Rojo. Su silueta parecía salida de «Yo, robot» y su melena de un safari estilizado. La Premier encajaba perfecto con su fútbol frenético, que aceptaba el error mínimo en lo técnico porque jugaba tan rápido que era imposible no equivocarse. No obstante sus muy buenos números, al referirse al fulgor rubio de Merseyside no se pensaba en el gol sino en la ruptura infinita al espacio, de ese que en las islas hay tanto. Romper defensas para que su equipo acelerara. A eso se dedicó cuando, en Liverpool, lo aclamaban como el mejor delantero centro de la liga y, casi que por ende, de Europa. Como lo suyo era romper, un día se rompió a sí mismo y The Kid, entonces, no volvió nunca a Neverland.
Azul. El elefante, símbolo inexorable de su patria africana, fue el totém que colectivamente se creó en torno a él. Fuerte e imposible de atajar en embestida, el ébano del Bridge conquistó más territorios que nadie en las islas. El área y lo que la circunda, fortaleza de sus enemigos, le era tan natural como el paisaje subsahariano de su infancia. A medida que el tiempo pasó, el eco de su nombre se llenó de misticismo y épica. Él, en realidad, no era un elefante. Era un aguila con una serpiente enroscada amigablemente en su cuello. Soberbio y astuto, imponente surcaba los aires ganando las más feroces batallas. En algún momento también fue el mejor. No había defensa contra lo que él hacía.
sergio 21 abril, 2013
Muy buen artículo.
Lo de Torres ya ha sido comentado 100 veces pero, así como Drogba, no tengo dudas de que ya no les volveremos a ver al nivel de hace 4 o 5 años, una pena, pero eso ya pasó aunque creo que recordarles de esta manera sirve para homenajearles en cierto sentido, ya que, a mi al menos, en sus tiempos eran de esos jugadores que te sentaban en frente del televisor para ver sus partidos de la 2 o teledeporte después de comer, comentados por Petón.