En la primavera de 2003 no había ningún gran club europeo que no tuviera una delegación permanente en el José Alvalade. El Sporting de Portugal no estaba realizando una gran temporada, pero el equipo de László Bölöni contaba con dos enormes atractivos que iban más allá de los resultados colectivos. Se trataba de Ricardo Quaresma (1983) y Cristiano Ronaldo (1985), las últimas obras de un taller de artesanía que, con César Nascimento como maestro principal, había cincelado con anterioridad a Paulo Futre, Luis Figo o Simão Sabrosa. Ambos eran muy jóvenes, tenían calidad, irradiaban talento y, además, contaban con el pedigrí de la escuela lisboeta, lo que unido a su necesidad de vender desembocó en una oleada de rumores, intereses y ofertas que evolucionó al mismo ritmo que avanzaba el curso. Aunque primero habían venido a ver a Quaresma, la irrupción de Cristiano fue la que terminó de dinamitar los despachos. Si en enero el Valencia los tuvo atados por 9 millones de euros, en verano su precio se había duplicado por culpa del de Madeira. Parecía inevitable. Todos pujaban, desde Arsenal a Juventus pasando por el Barcelona y el Real Madrid, pero la única persona que tuvo la opción de elegir a quién de los dos fichar fue Carlos Queiroz. «Decidir entre Quaresma y Ronaldo fue un gran dilema», suele decir siempre que es preguntado por el tema. Al final, como es de sobra conocido, el Manchester se quedó con Cristiano (17’5M) y el Barcelona, tras su intento fallido, firmó a Quaresma (6M). Así se decidió el primer paso de dos carreras que no tuvieron nada que ver: la de un doble Balón de Oro y la del portugués errante.
Ricardo Quaresma sólo pasó doce meses en la capital catalana. Y fueron suficientes.
Aunque el impacto de Quaresma en Barcelona distara mucho de ser el esperado (el nuevo Luis Figo, como se le presentaba desde Portugal), su llegada no se produjo precisamente en un mal momento. Con Joan LaportaQuaresma cuajó una muy buena pretemporada en un Barcelona renovado como nuevo presidente, Frank Rijkaard como nuevo técnico y Ronaldinho Gaucho como nueva estrella, durante el verano de 2003 se respiró una corriente de ilusión motivada por los aires de cambio que soplaban en la entidad culé. El proyecto deportivo comenzaba de cero y, de hecho, el extremo portugués arrancó en él de la mejor manera posible. Su pretemporada, con doblete ante al AC Milan incluido, le presentó al aficionado blaugrana como un jugador imaginativo, veloz y desequilibrante, consolidándose así en el extremo derecho del 4-2-3-1 que había dibujado el técnico holandés. Pero las buenas sensaciones se quedaron ahí. Con el paso de los partidos oficiales Quaresma mostró su otra cara, la de un jugador excesivamente individualista, anárquico, inmaduro y sin gol. Desconectado de sus compañeros, la jugada siempre acababa con un regate suyo de más, un mal centro o un disparo inócuo, y Rijkaard tenía otros planes para esa posición. «Él quería que jugase de una manera, y yo intenté hacerlo. Cambié mi forma de jugar para agradarle, pero siempre obtuve el mismo resultado: o el banquillo o la grada. Luego decidí hacer mi fútbol y entramos en guerra», reconocía el luso a los pocos meses de abandonar el club.
Los malos resultados deportivos llevaron a Rijkaard a, con la ayuda de Edgar Davids, replantearse su primer Fútbol Club Barcelona. Cambió el 4-2-3-1 por el 4-3-3, metió a Luis García en la derecha y todo comenzó a funcionar. El equipo se acostumbró a ganar con goles de Luis García, justo el gran detalle que había penalizado a Quaresma, que sólo anotó un tanto en 28 partidos, y la ilusión volvió a sobrevolar el Camp Nou. La Liga quedaba demasiado lejos, pero esa sensación de optimismo se refrendaba en cada declaración de Xavi Hernández. «Tengo unas ganas tremendas de que comience la próxima temporada», comentaba en zona mixta. En ese futuro, que a la postre sería esplendoroso, ya no había hueco para un Ricardo Quaresma que todavía tenía veinte años. «Aún hoy no me explico que me pasó en el Barcelona», ha repetido en más de una ocasión. Quizás no era el momento, quizás no era el lugar. Su mal año fue una oportunidad perdida, pero su caché permaneció intacto. Valorado en los mismos 6 millones por los que llegó, Quaresma se fue al FC Porto en el traspaso en el que Deco llegó al Barcelona de Dinho.
Tras recuperar su proyección en el Porto, Mourinho se interesó en su fichaje.
En Oporto pasaría cuatro años en los que confirmaría parte de los numerosos halagos que había recibido con su fulgurante aparición en 2002. Sin embargo, antes de eso, volvió a tener una primera temporada excesivamente complicada. Pese a debutar marcando en la Supercopa de Europa (1-2 vs Valencia) y en la Supercopa de Portugal (1-0 vs Benfica), Quaresma continuaba siendo más efectista que efectivo en su juego. Su constante regate de más le definía como jugador, a la vez que exasperaba a sus compañeros y afición. Nadie dudaba de su potencial, pero sí de si el habilidoso extremo lograría darle un buen uso.
Con Co Adriaanse (2005-2006) ya comenzó a despegar siendo nombrado el mejor futbolista del año en Portugal tras hacer doblete con el Porto, pero fue con Jesualdo Ferreira con quien Quaresma mostró su mejor fútbol.En el FC Porto, Jesualdo Ferreira si entendió y potenció su estilo «Se está convirtiendo en un jugador más de equipo de lo que era, pero no quiero que con esto pierda su personalidad y carácter individual. De esa manera, se volvería un jugador corriente y normal en lugar del genio que es», decía el técnico portugués. Con su trato cercano y su receta táctica personalizada para sacar lo mejor de él (extremo derecho de un 4-3-3 con Paulo Assunção, Raul Meireles y Lucho González como centrocampistas), Ricardo Quaresma explotó como futbolista. Cuajó dos buenas Champions League, prolongó su dominio en Portugal con otras tantas ligas, fue nombrado otra vez mejor jugador de la liga en 2006 y, como colofón final, Balón de Oro portugués en 2007 por delante de Cristiano Ronaldo. Los rumores le relacionaron con tantos equipos como cinco años antes, pero esta vez su compatriota le elegiría a él. Jose Mourinho, de forma explícita y taxativa, pidió a Quaresma como refuerzo esencial para su Inter de Milan. El coste del traspaso, casi 25 millones de euros, lo decía todo.
Pero, ¿podían llegar a entenderse Quaresma y Mourinho? Si en algún universo es posible, evidentemente de éste no se trata. Durante las dos temporadas que pasó en el Calcio, con cesión irrelevante al Chelsea por medio, el extremo portuguésSu paso por el Inter fue el peor trago de su ya muy compleja carrera sólo jugó con continuidad en los primeros dos meses. Tras una pequeña lesión que frenó lo que estaba siendo un correcto inicio de campaña, no volvió a recuperar la titularidad. Es más, en 2008, mientras Cristiano recogía su primer Balón de Oro, Quaresma fue premiado con el Bidone D’ Oro como mayor decepción de la Serie A. Y es que, ciertamente, fue un fichaje extraño hasta para tratarse del Inter de Milan, el cual ha ganado dicho galardón demasiadas veces. Jesualdo Ferreira le había llevado a lo más alto liberándolo de todo trabajo defensivo para sacar lo mejor de su genuina diestra, un hecho que chocaba de lleno con la filosofía Mourinho. Sobre todo, teniendo en cuenta el estilo que llevó al Inter a levantar la Champions. Ese día, desde la grada, viendo como Samuel Eto’o triunfaba como doble lateral en la banda que él ocupaba, vivió su último partido como jugador interista. Una aventura extraña y angustiosa, como él mismo reconoció: «De buenas a primeras pasé de ser la primera opción a no ser llamado. Me sentí al margen del equipo y llegué a despertarme llorando por tener que ir al entrenamiento».
Quaresma ha recuperado la ilusión y, con ella, las opciones de acudir por fin a una Copa del Mundo.
«En el Inter perdí la alegría, la autoestima para jugar al fútbol», reflexionaba laconicamente. Quaresma dejaría el Calcio para jugar en el Beşiktaş turco (7’5M), pero allí no encontraría lo que había perdido en Barcelona, reencontrado en Oporto y, de nuevo, visto marchar en las gradas del Giuseppe Meazza. Comenzó bien a las órdenes de Bernd Schuster, cuajando una buena Europa League (5 goles en diez partidos) y siendo decisivo en la Copa de Turquía ganada por su equipo, pero pronto volvieron a asomar los problemas. Inestabilidad en el club, varias lesiones musculares, discusiones con compañeros, problemas de disciplina… Cuando estaba en forma brillaba, pero eso cada vez sucedía con menos frecuencia. Su discusión con Carlos Carvalhal, su técnico, además de recordar las disputas que había tenido con Rijkaard, Mourinho o, incluso, su querido Jesualdo Ferreira, cerró su estancia de dos años en la Süper Lig. Su posterior fichaje por el Al-Ahli de Quique Sánchez Flores, en el que estuvo apenas unos meses tras llegar muy fuera de forma, no hacía sino incidir en la sensación de apatía, abatimiento y tristeza que transmitía el luso. Si Amália Rodrigues aún viviera, le hubiera dedicado uno de sus mejores -y más amargos- fados.
Pero entonces apareció el Porto de Pinto da Costa. Ricardo Quaresma llevaba seis meses sin jugar y se hablaba de una posible retirada, pero la forma en la que el entorno del club (afición, ex-entrenadores y ex-jugadores)Su impacto en el Porto ha sido inmediato, sobre todo en Europa League recibió a su otrora estrella simbolizó lo que en su día había significado para el Porto. «No voy a hablar sobre el regreso de Quaresma al Porto en términos de ingresos, que serán buenos o no, pero sí puedo decir dos o tres palabras de la vuelta de un gran jugador de fútbol a nuestra liga», manifestaba Jesualdo Ferreira. Desde el primer día, desde la firma, Quaresma «notó ese cariño que necesitaba sentir», como decía Hugo Viana, compañero suyo en las categorías inferiores del Sporting. Sin ir más lejos, el portugués errante fue muy explicito en su presentación: «En 2014 deseo volver a ser feliz». Y vaya si lo está siendo. Su llegada ha tenido un impacto inmediato en el equipo, erigiéndose en su líder a base de goles (9), asistencias (4) y pura presencia ofensiva. Su estado de forma y determinación no sólo están acercando al Porto a las rondas finales de la Europa League, sino también a él mismo a la gran cita: el Mundial de Brasil.
Un objetivo que, ahora mismo, tiene entre ceja y ceja más que ningún otro jugador en el mundo. Y no es una exageración. Porque Ricardo Quaresma, que en 2002 aún era demasiado joven, que en 2006 no convenció a Scolari pese a su gran estado de forma y que en 2010 estaba aislado en el Inter de Milan, aún no sabe lo que es jugar una Copa del Mundo. Parecía destinado a ello, entre otras muchas cosas, pero ya tiene 30 años y todavía no ha logrado cumplir el sueño que tiene todo niño que ha pegado, bien o mal, eso es indiferente, patadas a un balón. Realmente su carrera ha tenido demasiados traspiés, pocos momentos importantes y se puede concluir que su fútbol no era para tanto, pero parece que ha llegado a tiempo. Cristiano Ronaldo, como en aquella floreciente primavera de 2003, le espera al otro lado del campo.
@DavidLeonRon 10 abril, 2014
Nunca he sido muy de este jugador, he de decirlo. Su etapa en el Barcelona de hecho me pareció flojísima, más propia de un futbolista en formación que aún no maneja ni los conceptos más básicos del juego.
No sabría decir si su fracaso en el Camp Nou le dejó secuelas de "juguete roto" porque después ha hecho cosas, pero lo que sí está claro es que esa decepción la cargó toda su carrera.
Eso sí, sus centros con el exterior son cosa guapa.