Si algo no falta a ambas orillas del Río de la Plata es arte para la oratoria y pasión por el balompié, lo que sumado nos deja un vocabulario muy rico, una forma de comunicación bastante particular y, evidentemente, un grandilocuente archivo de dichos populares. «Al que quiera celeste, que le cueste», uno de los refranes más conocidos del Uruguay, no tiene su origen en el mundo del fútbol, pero ya hace tiempo que allí el «celeste» dejó de ser un simple color para convertirse en un símbolo de orgullo nacional. Y no es para menos. Con poco más de tres millones de habitantes, Uruguay tiene en sus vitrinas dos Copas del Mundo, dos oros en Juegos Olímpicos y 15 Copas América. Un éxito sin parangón que quedó asociado a ese carácter aguerrido y peleón de su pueblo hasta lograr formar parte de su propia identidad. Quien quiera triunfar, deberá ganárselo. Deberá sudar. Sin excepciones. El celeste bien lo vale.
Luis Suárez llegó pronto a la selección, pero le costó demostrar lo que apuntaba en Holanda.
Luis Suárez comprendió el significado de esta expresión con sólo 15 años, edad a la que decidió que su futuro debería estar ligado a un balón. La culpa la tenía el amor de una mina, que diría Sabina. Hasta ese momento siempre había destacado sobre el resto en el campo e, incluso, en más de una ocasión su madre se vio obligada a llevar su partida de nacimiento para convencer a los rivales de su edad, pero fue el océano de distancia entre él y Sofía, su entonces novia y ahora mujer, lo que activó su carrera cuando ésta pendía de un hilo. Desde Barcelona, mientras Luis sudaba la tristeza en Montevideo, ella le insistió en que se centrara en el fútbol para que, en el futuro, ambos pudieran encontrarse. Y casarse. Esa promesa convenció y despertó a un Suárez que trazó su ruta (Nacional -> Europa), se preparó a conciencia (perdió bastante peso) y fue quemando etapas (debutó en Libertadores con 18 años) con la misma velocidad con la que regateaba a los defensores rivales. Le bastaron 30 partidos con Nacional para que Europa llamara a su puerta. Era el FC Groningen, club del que Suárez no conocía ni el color de las camisetas, pero que estaba en el mismo lado del charco que su joven amor. A partir de ahí, llegaría todo lo demás. Ya conocía la receta.
“Para un futbolista uruguayo, jugar con la selección es lo máximo que hay”, confesaba Suárez desde Holanda. Su carrera allí estaba teniendo un éxito fulgurante, cambiando Groningen por Amsterdam en tan sólo doce meses, pero con Uruguay le estaba costando bastante más. Ser expulsado el día de su debutTabárez confió en el joven Suárez hasta en plena sequía goleadora (febrero de 2007, contra Colombia), desde luego no había sido el mejor comienzo posible. Era simplemente un partido amistoso, pero éste adquiría un valor especial por ser parte de la preparación de la selección uruguaya para disputar la Copa América de Venezuela. Luis Suárez no llegaría a tiempo para estar entre los 23 elegidos de Óscar Washington Tabárez, pero el técnico charrúa le hizo fijo en sus alineaciones de la clasificatoria para el Mundial 2010 desde la primera jornada. Una oportunidad magnífica para Suárez, porque en la CONMEBOL esta fase dura dos años y podría ir madurando por el camino como así sucedería. Comenzó marcando ante Bolivia y Perú, formando parte del trío ofensivo junto a Forlán y Abreu, pero su racha se truncaría (9 partidos sin marcar) al mismo tiempo que Uruguay se iba complicando su presencia en el Mundial. Aún así e incluso pasando a jugar con dos puntas, Tábarez le mantuvo la confianza depositada. Una decisión, a la postre, ganadora. No es que Suárez explotase por completo, ni mucho menos, pero sus tres goles en los cinco últimos partidos de la fase de clasificación fueron decisivos. En especial, el que marcó en Ecuador cuando la Celeste estaba de forma matemática fuera del Mundial. Fueron únicamente 100 segundos de drama, pero podían haber sido cuatro años. Sin ese gol, el posterior de Forlán no le hubiera valido a Uruguay para disputar la repesca ante Costa Rica. Sin ese gol, Suárez no hubiera podido estar en Sudáfrica. Y, sin ese gol, por tanto, la historia hubiera sido muy diferente.
El Mundial de Sudáfrica sería el de Diego Forlán, pero también el de Luis Suárez.
Suárez llegaba a la Copa del Mundo con unos números no demasiado destacados con la Celeste (25 partidos, 14 sustituciones y 9 goles), pero lo que más le pesaba era esa sensación de que no lograba demostrar todo lo que ya apuntaba en Holanda. Su confirmación futbolística a nivel de clubes se había dado esa misma temporada (50 goles con el Ajax en 48 partidos), pero la Eredivisie no dejaba de ser una liga menor y todos los elogios que recibía por la crítica estaban condicionados por ello. «Luis Suárez es un gran futbolista […] aunque aún hay que ver qué hace contra los mejores», se decía en todos los foros.
Así pues, la cita mundialista se torno en una especie de reválida tanto a ojos de su Uruguay como de los mejores equipos europeos. Nada revaloriza más que una gran actuación en un Mundial, y la de Luis Suárez así lo sería. Óscar Washington Tabárez había diseñado un equipoEn el Mundial 2010 dio un golpe sobre la mesa ante Corea del Sur tan intenso como el tópico moderno dicta, pero en esta ocasión arriba tenía la calidad de sus mejores tiempos. Aunque no era tan genial ni creativa, lograba ser determinante a base de voluntad y gol. Forlán hacia de enganche escorado hacia la izquierda, Cavani trabajaba el flanco derecho y Luis Suárez comandaba el ataque en punta. Fue así, pero podía ser al revés. Al fin y al cabo, Suárez en Holanda había jugado mucho en banda izquierda y Cavani actuaba arriba en el Palermo. Se puede decir que, en cierta medida, el «Maestro» preponderó la figura de Lucho. Él tendría libertad para moverse, caer a banda cuando quisiera y podría ocupar más área que nadie. De esta manera, Uruguay completó una gran primera fase terminando como líder de su grupo con un gol del propio Suárez ante México. La selección pintaba bien, pero el gran momento de Luis aún estaba por llegar. Faltaba la explosión. Faltaba el definitivo «ya estoy aquí». Éste se produjo en el minuto 80 del partido ante Corea del Sur, en octavos. Él ya había marcado el primero, pero los surcoreanos habían empatado en la segunda parte y todo parecía destinado a decidirse en la prórroga. Entonces Forlán botó un saque de esquina, Maxi Pereira se hizo con el rechazo y el balón le cayó a los pies de Suarez. Estaba en el área con dos coreanos en frente y lo hizo tan fácil como lo hacía ante el NAC Breda o el Willem II: control, desborde hacia la derecha y golazo al ángulo. «Gracias Luís, muchas gracias Luís», gritaba el relator extasiado porque, cuarenta años más tarde, su querida Uruguay iba a disputar unos cuartos de final de la Copa del Mundo.
En frente estaría Ghana, la revelación del torneo. El partido lo recordáis todos a la perfección porque fue increíble, pero hay que situarlo: Muntari adelantó a África, Forlán empató de falta y el encuentro se fue a la prórroga a la que parecía estar predestinado. Allí se sucedieron los ataques africanos hasta que en el último minuto llegó el momento más increíble del Mundial -gol de Iniesta al margen-. El tiempo, de hecho, estaba cumplido. Ghana centró una falta al área, se formó una melé en la que pasó de todo sin que pasara nada y, en el remate número 49 del choque, Luis Suárez evitó el gol. Mano, penalti y expulsión. “Saqué la mano porque era gol seguro. Y no hay cosa tan importante como tratar de jugarte la camiseta de Uruguay por perderte la semifinal de Holanda. No sé si lo quise hacer. Lo que está claro es que no me dio tiempo a pensar nada”, reconocía el uruguayo meses después. El caso es que Gyan falló y Suárez, escondido para poder verlo, lo festejó como lo que era: el pase a semifinales. “Me encantaría que se acordaran más de los goles que hice a Corea o México, pero fue una mano importante para el país y no me arrepiento”, reflexionaba. Más claro y honesto no podía ser. Había tenido una reacción automática e instintiva y, aunque le volviese a costar disputar el resto del Mundial y las críticas de la opinión pública, la volvería a hacer. Como dice el dicho, «al que quiera celeste, que le cueste». Y Luisito la quería con todas sus fuerzas.
Desde entonces, Suárez seguiría creciendo en la élite del fútbol mundial. Sin peros.
Uruguay quedó así en una especie de deuda moral con su ídolo. Él se había sacrificado por el país, ocupándose de la parte más fea para que el resto disfrutara la más bonita, pero no tardarían mucho en saldar cuentas. Diego Forlán había acabado comoLa Copa América de Luis Suárez fue su gran confirmación final Balón de Oro del Mundial, echándose a la espalda a Uruguay a base de goles y fútbol, pero tras ese momento fue Luis Suárez quien se erigió en el líder de la Celeste. Era el relevo natural. Más allá de posición y nivel, Luis Suárez es un futbolista capaz de sostener a todo un equipo por puro juego y determinación. Es decir, sabe encarnar perfectamente la figura del héroe dominante como demostró en la Copa América de Argentina 2011. Allí, compitiendo contra Neymar, Messi o Alexis Sánchez, fue la estrella que más brilló. Apareció para empatar en el debut ante Perú, tiró del carro ante Argentina, anotó los dos tantos de su equipo en semifinales y lideró la goleada a Paraguay en la finalísima. Salió MVP del torneo, pero aún más importante fue el éxito de ese simbólico traspaso de poderes con Forlán mientras Cavani miraba de reojo. “Queríamos demostrar que lo del Mundial no había sido casualidad. Creo que lo conseguimos. Y estamos muy contentos. Este es un proceso muy largo, de varios años”, decía antes de cerrar con un contundente “los uruguayos no tenemos dos huevos, tenemos tres”. Hablaba del equipo, como siempre, pero esas palabras se podían aplicar perfectamente a él.
Desde entonces, su status no ha hecho sino crecer aún más hasta confirmarse como uno de esos jugadores que, en sus selecciones, logran mejorar sus prestaciones del día a día. No es que su rendimiento en el Liverpool esté siendo precisamente bajo, pero Suárez le ha dado por completo la vuelta a la complicada situación que afrontó en su primera fase de clasificación para una Copa del Mundo. En la segunda, cuatro años más tarde, todo había cambiado. Uruguay ha pasado los mismos apuros, pero esta vez Suárez estuvo desde el primer día (11 goles y 5 asistencias en 14 partidos) hasta el último. Entre medias, para colmo, Luisito, el chico de Salto que un día se enamoró de una mina llamada Sofía, se convirtió en el máximo goleador de la historia de Uruguay (39 goles en 75 partidos) superando a Forlán. Fue durante la Confederaciones, un torneo que los charrúas afrontaron tras salvar la vida en Venezuela y antes de jugársela otra vez en Perú. Brasil 2014 -y no 2013- era donde había que estar y en Lima, de nuevo, apareció su «9» para marcar dos goles y adelantar a la Vinotinto en la pelea por el billete para el Mundial. Como él comentó pocos días antes de disputar la exitosa repesca ante Jordania, «para conseguir los objetivos, Uruguay siempre tiene que sufrir». A Luis Suárez también le costó, pero la Celeste ya es suya.
Moshi 21 noviembre, 2013
La mano de Suárez en el Mundial de Sudáfrica, y todo lo que conllevo después, debe haber sido de los momentos más bonitos que he visto en el fútbol. El sacrificio de Luchito y sus reacciones mirando desde fuera, ridículo que un deporte pueda conllevar tanta emoción.