El fichaje de Juan Román Riquelme por el Villarreal sorprende a Manuel Pellegrini al regreso de una fatigosa jornada laboral en Santiago. Las discusiones sobre el proyecto de Valparaíso se han alargado más de la cuenta y amenazan con protagonizar una semana frustrante, pero la actualidad futbolística secuestra inmediatamente los pensamientos del ingeniero chileno, que aparca planos y cálculos en favor de una pizarra imaginaria. Parece que el Barcelona tiene nuevos dirigentes y el enésimo entrenador holandés, y que no cuentan con el 10 de Boca para el nuevo proyecto de la maltrecha entidad azulgrana. “Pff…”, piensa. “Así les va”.
Pellegrini siempre había gozado con el fútbol de Riquelme y de alguna forma, desde el sillón de casa, levantando la vista de los papeles para escudriñar la retransmisión televisiva, creía comprender a un futbolista tan críptico.¿Hubiera logrado que Riquelme triunfara en el humilde Villarreal? No le había gustado su paso por el Barça. Al argentino no le sientan bien los corsés, al fútbol no le sienta bien un Riquelme encorsetado. Europa se perderá a un futbolista extraordinario si nadie le comprende. “Aunque quizá en el Villarreal…”. Pellegrini no sabe donde está Villarreal, y el mundo del fútbol tampoco, pero eso no debería ser un problema: Riquelme tiene en sus botas lo más importante. Un equipo que supiera arroparle tendría pocos límites. El ingeniero chileno se olvida definitivamente del complejo de Valparaíso y se imagina retomando su marchito sueño de juventud, entrenando a Riquelme en Villarreal. La pausa eterna del argentino no preocuparía al chileno, que sabe que ahí reside una fuerza capaz de capitanear un club chico hasta cotas insospechadas. Se imagina compitiendo contra el Barça y el Madrid. Jugando en la Liga de Campeones con un Villarreal armonioso al que no amilanarían las camisetas más ilustres del viejo continente. Entrenando, aquello a lo que renunció tiempo atrás.
Su padre, el mismo que le animó a estudiar mientras desarrollaba una sólida carrera como futbolista profesional, nunca lo vio claro. Emilio Pellegrini advertía a su hijo sobre lo inseguro del oficio de DT. ¡Una provechosa carrera en el terreno de la ingeniería civil aguardaba con los brazos abiertos a su licenciado talento! “Lo haré bien, papá. Algún día entrenaré a un grande del fútbol europeo”, le respondía su hijo. “Algún día entrenaré al Real Madrid”. Pero al final pudo más la mollera que el corazón y en 1988 Manuel Pellegrini renunció a ocupar el banquillo de Universidad de Chile.
Quince años de ingeniero civil han enseñado a Pellegrini a amar su oficio. Hombre inteligente e intuitivo, aplicado y sereno en la acometida de trabajos complejos, los proyectos de ingeniería bien planificados reservaban pocas¿Sabría controlar el contexto de un gran club como el Madrid? sorpresas al azar y el chileno, incómodo ante los reveses imprevistos que desacreditan un método cabal, agradece la satisfacción recurrente del trabajo bien hecho. Pero en su fuero interno una vieja ilusión se abre paso entre sus inquietudes: “el Real Madrid”. Eso ya no sería sólo entrenar, eso sería asumir uno de los mayores retos que una carrera puede reservar a un entrenador. Apoltronado en su sillón, Pellegrini desconoce qué dificultades le aguardarían en el puesto más allá de lo que uno trabaja sobre el césped, y no le entusiasma imaginarse ante un micrófono tan concurrido como el de la sala de prensa merengue. Pero le emociona evocar un vestuario rebosante de talento como el que le podría proporcionar el club más prestigioso del mundo. No habría cinco plantillas como la suya y mientras deja volar su imaginación hacia una vida diferente a la que escogió está convencido que el fútbol no le fallaría. Que construiría un equipo sugerente, que ganaría y el Bernabéu le amaría.
Porque el fútbol funciona si el futbolista se siente cómodo, bien lo sabe un antiguo defensor que disputó 435 partidos oficiales en su club de toda la vida. El ingeniero se acerca a la ventana mientras su mente recupera viejas teorías aparcadas en un rincón ya poco frecuentado de su mente. Habiendo formado junto a Alberto Quintano una de las parejas de centrales más recordadas de la historia de Universidad de Chile, tras colgar las botas Pellegrini estaba convencido que la libre expresión del futbolista sobre el terreno de juego es el camino más recomendable para desarrollar un buen juego.
Es tarea del entrenador lograr que ese conjunto de idiosincrasias que conforma una plantilla dé lugar no sólo a un equipo coherente, sino a un proyecto ganador. Ahí radica el gran atractivo de los banquillos, la tentación que en un arrebato¿Hasta donde hubiera llegado con chicos como el del Betis? apasionado, quince años atrás, estuvo tan cerca de apartar a Pellegrini de la ingeniería. Las vigas de hormigón y la geotécnica son herramientas sugerentes en manos de una mente creativa que sepa como manejarlas para construir estructuras eficaces, pero siguen siendo objetos inertes. Un futbolista es un organismo vivo, complejo incluso en las proyecciones informales de sistemas de juego que el ingeniero chileno acomete tan a menudo, hastiado de observar a DTs que desconfían del talento de sus jugadores. Ese chaval de River no es un central cualquiera, el fútbol le pide cosas que hay que aprovechar. Como el fenómeno del Betis al que los españoles ven como extremo. Él lo alejaría de la cal, piensa Pellegrini, que tras ver su rostro en la televisión se pregunta si el astuto Saviola seguirá los pasos de Riquelme tras perder su puesto en el Barcelona. “¡Ay del que pudiera juntar a futbolistas como estos en un vestuario!”. Pero no será él.
Quizá nadie rescate a Forlán de su callejón sin salida. Puede que Riquelme ya no brille en Europa, que Joaquín ya no rinda a todos ante su descomunal calidad y que Málaga y Villarreal jamás desafíen a Milán en un campo de fútbol. ¿Y qué ocurrirá con Francisco Alarcón? Quién lo sabe. Cuántas noches trascendentes se habrán perdido en el embrollo de aquellos caminos que nadie recorrió porque fueron escogieron otros. Quién sabe lo que el fútbol español perdió ese día en el que Manuel Pellegrini decidió dedicar su ingenio a las infraestructuras en lugar de construir equipos de fútbol.
@ca_lerios 30 mayo, 2013
Maravilloso artículo. Gracias crack!