Si la de Brasil 2014 es considerada por muchos aficionados la Copa del Mundo de los porteros fue, en parte, por las actuaciones de Guillermo Ochoa (1985). Sin embargo, el arquero mexicano, que paró todo lo parable ante Brasil y Holanda, había llegado a su tercer Mundial con las mismas dudas que siempre le han acompañado desde que Ricardo La Volpe le hiciera debutar con el «Tri» en 2005. Nadie cuestionaba su talento bajo palos, pero su propensión al error fatal en momentos determinantes le había impedido consolidarse en la portería nacional. Si a Alemania 2006 había ido a aprender de un veterano como Oswaldo Sánchez, en Sudáfrica 2010 vio cómo Javier Aguirre se decantó por el «Conejo» Pérez en el que debía ser su primer gran Mundial. Aunque muy cuestionada, la decisión de que Ochoa no fuera el titular también tuvo continuidad durante la posterior fase de clasificación, en la cual José Manuel de la Torre dio prioridad a Corona. Desde Francia no paraban de llegar elogios por sus actuaciones con el AC Ajaccio, pero en México los debates se sucedían sin dar con la solución final. «Memo» Ochoa era el guardameta mexicano de más posibilidades. El más genial. El más capacitado para ganar un partido. Pero también se le consideraba una apuesta de riesgo. Consciente de esto, Miguel Herrera arriesgó, apostó… y ganó.
Fue elegido el mejor jugador del partido de fase de grupos ante Brasil y de los octavos ante Holanda.
La Copa del Mundo de Guillermo Ochoa fue magnífica. Cumplió como arquero titular, resultó decisivo en el marcador y se convirtió en todo un ídolo para su país por sus paradas, pero pese a esta valoración general también hay que decir que, además de sus virtudes, en la cita mundialista se pueden encontrar sus defectos sin mucha dificultad. Y es que Ochoa es un portero muy sincero. No miente. No engaña. Él es un parador. Un muy buen parador. Y se limita a ello. Quizás lastrado por los errores pasados o quizás ya consciente de sus limitaciones, el mexicano es uno de los porteros menos complejos de la actualidad.
Se podría decir que su actitud siempre es reactiva. En las acciones de remate, los balones aéreos o las situaciones fuera del área, el mexicano espera a que la jugada le llegue. Ni trabaja previamente ni busca anticiparse. Esta forma de desempeñar su labor condiciona, por supuesto, la delSu posición siempre es demasiado retrasada resto del equipo. Con México, pese a tener la línea bastante arriba, su cuevera posición no penalizó al conjunto de manera continuada. El orden de los de Herrera fue extremo durante todo el campeonato, la defensa de cinco nunca quedaba malparada y, si algo fallaba, allí aparecía Márquez para corregir el error. En cambio, en más de una ocasión, Ochoa sí pudo haber ayudado a sus compañeros. Y no lo hizo. Por citar un ejemplo muy visual, en la secuencia de la parte inferior se puede observar cómo, mientras Dani Alves mete un balón en profundidad (foto1), el portero del «Tri» aguarda la acción desde antes del punto de penalti. Cuando quiere reaccionar e ir a por un balón que da su segundo bote en el área grande (foto2), ya es demasiado tarde e, incluso, al correr hacia atrás queda mal situado ante el inminente centro (foto3). En su club, la exigencia en este tipo de situaciones era evidentemente mucho mayor. El Ajaccio formaba con una nada sólida defensa de cuatro a la que era muy fácil pillar la espalda y, sin embargo, la respuesta de Ochoa siempre fue la misma: quedarse muy cerca de su portería.
Pese a parecer un portero pesado a simple vista, bajo palos es todo agilidad y reflejos.
Aunque la de portero es una demarcación en la que cada riesgo debe ser medido con precisión quirúrgica porque el error -casi- siempre es definitivo, en muchas ocasiones el «mayor riesgo es no arriesgar». Y «Memo» arriesga demasiado al confiar toda su respuesta a su enorme talento bajo el travesaño. Así fue en Ajaccio, así es en México y así será en Málaga. Lo que sucede es que, cuando está inspirado, el mexicano puede convertirse en un funambulista imbatible que va por la línea de gol de milagro en milagro.
Porque, aunque engañe con su imagen de portero pesado y tosco, Ochoa tiene todas las condiciones necesarias para ser uno de los más determinantes en estas lides. Colocado siempre un metro por delante o, mismamente, sobre la raya de gol (foto1), su desplazamiento por el eje horizontal no siempre es perfecto. No tiene fallos graves pero, al contrario que otros porteros, no reduce ángulos ni achica espacios desde el trabajo previo a la parada. El caso es que, pese a no ser un felino ágil y brincador, sí transmite la sensación de que puede puede llegar a cualquier rincón de su portería por complicado que pueda parecer (foto2). Es muy intuitivo, reacciona muy rápido al remate y su timing es perfecto. Acompasa a la perfección los tiempos de impulso, vuelo y estirada. A mano cambiada o, incluso, yendo abajo, donde a priori debería sufrir por su físico, es magnífico. Y lo hace todo muy rápido. No tanto por velocidad, como por ejecución. Cierto es que técnicamente no es un deshecho de virtudes, pero también que ha mejorado mucho en el último ciclo mundialista. Antes, cuando estaba en América, tenía demasiadas dificultades a la hora de colocar las manos en disparos centrados que le exigían blocar. Ahora, con este gesto dominado, los errores en estas acciones se cuentan como excepciones y no como norma. Sigue agarrando pocos balones, pero sabe orientar los despejes. Y, cuando un portero para tanto, éste no es un detalle menor. Al margen de todo esto, aunque hemos dicho que su colocación no le reportaba muchos réditos, sí que es cierto que a la hora de achicar espacios cortos hacia adelante (foto1) sabe hacerse muy grande (foto2).
Para reducir su número de errores, ahora Ochoa no sale en casi ningún balón aéreo.
En el resto de aspectos, la esencia reactiva y contemplativa de Guillermo Ochoa se mantiene inalterable. Su juego de pies, por ejemplo, se reduce a la mínima expresión. Ni se entretiene buscando al compañero desmarcado ni busca controlar el balón para dar tiempo a su equipo, simplemente golpea de primeras lo más lejos posible. Lo hace con ambas piernas y, ciertamente, cuando la pega con la diestra, demuestra tener un desplazamiento muy potente. No es extraño, de hecho, verle alcanzar el área contraria. Pensando en su próximo destino, si Javi Gracia busca asentar posesiones largas con cierto valor defensivo como hizo en el CA Osasuna, deberá trabajar su juego corto hasta, al menos, convertirlo en una opción más.
En cuanto al juego aéreo, los problemas si que están probados y demostrados. Considerando que tanto México como el Ajaccio defendían al hombre las situaciones de balón parado, resulta sorprendente ver cómo Ochoa en un altísimo porcentaje de acciones (¿90%?) se quedaba esperando el remate en la línea con, incluso, los dos pies dentro de la zona de gol. Sin ir más lejos, en sus dos mejores partidos del Mundial, ante Brasil y Holanda, Ochoa dejó dos paradas que fueron vitoreadas y aclamadas. Dejando a un lado su velocidad de reacción y su capacidad de intuición, que en estas acciones también habría que ponderar, lo cierto es que sendas paradas se produjeron tras dos remates que jamás deberían haber existido. En el primer caso, Thiago Silva remata una falta lateral a dos metros de la portería (foto1) mientras el portero mexicano se encuentra debajo del larguero (foto2). En el segundo, son hasta dos jugadores holandeses, Kuyt y De Vrij, los que entran en contacto con el balón dentro del área pequeña (foto3) sin que Ochoa salga de su posición inicial para evitar el remate (foto4). A tenor de cómo ha evolucionado su carrera, no es complicado imaginar que esta pasividad es una respuesta a los errores que cometió cuando era joven y valiente. Ahora no falla de forma directa, pero a cambio ha perdido por completo el dominio de su área pequeña. Quizás luego la para, pero rematarle cerca de su meta resulta demasiado asequible.
En la Costa del Sol deberá lidiar con el recuerdo presente del gran Willy Caballero.
La naturaleza de los porteros como Guillermo Ochoa, tan espectaculares en un aspecto como imperfectos en el resto, provoca que, en un análisis amplio, sus defectos ocupen más espacio que sus virtudes, pero no hay que olvidar que la acción más repetida y definitiva de un portero es la parada. Es el principio de todo. La habilidad innegociable. Y, parando, el mexicano es realmente bueno. Contando con este necesario matiz, si quiere dar un nuevo paso adelante en su ya dilatada trayectoria deberá hacer muchas más cosas de las que actualmente hace. No sólo por la exigencia de llegar a una liga de un nivel superior o por lo que le pueda pedir su nuevo técnico, quien de momento ha probado con una presión adelantada, sino porque, además, la Costa del Sol viene de tener a Willy Caballero como uno de los suyos. El argentino no sólo era capaz de obrar el milagro con el guante, la cabeza o la bota, sino que, además, alcanzó una regularidad enorme tanto en sus paradas como en su aportación al equipo. Hacerle olvidar es una tarea imposible, injusta e ingrata, pero es donde ahora mismo «Memo» Ochoa tiene el listón. Su talento como funambulista le dará puntos, tiempo y crédito, pero es lejos de la línea de gol donde deberá buscar el verdadero y definitivo éxito.
Miguel 7 agosto, 2014
Yo no le veo pasta para reemplazar a Caballero, no sé le falta algo . Ojala le vaya muy bien, pero su antecesor es el gran Willy eso pesa y mucho .. al menos esa es mi humilde opinión.