Platinismo: La mística del masajista (VII) | Ecos del Balón

Platinismo: La mística del masajista (VII)


“El fútbol es una ensalada de muchas cosas (…) Es un juego, pero es una lucha, es un hecho social pero es un azar, y entre esas muchas cosas es también un asunto del espíritu”, Carlos Peucelle.

Enrique Anaut, periodista deportivo mudado en escritor, describió en su coqueta trilogía “Historias de Vidas” el clásico botiquín de un masajista de los de antaño: «Aceite verde para los masajes, alcohol para mitigar algún golpe artero, algodón, cinta adhesiva, gasas, algunos «genioles», y el resto lo hacía la voluntad de seguir jugando, en caso de algún golpe. Ah, y la infaltable toallita sobre el hombro». Apenas humo y espejos, pero parte indeleble del valioso ritual socio-afectivo encaminado a la preparación psicológica del partido. Osvaldo Soriano también se hacía eco de ello en su cuento «Gallardo Pérez, Referí», consignando que antes de vestir «las desteñidas camisetas celestes» los demás muchachos y él se habían aplicado un masaje con el pseudo milagroso aceite verde.

Lo psicológico, lo anímico era el hueso del tema. Di Stefano recordaba en sus memorias que durante la temporada de su debut se había torcido el tobillo en la cancha de Chacarita, justo el día en que el Charro Moreno le había preguntado: «Nene, ¿no te vendás el tobillo?», advirtiéndole durante aquel intervalo de que el campo estaba poceado, plagado de pequeños pozos, y que por tanto era peligroso. La futura «Saeta» se negó y a los 15 o 20 minutos de la segunda mitad le tuvieron que sacar porque no podía ni caminar. Un caso de lo que los psicólogos llaman profecía autocumplida. Así que a partir de ahí empezó a vendarse, o al menos así lo hizo hasta que jugó en Colombia. Allí un compañero le sacó la venda desproveyéndola de su mística. «Alfredo, la venda elástica, ¿qué te hace si te duele el tobillo adentro? No te va a hacer nada eso, es una cosa mental», le dijo Báez en un ataque de pragmatismo criollo.

Más adelante, ya retirado, Di Stefano se vanagloriaba de que en sus once años como madridista jamás entró el masajista «a echarme esa «agua bendita» que en seguida parece calmar el dolor mas intenso a cualquier jugador». Reivindicaba así el amor propio aprendido del «Fanfa» (por fanfarrón) Moreno, pero implícitamente también se reconocía una dinámica futbolística más psicológica o mística que sanitaria. La administración del agua que cura por parte de su clérigo secular: el masajista.

La labor del masajista iba mucho más allá de aplicar la tradicional «agua bendita».

River gozó durante mucho tiempo de uno de los más famosos santones de ese negocio, Aureliano Gomeza alias «Machín», personaje humano tremendamente querido por los distintos integrantes delPara River, Machín era más que el masajista plantel millonario durante sus más de tres décadas de servicio al club. Contaban que había sido un hincha de los de toda la vida (época amateur) y que incluso había probado alcanzar una plaza en el equipo practicando el puesto de «los gordos y los bobos», el de portero, pero sin ser capaz de alcanzar con su fútbol a las estrellas de primera. Lo consiguió en un rol teóricamente menos lucido pero que él reinterpretaría asumiendo atribuciones esenciales. A su alrededor se idearon las más famosas de las bromas, pero también fue el confidente de los peores ratos. Siendo el único factor constante del plantel y en virtud de sus enormes cualidades humanas, devino en el epicentro emocional del equipo. Numerosas veces los futbolistas le sacaron en andas para reconocerle de esa guisa lo trascendental que era su acción en el triunfo. Por dar un ejemplo, la famosa vuelta olímpica en la Bombonera de 1942 contó con un Machín visiblemente emocionado.

Su función fue la de hilo invisible, amalgamador de carácteres, y también la de atento padre y lustrador de mística. Se sabía hacer querer y fomentaba la amistad entre los jugadores, sinergia básica para la futura lucha, y lo hacía cuidando preciosamente de lo que el paraguayo Antonio González llamaba el «entrenamiento invisible», la vida privada, ya fuese sacando a los muchachos de las concentraciones «para ir a comer un lomito a la costanera» o advirtiéndoles por las noches, si es que los descubría trasnochando, con un escueto pero certero: «Noches alegres, mañanas tristes». Suponemos que en la época dorada lo tendría que pronunciar muchos veces, habida cuenta de que los dos mejores hombres, Pedernera y Moreno, eran disparatadamente juerguistas y mujeriegos, hasta el punto de que ya retirado e interrogado sobre el tema, Adolfo Pedernera aseguró que «no es cierto que anduviéramos por ahí corriendo mujeres. Nosotros no las corríamos: ellas se dejaban agarrar».

Pese a todo ese cariño que se le profesó y que aun se le profesa, quizás una de las mayores contribuciones de Machín bordea excesivamente el anonimato. Se dice que cuando en alguna conversación se empleaban halagos exagerados respecto al talento de algún jugador no millonario, el masajista repetía: «Quiero verlo acá, en el verde césped y con el manto sagrado». Se producía así una hierofanía en el sentido que le daba Mircea Eliade, un objeto (camiseta) se transforma en algo sagrado sin dejar de ser él mismo. A su vez la expresión del «verde césped» devino suprema sentencia en disputas periodísticas o tertulias de pizarra técnica, por mor de haber acreditado el único juzgado serio de fútbol.

Al igual que en River, los masajistas de Boca se convirtieron en piezas fundamentales del vestuario.

Los homólogos de Machín en Boca tampoco es que fueran cortos de lo que llamamos mística. De hecho tres de ellos refulgieron con brillo especial durante la primera mitad del siglo XX.

Victoriano «Toto» Caffarena, nativo del barrio de la Boca, de familia genovesa y estudiante de notaria, que decidió contra el criterio paterno no solo acompañar al equipo en la histórica gira europea de 1925, si no que además ayudó a sufragar los gastos del viaje. Pese a su elevada extracción social, durante aquellos cinco meses se puso al servicio de sus ídolos, hombre de origen humilde, actuando en calidad de masajista, utilero, asistente, técnico y delegado. Lo que provocó que la plantilla le tomase verdadero afecto y le bautizase como «el jugador número doce». Ese mismo año, el diario Crítica comisionó al escritor y periodista Pablo Rojas Paz para que cubriese los partidos de Boca, pese a no ser este muy entusiasta del balompié. Sin embargo, Rojas Paz quedó tan conmovido por la euforia del hincha de la Bombonera que, al serle presentado Caffarena, consideró que su historia era arquetípica del sentir del aficionado xeneize y le dedicó una crónica titulada «El Jugador Número Doce», que convirtió el concepto en mitología para el aficionado. Durante la primera presidencia de Alberto J. Armando (1955) se le concedió a Toto una placa oficial que le reconocía institucionalmente como ese «Jugador Número Doce» que ahora toda la afición reclama para si.

Si bien Caffarena no era técnicamente masajista, el club le acreditaba como tal para abrirle las puertas del vestuario en cualquier estadio en que Boca jugase, no obstante por aquellas fechas existía un kinesiólogo genuino trabajando para la institución, el afamado japonés Kanichi Hanai. A los 19 años (1904)En la Bombonera aún se recuerda al «Japonés» había perdido a su padre en la guerra ruso-japonesa, así que optó por emigrar a Europa y desde allí llegó a Buenos Aires. Tenía estudios de anatomía, jiu-jitsu y gimnasia, y se especializó en dar clases de esto último a la policía de las dos orillas del Río de la Plata. Una vez que viviendo en Dock Sud le llevaron a ver un partido entre el local y Huracán, cayó lesionado uno de los delanteros y Hanai se ofreció a darle remedio allí mismo, mientras aun se estaba disputando el encuentro. Tanto sorprendieron sus habilidades que ese mismo día fue contratado para las funciones de masajista y recuperador de lesionados. Posteriormente se incorporaría a la AFA y de allí pasó a Boca donde llegó a ser una figura popular. De hecho todos le conocían como «el Japonés de Boca». Pese a ser un gentleman que llegaba a atender con el mismo rigor a los de su propio club que a los rivales, figura entre los participantes del primer episodio mortal de una «barra brava» del equipo. Pepino el Camorrero, antigua mascota y líder de la afición, asesinó de un disparo al hincha uruguayo Pedro Demby durante el último partido del Campeonato Sudamericano de 1924 celebrado en Montevideo. La mayoría de los jugadores de la selección eran boquenses y amigos suyos, así que les solicitó asilo en su hotel y Kanichi Hanai hizo desaparecer el revólver tirándolo por el water. Luego se pergeñó un plan para salvarle. Los futbolistas saldrían a la calle a desafiar a los aficionados uruguayos, que acordonaban el hotel, y propiciarían una pelea para que Pepino pudiese alcanzar el barco a la carrera. El plan funcionó a la perfección y puesto que el delito nunca pudo ser demostrado, dado que su hermano mellizo fue visto en su localidad de origen a la hora de autos, pudo seguir yendo a ver los partidos de Boca.

Kanichi había importado las técnicas de la tradición oriental, en la línea de masaje restaurador que con raíz en el jiu-jitsu iba a desarrollarse durante el S.XX, lo que le valió la amplia confianza de todos, así como distinguidos piropos, por ejemplo cuando «Pancho» Varallo decía que sus manos eran mágicas. Lo que noGarasini fue jugador, el masajista e, incluso, técnico de Boca Juniors pudo o no supo hacer fue dirigir al equipo a ganar un título, honor que si que le cabe al también masajista Alfredo Garasini. Jugador y ocasional linier durante la gira europea, “Garassa” adoptó cualquier función que el club le encomendó. Surgido del semillero de la institución, circuló por todos los puestos durante el periodo amateur. Debutó como defensa (1916), se empleó luego en todo el frente de ataque (ariete, wing o interior) e incluso le llegó a dar el relevó al portero Tesorieri. Solo le fue infiel al equipo una temporada (1921), luego regresó a su casa y permanecería en el conjunto hasta el día de su muerte. Su condición de muchacho querido del club y del barrio se la granjeaba Garasini con sus cualidades de «showman», saludando a los genoveses en dialecto de la Liguria (zeneize), provocándose hemorragias para demostrar que su sangre era azul y oro, o disfrazándose de las maneras más variopintas cuando el equipo conquistaba un título. Tras su retirada pasó a desempeñarse como mascota y masajista, lo que le emparentaría con el Machín de River salvo por la parte en la que de un salto acabó sentado en la poltrona de técnico (1943). No obstante su labor en ese campo era bastante apócrifa. Durante la semana trabajaba en las oficinas de un banco, y los domingos se reunía con los muchachos para animar el ambiente en base a canciones, bromas… y lo que Panzeri calificaba de «otros medios de vida espiritual». La dirección técnica real recaía en «los cuatro o cinco jugadores con mayor predicamento» y la preparación física se le encomendaba al muy experto Pablo Amándola. Garasini se ponía el traje de Director Técnico porque así lo quería la directiva. Según Panzeri como una forma de que la afición percibiese que existía «organización» e, hipotéticamente, un chivo expiatorio o responsable. Se ganó un bicampeonato (1943-44) y esta anécdota se convirtió en piedra de toque para las teorías panzeristas más extremas sobre la futilidad del técnico en relación a lo que él llamaba la «camarilla» o líderes de vestuario. Otro masajista, Sobral, también había sido campeón en 1940 con el mismo equipo y en funciones de supuesto D.T.

Muchos años después, Diego Armando Maradona seguía teniendo como confidente a su masajista.

Luego los masajistas han dejado de hacer de técnicos, pero han seguido siendo maestros espirituales y confidentes. Es notorio el caso del italiano Salvatore Carmando, las otras manos de Diego Maradona, quien le hacía víctima de sus travesuras y se lo llevaba hasta a la selección. También el de Miguel Ángel Di Lorenzo «Galíndez», que se autodefinía como «un tipo muy alegre, muy chistoso; (que) vengo a darle alegría al grupo y a alentar a los muchachos», pero que además resultaba muy carismático por las numerosas cábalas (supersticiones) que ejecutaba mediante extraños movimientos rituales realizados al costado del campo. A Diego le conoció con 15 años y prendado de su juego le dijo que sería mejor que Pelé. Se hicieron grandes amigos. O Juan Gregorio Pacheco «Pachequito» que en los 70 inventó su propio aceite verde, con el que dejaba las piernas brillantes a los jugadores, y luego cantaba para amenizar la llegada a las canchas. Todos ellos fueron emisarios de la alegría y trabajadores de la mística del vestuario.

 

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Artículos publicados:
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2- Felix Roldán y otros héroes anónimos
3- Mito y folklore de la escuela millonaria
4- El Ángel de la Bombonera
5- Notas para la confección de un semillero estilo Máquina
6- Notas para la confección de un semillero estilo Máquina (II)
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Comentarios (13)

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A mí que alguien me explique de dónde saca David Mata la información para escribir, por ejemplo, esto:

" Ese mismo año, el diario Crítica comisionó al escritor y periodista Pablo Rojas Paz para que cubriese los partidos de Boca, pese a no ser este muy entusiasta del balompié. Sin embargo, Rojas Paz quedó tan conmovido por la euforia del hincha de la Bombonera que, al serle presentado Caffarena, consideró que su historia era arquetípica del sentir del aficionado xeneize y le dedicó una crónica titulada “El Jugador Número Doce”, que convirtió el concepto en mitología para el aficionado. Durante la primera presidencia de Alberto J. Armando (1955) se le concedió a Toto una placa oficial que le reconocía institucionalmente como ese “Jugador Número Doce” que ahora toda la afición reclama para si."

Vaya pedazo de artículo. Creo que es mi favorito de la serie Platinismo. Además me ha durado justo lo que he tardado en desayunar.
Que a todo esto, lo de Kanichi Hanai se las trae también ^^
Pfffff vaya serie... para no decir nada y aprender. De lo mejor que he leído en mucho tiempo. Iba a esperar a que acabara el serial para felicitar al autor, pero este artículo ya ha sido el colmo. Para los que apenas conocemos nada del tema solo nos queda disfrutar y aprender.

Tremendo trabajo.
Esta serie es una obra de arte y me parece a mí que vas más allá de historia del fútbol argentino para convertirse además en otras cosas preciosas como un homenaje a estas profesiones tan necesarias para el fútbol como son el masajista o en la entrega anterior los cazatalentos y entrenadores de fútbol base.
Chapeu por David Mata por trasmitir de una forma tan amena estas historias que forman parte del "otro fútbol" tan importante y tan poco reconocido ya que casi ninguno seriamos capaces de nombrar a ni un masajista que trabaje en un equipo de fútbol y son gente primordial.
De cuantas historias y cuantas vivencias no habran sido participes Salvatore Carmando, Kanichi Hanai o “Toto” Caffarena, cuantos secretos no habran conocido.
Gran articulo, pero me falta en lo de Galindez, su mas famosa anecdota con Branco, luego hay por ahi una con Maradona en Barcelona que es mundial.
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