En algún lugar está ahora mismo César Luis Menotti, treinta y nueve años, afiliado del partido comunista, campeón del mundo, abrazado con un miembro de la junta militar. La imagen es totalmente casual. Argentina entera está de fiesta y la gente ha dejado de ser gente para unirse en una impersonal celebración en la que nadie es militar, peronista, comunista, rico, pobre, enfermo, sano, joven o viejo. Veinte años antes, el país asumía lúgubre la humillante derrota del combinado que fue a jugar el Mundial de Suecia. Diez años antes, Menotti, el hombre que abrazó el testigo de una identidad que el fútbol argentino había perdido en Escandinavia, observaba extasiado el fútbol de Pelé. Treinta años después, la selección argentina sigue olvidando todo.
El Monumental abarrotado enardecía con la exhibición atlética que veía. Holandeses y argentinos corrían sin parar por el césped del Vespucio Liberti. En las gradas está la naciente hinchada de la selección argentina y no la de River, que está acostumbrada a ver las bellas jugadas del equipo de Labruna y Alonso, símiles a las que en el 73′ conjuraban Russo, Brindisi, Babington y Houseman. El nuevo equipo de Menotti triunfa en la copa del mundo, pero no enamora a nadie. César había prometido conectar el juego argentino con su esencia fundacional, vista por última vez con la camiseta albiceleste enfundada en el Sudamericano de Lima 1957, mas la selección es la viva imagen del Kempes extraordinario: todo potencia y embestida.
Argentina no estaba siendo lo que se esperaba de ella con la llegada de Menotti.
¿Dónde están Bochini y Alonso, Maradona y Houseman? ¿Dónde están Sívori, Maschio, Angelillo, Cruz y Corbatta? Cuarenta años después del Huracán que desafió tres lustros de dudas argentinas, el fútbol del río de La Plata sigue buscando lo que Menotti iba a recuperar y no trajo de vuelta. Aunque esté grabada a fuego en cada uno de sus hombres de corto, La Nuestra sigue siendo una pesadísima carga para el fútbol de la Argentina, un enigma sin resolver que lastra todos los procesos futbolísticos que el país intenta.
¿Fue traición lo de Menotti? En absoluto. El rosarino prometió devolverle el alma al combinado albiceleste. Al hacerlo, Menotti no se comprometía a que su conjunto jugara tal y comoArgentina ya no podía ser la de Omar Sívori los carasucias, si acaso eso fuese posible cuando el fútbol planteaba problemas distintos en el 78′, sino que pactaba que la selección argentina recuperaría la memoria. El alma de un equipo de fútbol está compuesta por recuerdos y estos no son otra cosa sino remembranzas de actos que han definido la existencia del equipo como ser en sí. Argentina ya no podía ser la de las pisadas del ‘Cabezón’ de Sívori porque desde Suecia hasta The Animals, campeones del mundo en Old Trafford, el fútbol argentino había acumulado recuerdos nuevos que habían cambiado el significado de su juego.
El equipo de Menotti practicó el fútbol que tenían dentro los jugadores más preparados para ganar en aquel momento. Improvisaron y eso, la adaptación astuta y creativa a las dificultades cotidianas, es parte de la idiosincrasia del argentino. Se trató de algo que ninguna selección gaucha tuvo en los mundiales anteriores, y de lo que en realidad revivió César en su periplo por la albiceleste. El objetivo nunca fue que en el mediocampo se juntaran Bochini con Alonso, y que en la banda René Houseman desatara su vesánica gambeta, quizás con Diego Armando en la otra orilla. La misión de Menotti era lograr que el pueblo volviera a sentirse representado por su selección.
¿Era tarea de Menotti luchar contra el aún hoy evidente olvido existencial del fútbol argentino? La mejor respuesta posible es no y si en algún momento Menotti pensó lo contrario fue un acto irresponsable. Si ArgentinaEs normal que en el 78 no se viera «La Nuestra» sigue empecinada en olvidarse a sí misma es porque, quizás, el recuerdo es tan borroso que se ha vuelto más fantástico que mitológico. En ese caso es normal que el argentino de 1978 no recordara La Nuestra de la forma en la que Panzeri, Lucero y Ardizzone añoraban puesto que aquello, como tal, ya no representaba nada para las nuevas generaciones. En todo caso, lo que sí pudo y debió influenciar el entrenador rosarino, al igual que Bilardo, Basile, Passarella, Bielsa y Pekermán, fue la redefinición de lo argentino en el fútbol.
Menotti creía que su centro del campo debía modernizarse tácticamente para competir.
Lo intentó, no cabe duda. Para ello apartó a todos aquellos que jugaban por fuera del país, salvo a Kempes, a quién consideraba el mejor jugador argentino, y promulgó un discurso en que las palabras «identidad», «valores», «argentinidad» y similares predominaban. Conociendo lo orgulloso de sus compatriotas, en ningún momento Menotti fue explícito en su deseo de solidificar un nuevo fútbol, pero, combinado con toda su disertación sobre La Nuestra, sí fue muy enfático con la necesidad de modernizar tácticamente el medio para poder ser competitivos. Bajo esa modernización estaba disfrazada la unión de lo producido en Argentina tras el mundial del 58′ con la noción clásica del fútbol criollo. El resultado fue el dinámico 4-2-4 de Ardiles y Kempes con el que se coronó campeón mundial.
Ahora cabe preguntarse por qué si la modernización fue un éxito y, además, Argentina ganó el mundial, el legado de fondo de Menotti se esfumó y hoy la selección está en el mismo punto muerto. Aunque suene a locuraMaradona apareció con una idea ya formada, quizás la solución esté en que Menotti llegó muy temprano. Dos años después de que fuera contratado como seleccionador, debutó Diego Maradona y cuatro meses y una semana más tarde, Menotti alineaba por primera vez a Diego con la albiceleste. Maradona entraba como pieza exótica en un proceso que ya había decidido su curso. Diego, sin importar la edad, lo absorbía todo. Era imposible que él fuese una pieza auxiliar en el equipo de Kempes y Ardiles. A Menotti le tocó lidiar con la brillantez de un Maradona todavía inmaduro, que le pedía que se entregara a él sin contemplaciones y César nunca quiso o nunca pudo.
Pocas decisiones más polémicas que no contar con Maradona para la Copa del Mundo de 1978.
La polémica exclusión de Maradona de la convocatoria final al Mundial del 78′ no fue un capricho. Menotti era consciente de lo peligroso que era entonces Diego para sus planes, sin embargo el ostracismo era imposible de mantener.Argentina no jugó bien tras el Mundial del 78 Tras el mundial del 78′, Maradona pasó a ser parte íntegra del equipo. Menotti continuó al mando a pesar de haber anunciado su despedida. El proceso 78-82 tenía como principal objetivo introducir al novel mejor jugador nacional en el exitoso conjunto campeón. No era fácil pues Menotti no jugaba con enganche, la mayor cuota de balón era para Ardiles, imprescindible en el mecanismo, y, dentro del sistema, la posición que mejor le venía a Diego era la que ocupaba Kempes. Al final, la decisión fue mantener la conexión en la que siempre confió Menotti y aislar a Maradona todo lo que se puede aislar a Diego Maradona en la posición de delantero centro. Argentina no volvió a ser un buen equipo de fútbol, nunca resolvió los problemas que tenía y fracasó con estrépito tanto en el mundialito de 1980 como en el Mundial de España 82′.
Menotti, derrotado, perdió el crédito que había logrado. La elección de su sucesor no pudo ser más diáfana en ese sentido. Carlos Bilardo era adalid de un discurso que, al menos en la superficie, contradecía las ideas del seleccionador saliente. Las diferencias, que llegaron incluso al plano personal, partieron para siempre la historia del fútbol argentino. La confusión entre los a priori discordantes menottismo y bilardismo polarizó Argentina durante décadas de fracasos. Aunque fue campeón del mundo y cambió para siempre la relación de la selección argentina con los argentinos, Menotti falló como encargado de conciliar las definiciones que Argentina había dado al problema de su identidad futbolística. Su historia es la del hombre y el olvido, la del delantero que anota dos goles la noche en la que su equipo es eliminado.
José Luis 3 diciembre, 2013
Nunca, nunca me gustó el discurso de Menotti. Nunca. Otra cosa es su fútbol; vistoso. Aunque el Campeonato que lo coronó como entrenador no fue sinónimo de fútbol de toque ni mucho menos. Como bien dice el artículo, el juego que propuso el Flaco fue de garra y lucha. El menottismo y el bilardismo son dos ideologías futbolísticas que exceden del mero deporte del 11 contra 11. Abarca la política, la forma de vivir, de entender la vida, … de respirar.
Y esta forma de entender el fútbol no me gusta nada. Ni la de Jorge Valdano, ni la de Lillo ni la de Kappa o entrenadores similares. Son "promiscuos" a la hora de hablar del buen fútbol, de los alardes técnicos y demás, pero cuando obliga la causa, se declinan por los Lasa, Luis Enrique, Zamorano, Kempes, Urzáiz, y demás jugadores técnicamente poco dotados. Incluso se enfrentan a grandes genios como Laudrup, Míchel o "se olvidan" de Maradona. Su discurso no va acompasado a su juego. Roza la hipocresía.
Otra cosa distinta (aunque quieran decir que parecidas, no lo son en la esencia de la gestión) son Bielsa, Johan y Guardiola. Éstos últimos llevan los vestuarios con mano de hierro, y su idea futbolística sí es acorde a lo que hablan. Me gustan los entrenadores cuyos equipos son reconocibles por lo que dicen y por lo que luego hacen en el campo. Por eso, me quedo con Clemente, Capello, Mourinho y los 3 que acabo de nombrar anteriormente (Bielsa, Johan y Pep).