensacional.
Ojalá Marc se prodigara más con los pinceles en Ecos.
JO-DER, vaya tela con Marc y David Mata y más después de leer las primeras anotaciones que nos dejas, David. Es sencillamente impresionante la capacidad que tienes como "generador/inventor de historias" que, encima, relatas con suma facilidad. Las viñetas de Marc son otro nivel también. Muchas gracias por amenizarnos la previa con este tipo de sorpresas. Sois grandes ecos!
@ Marc

La repanocha es su saludo mañanero: "Hola a todos. ¿Confundidos? Bueno, es normal".
¡Madre mía!
Acabo de verlo, menuda maravilla, David y Marc. Sois geniales!

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