Aún no hemos llegado a los octavos de final de este Mundial y las voces que se alzan proclamando el fin de una forma de jugar al fútbol se multiplican jornada tras jornada. La eterna alternancia entre fútbol físico y de toque había dejado al segundo un plácido reinado de más de seis años bajo la tutela de la monarquía absoluta española. El lugar para el derrocamiento -o abdicación- no podía ser otro que Brasil, lugar de contrastes climáticos donde el músculo y la resistencia son tan necesarios como la táctica.
El partido de Italia ante Inglaterra provocó a algunos una gratificante sensación de dejá vu patrio. El juego de Prandelli dista mucho del que exhibían los italianos en competiciones pasadas. Ni un jugador tan poco refinado como Chiellini despejaba un balón sin antes buscar una alternativa más cercana. Y Andrea Pirlo, qué decir de él. Jep Gambardella paseaba nostálgico por las vetustas avenidas romanas con su aire nobiliario y a la vez nostálgico. Aún joven como para conocer todas las respuestas, pero también demasiado viejo como para no plantearse ya ciertas cuestiones. La ciudad de la eterna melancolía, curiosidad fotográfica para turistas que vienen y van, era para él una prisión donde se iba consumiendo el que una vez fue escritor y periodista de éxito.
Pero aún se guarda Gambardella algún as en la manga, la capacidad para sorprender, dar alguna que otra lección magistral al mundo. Andrea Pirlo, su homólogo futbolístico y abanderado de la técnica más esbelta, intentará hoy comandar a los suyos frente a la potencia física uruguaya, como un homenaje romántico a la idea que se va disolviendo, pero que permanecerá inmarchitable en el recuerdo como todos los templos romanos. Hoy a Pirlo le toca esculpir alguno más.
···
–
Referencias:
Revista Magnolia
Pedro Villena
el party de Benjamín 24 junio, 2014
Vaya peliculón. Pero que hay que ver en una sala de cine y en VO(S) a poder ser. Cobra otra dimensión. Como el fútbol de Pirlo, un tipo por los que vale la pena pagar una entrada para degustarlo en vivo en un estadio. Cosa que por cierto muchos no hemos hecho aún -como con tantos otros, por lo demás-, y no nos queda mucho para repararlo.