
Bota de oro en un par de ocasiones, romperredes imparable, símbolo del fútbol portugués de los años 80 y referencia mundial si de delanteros centro hablamos. 168 goles en 183 partidos. Fernando Gomes era –es- una leyenda del Oporto, pero se perdería el partido más importante de la historia del club. Gomes estaría en Viena sólo como espectador, haciendo el desafío para el club portugués aún más grande. El Bayern Munich aguardaba y toda ayuda era poca.
Artur Jorge consiguió llevar al club del Estadio das Antas más lejos que cualquier otro entrenador. Hasta entonces siempre había estado a la sombra del Benfica, indiscutible dominador del panorama nacional y prestigioso ganador de dos Copas de Europa que eran una losa para un club que ambicionaba cambiar el statu quo del fútbol luso.
El Oporto no era uno de los grandes favoritos para ganar en 1987La máxima competición continental había pasado la treintena –aunque realmente la Orejona sólo tenía 20 añitos- y lo hacía con muy buena salud. La edición 86-87 se presentaba como una de las más potentes hasta la fecha. Participaban los tres campeones continentales del año anterior, algo poco habitual. El sorprendente Steaua rumano defendía su corona de campeón continental sin el héroe Duckadam pero con Hagi, mientras el potente Dinamo de Kiev, campeón de la Recopa, se presentaba como máximo aspirante al título. El Real Madrid de la Quinta del Buitre, tras su doble victoria en la Copa de la UEFA iniciaba el asalto al sueño de la Séptima por primera vez. Y en el bombo también entraron una Juventus que iniciaba su renovación tras un período de oro –fue la última temporada de Michel Platini-, el poderoso Bayern de Udo Lattek, un talentoso Estrella Roja, el Anderlecht, constante animador del fútbol europeo de la anterior década, el Austria vienés liderado por Polster y una buena generación austríaca –que nunca cumpliría con todo lo que prometía-, el PSV que ganaría el título al año siguiente o un Panathinaikos que había sido semifinalista apenas dos años antes y que ahora contaba con los millones un presidente ambicioso. Había nivel, y el Oporto no aparecía como uno de los favoritos.
La edición de 1987 es una de las de mayor nivel en la historia de la Copa de Europa.
Sin embargo, los portugueses se van haciendo un nombre gracias a su trío de atacantes: el ya célebre Fernando Gomes –Bota de Oro en el 83 y el 85-, el habilidoso y temperamental argelino Rabah Madjer y uno de los jóvenes prodigios del fútbol europeo, Paulo Futre. A mediados de los 80, una generación de talento casi sin precedentes aparece en el Viejo continente: Michael Laudrup, Emilio Butragueño, Míchel, Enzo Scifo, Dragan Stojkovic, Dejan Savicevic, Gica Hagi, Roberto Mancini, Toni Polster, Robert Prosinecki, Roberto Baggio… Grandes jugadores surgen de todos los rincones de Europa. Pocos más excitantes que Futre. Un extremo con una velocidad y un regate en carrera prodigiosos, que se va a revelar como una fuerza imparable en esta edición de la Copa de Europa.
El Bayern Munich llegó a la final tras golear al Madrid de las QuintasEl bombo fue generoso con los portugueses en las dos primeras rondas. El Oporto destrozó al Rabat Ajax maltés y ganó con solvencia a los checoslovacos del Viktovice. Sufrió ante un Brondby, que crecía en base a un grupo de jugadores que sorprenderían a Europa en la Euro 92. Los Dragones estaban en semifinales, mientras el resto de grandes equipos se mataban entre ellos. La segunda ronda fue fatal para la Juve, eliminada por el Real Madrid en la eliminatoria estrella de aquella fase. También sucumbirán los campeones del Steaua a los pies del Anderlecht, en el cual se integraban muchos jugadores de la sorprendente Bélgica de Mexico 86. La trayectoria belga quedaría truncada en la ronda siguiente, cuando el Bayern se les cruzó en el camino. Sin piedad, los bávaros aplastaron a los belgas 5-0 en Munich. La impresionante trayectoria de los de Lattek había comenzado con la eliminación del PSV en la primera ronda, para luego dar cuenta de Polster y sus chicos en la segunda. Tras el Anderlecht, sería el Real Madrid quien quedaría sepultado por un torrente de goles –y una actuación bastante mala del árbitro escocés Valentine- en el Olympiastadion. Las Quintas del Buitre y de los Machos, que ya venían desquiciadas de la ida, fueron incapaces de remontar en la vuelta, y el Bayern volvía a la final cinco años después de su sorprendente derrota a manos del Aston Villa de Tony Morley y Gary Shaw en Rotterdam.
Para llegar a Viena, los de Artur Jorge tenían que derrotar al Dinamo de Kiev de Valeri Lobanovskiy, sin duda el equipo de moda en Europa. Su camino había sido plácido hasta aquí, aplastando al campeón búlgaro –un Beroe Stara que se benefició de las sanciones a CSKA y Levski por una célebre pelea en la final de Copa-, al Celtic de Glasgow y al Besiktas. Era su victoria en la Recopa el año anterior y la gran imagen dada por la URSS –con 13 jugadores del Dinamo- en el Mundial de México lo que asustaba de ese equipo. Fútbol rápido, incansable, siempre atacando los espacios del equipo rival, con jugadores que combinaban casi de memoria… Los soviéticos eran claros favoritos, pero como ocurriría de manera demasiado habitual a esta generación –y a otras muchas de futbolistas de la URSS-, llegado el momento de la verdad fallaron. La ida, jugada en Portugal, se saldó con una victoria portuguesa. Apenas 2-1, con goles del inevitable Futre y André de penalti, con Yakovenko marcando el tanto soviético. Un gol que se presumía decisivo para el devenir de la eliminatoria. En la vuelta, en un estadio de la República de Kiev con cien mil almas apoyando al Dinamo, los portugueses no salieron a defender. En los primeros 10 minutos el Oporto asesta dos golpes mortales a la fe de los de Lobanovskiy. Primero Celso y luego Fernando Gomes ponen un 0-2 que ni el más optimista de los portistas podría soñar. Cierto es que Mikhaylichenko, un todocampista que era la última joya descubierta y pulida por el zorro soviético, recortó apenas dos minutos después dando esperanza al equipo ucraniano. Pero el Dinamo, habitualmente frío, compacto, dominador, pareció desquiciado desde el inicio del partido, más aún al recibir goles que no deberían haber recibido. Su plan saltó por los aires y con él sus esperanzas de ser el primer equipo de la URSS en jugar una final de Copa de Europa.
Viena vio una final coronada por una jugada absolutamente icónica.
En el césped del Prater se iba a medir la ilusión primeriza del Oporto con las ganas de reverdecer laureles del Bayern. Los portugueses, como ya dijimos, llegaban sin Gomes, que se había roto la pierna, pero también sin Jaime Pacheco y Walter Casagrande, el delantero internacional brasileño, tocado. Por su parte, los bávaros también tenían ausencias importantes. La que más la de su líder, el líbero y capitán Klaus Augenthaler, sancionado, pero también la de su delantero titular Roland Wohlfarth y la de Hans Dörfner, uno de sus incansables centrocampistas. Afortunadamente para ellos, Lattek contaba con un segundo líbero de clase mundial, el germano oriental Norbert Nachtweih –cuya historia de fuga y persecución desde el otro lado del Muro es remarcable-, que acompañaría a los sólidos Eder y Pflügler en la defensa –los clásicos dos marcadores del 3-5-2 de todo equipo alemán-, con el genial Jean Marie Pfaff en la portería. Flick era el sustituto de Dörfner en el medio, cubriendo la espalda de Matthäus y un Brehme que, lo mismo ejercía de carrilero izquierdo con Winklhofer en la derecha como aparecía en el medio para ayudar a Matthäus. Arriba jugarían el tanque Dieter Hoennes, junto a pequeño Ludwig Kögl y otro hermanísimo, Michael Rummenigge. Por su parte, Artur Jorge, compensó sus bajas con un esquema asimétrico. La línea de cuatro en defensa –liderada por el brasileño Celso y el capitán Joao Pinto- protegiendo al polaco Mlynarczyk, tres centrocampistas centrales como Quim, António Sousa y António André con Jaime Magalhaes ocupando la derecha. El flanco izquierdo, a medio camino entre un interior y un extremo puro, era para Futre, mientras Madjer ocupaba la punta de ataque, pero con libertad de movimientos.
El Bayern Munich se adelantó en la finalEl partido no comenzó bien para el Oporto, que se vio controlado por los alemanes, dominio que se reflejó en el marcador cuando Kögl, precisamente el jugador más bajito, adelantó al Bayern de cabeza. Fue quizá el momento más destacado de la carrera del extremo, un hombre que prometía mucho pero que no llegó a cumplir con todo su potencial. Repitió un poco la historia de la anterior gran promesa del Bayern, Reinhold Mathy, otro extremo habilidoso que había destacado en la anterior final del club, en 1982. La carrera de Kögl iría difuminándose hacia el anonimato –a pesar de su liga con el Stuttgart-, pero volvería de las tinieblas más de una década después, como líder del modesto Unterhaching cuando este club llegó a jugar en la Bundesliga. Poco después, con el Oporto aún groggy, Michael Rummenigge estuvo a punto de hacer el segundo. Futre jugaba muy metido en el centro, casi haciendo pareja con Madjer, y los portugueses eran un equipo bastante estrecho. Esto daba toda la ventaja al Bayern, con Brehme y Winklhofer dominando los flancos y Kögl cayendo a banda para crear superioridades. El Oporto se limitó a aisladas carreras en solitario de un Futre desatado. Madjer estaba desaparecido.
El partido cambió en el descanso: Madjer y Paulo Futre se fueron adueñando de él.
En el descanso, Jorge dio un giro a su planteamiento del partido. Introdujo al pequeño Juary, un delantero brasileño que había hecho carrera en Italia, llegando a jugar en el Inter, y que había sido internacional en la lejana Copa América del 79. Rápido y escurridizo, era un compañero de ataque ideal para Futre, y una pesadilla para los lentos centrales alemanes. Madjer se movía a una banda, manteniendo ocupado a Winklhofer y el partido se volvía una pesadilla para Nachtweih, el líbero. Jugando con un 4-4-2 más tradicional, el Oporto se vio más cómodo, controlando mejor las arrancadas de Matthäus y obligando a Brehme a permanecer pegadito a su flanco, por obra y gracia de Magalhaes.
Con Hoeness aislado en el ataque y el Oporto dominando el medio del campo, Madjer y Futre comenzaron a sembrar el pánico en un Bayern que cada vez acumulaba más hombres detrás de la pelota tratando de proteger su ventaja. La táctica le sirvió hasta bien entrada la segunda parte, pero finalmente, en el 77, un barullo en el área alemana tras centro de Juary lo resolvió Madjer con un genial taconazo que batía a Pfaff e igualaba el partido. Uno de los goles más recordados de la Copa de Europa. Apenas tres minutos después, una espectacular carrera de Madjer –que un minuto antes había tenido sus primeros calambres, que él reconocería que fueron debidos a la tensión tras marcar su gol-, fue culminada con una volea de Juary ante la que nada pudo hacer Pfaff. Tres minutos y la Copa de Europa había volado de nuevo para los muniqueses. Una sensación que quedaría en el recuerdo y que volvería de una manera aún más cruel 12 años después. La derrota en la final de Vienta admeás también provocó la desintegración del equipo, con Lothar Matthäus y Andreas Brehme yéndose ese verano al Inter de Milan, donde rendirían admirablemente.
Para el Oporto era el inicio de una nueva era. Durante años el fútbol portugués había estado dominado con mano de hierro por el águila lisboeta. Pero en Viena algo cambió. Aunque el Benfica tuvo sus últimos coletazos de grandeza llegando a la final de la Copa de Europa del 88 y el 90 el panorama del fútbol luso había cambiado para siempre. Mientras el Oporto crecía y crecía, la maldición de Bela Guttman seguía persiguiendo a los lisboetas, como queriendo compensar al club al que el húngaro abandonó para crear su leyenda en la capital.
Y es que, a pesar de lo que digan los chinos, 1987 fue el año del Dragón.
@DracBlau75 · hace 518 semanas
En esa fantástica final mención también para la entrada de Frasco un pequeño y bullicioso mediocampista que contribuyó a desestabilizar la zaga alemana (la jugada del primer gol tiene origen en una iniciativa suya por el medio) y sobretodo el jugadón maradoniano de Futre mediada la segunda mitad que de entrar seria, sin duda, recordado como uno de los mejores goles de la historia de la Copa de Europa. Menos mal que luego Madjer lo arregló…
sejrazo 58p · hace 518 semanas
Muchas gracias!
La verdad es que la Copa de Europa del 87 es una de las más divertidas que hay. LLena de equipos muy atractivos y con partidazos y enfrentamientos entre estilos que dejaron muy buen sabor de boca. Edición a repasar, desde luego!
@migquintana · hace 518 semanas
Luego le conoceríamos perfectamente en el fútbol español, pero hay que ver las diabluras que hacía ya en ese Porto. Era uno de esos encaradores súper eléctricos y tremendamente ágiles a los que ahora les cuesta nacer.
sejrazo 58p · hace 518 semanas
Futre era un jugador de culto. Se hubieran hecho millones de highlights en el Youtube de la época. Lástima de lesiones, que cortaron totalmente una trayectoría que prometía ser legendaria.
PD: Hago referencia a ello al final del artículo, pero sigo sin relacionar al Benfica con sus dos finales del 88 y el 90. Hicieron taaaaan poquito en ambas...
@9LutherBlissett · hace 518 semanas
No conozco nada de este Oporto más allá de Futre y Maher, a los q recuerdo de una forma lejana, pero me da la impresión de que debía ser un equipo rocoso con un par de descarados en ataque. Tenia q ser muy difícil detener a los mejores Futre y Maher
pouco_barulho 72p · hace 518 semanas
pouco_barulho 72p · hace 518 semanas
sejrazo 58p · hace 518 semanas
Absolutamente fabuloso, sí señor. Y es una de las épocas de mejor nivel de la Copa de Europa. Porque por ejemplo, la "era inglesa" es bastante random, pero esta es de juntarse bastantes equipos muy buenos.
@umas21 · hace 518 semanas
Desde luego la champions es una competición fetiche y tener conocimiento de primera mano de estas historias no hace más que incrementar el interés por la copa de europa!