El último reducto melancólico de tiempos ya idos, la década de los noventa, se destapa ucrónica en el mapa mental de nuestra memoria. Su recordación evoca un fútbol puro, de botas negras, hombres con bigote y pelo en el pecho, parejas de delanteros centro y hasta tipos que jugaban en la banda y centraban el balón de vez en cuando. Fue la última barrera antes de encarrilarnos en una locomotora sin destino aparente, de guayos fluorescentes y altavoces tan ruidosos que el mensaje llega distorsionado a todos lados. Si uno lo piensa, es como la era victoriana y eduardiana, preludios añorados de una guerra que lo cambió todo para siempre.
El cambio de siglo tuvo un impacto considerable en el fútbol.
El fútbol, que es algo así como un género literario autopoético, desarrolló a finales del siglo XX su propia versión del, para entonces, boyante steampunk. La cosmovisión retro-futuristaEste cambio lo encarnó sobre todo Brasil de éste fue trasladada al fútbol por su personaje favorito: la selección brasileña. Para dicha época, la canarinha, que por fin había logrado vencer sus fantasmas con la Copa Mundo de 1994 culminaba un exitoso cambio generacional, dándole paso a los futbolistas que mejor encarnaron el espíritu de las obras de Tim Powers, James Baylock y K. W. Jeter. Y es que no hay otra explicación: a Roberto Carlos, Rivaldo y Ronaldo se los inventó Julio Verne.
El fútbol de ese triunvirato, que luego le daría a Brasil su quinto mundial, era propio de la ciencia ficción. Eran física y técnicamente incomprensibles e inabordables. Tenían una capacidad con el balón superior a la de sus pares y cuerpos anatómicamente superiores para la práctica del fútbol, que hacían diáfano su carácter ultra-actual, pero a la vez estaban encerrados por un estética y un entorno vintage.
No fueron los únicos de esa camada que personificaron esa misma esencia. Djalminha, así como Cafú o un algo posterior Ronaldinho Gaúcho, aunque tuvo una reducida presencia en el seleccionado, debido a la fortísimaDjalma inventó jugadas únicas competencia, es uno de ellos. Leyenda eterna de ese pequeño club gallego que se enfrentó a los mejores equipos del mundo, el cuerpo del diminuto Djalma atesoró uno de los talentos más genuinos de la historia. Sin exagerar, en el campo inventaba jugadas que no estaban en la cabeza de nadie más. Poseía una técnica excelsa, fina, prodigiosa, y su zurda hacía cosas de dibujos animados. El control del esférico que llegó a tener con el exterior de su pie y el talón eran la marca registrada de un hombre que eliminaba hasta cuatro rivales con una bicicleta y que curvaba la pelota como si esta siguiese su voluntad.
Djalminha brilló especialmente ante Real Madrid y Celta de Vigo
Djalminha quizás nunca fue el mejor competidor, pero de su sui generis estilo de juego llegó a producir un fútbol fantástico e incluso demoledor. Fue un tipo único, como los mejores, y genial como pocos. Un futbolista atemporal, que no encajaría a la perfección en ninguna época, pero que encandiló a millares de seguidores con su fútbol exageradamente auténtico y lúdico. Con el advenimiento del nuevo milenio se agotó rápidamente, dando paso a un ’10’ más moderno y fiable, aunque no por ello de carácter más ulterior. A pesar de que hoy hay uno que a veces se le parece, como Djalminha seguramente no volveremos a ver. Steampunk calidade.
Abel Rojas 28 diciembre, 2013
Lendoiro después de que el Barcelona pagase la cláusula de Rivaldo en el último día del mercado de 1997: "Por favor, que no nos toquen a Djalminha".
No sé hasta qué punto Djalminha sería aceptado en ésta, la época de la productividad. Aunque bueno, el tipo siempre andaba por los 10 goles + 10 asistencias a final de cada temporada.
Djalminha era patrimonio del fútbol español. Jugador muy querido que sentaba a la gente de todo el país delante de la pantalla. Ahora mismo no hay un jugador así en nuestra Liga.
Nos faltó que un Betis, un Villarreal o un Espanyol se hiciera con Cassano de algún modo.