La historia fue así. El general Emilio Garrastazu Medici, presidente del gobierno de Brasil, necesitaba un vehículo de legitimidad popular y se fijó en ellos, en esos mulatos de magia infinita y pies de seda que ya habían inoculado el fútbol como un elemento de la identidad nacional. El fútbol como país. Un estilo de juego para una nación. El jogo bonito como máxima expresión de la cultura del Brasil, del malandro, del arte del engaño, de las felicidades redondas, de la irracional diversión. Dentro del programa político de la dictadura militar de Medici, la selección brasileña (ya dos veces campeona del mundo) componía un caramelo demasiado apetitoso como para no decorar los carteles propagandísticos y rellenar de dulces palabras los seriales radiofónicos. La selección jugaba para el pueblo y la dictadura quería al pueblo. Todo cuadraba, y en esa dirección corrieron los recursos: programas especiales de preparación física, controles alimenticios, tejidos modernos… Brasil crecía a un ritmo galopante. Se había creado una notable clase media, se expandieron las ciudades y se abrió una brecha social dentro de ellas. Así brotaron montañas de cartones, chapas y plásticos, las favelas, la hoguera perfecta para la combustión del talento salvaje. Después de la Copa del Mundo de 1966, el régimen militar que asaltó el poder en 1964 aún era demasiado incipiente, especialmente en su reconocimiento internacional. La selección de fútbol emergía como el cosmético perfecto.
Aquel equipo alcanzó la epifanía en el juego. El Brasil 70 fue la apoteosis del jogo bonito, con un juego de naturaleza viva, cuya composición y ensamblaje, sin embargo, nos deja una historia de héroes, villanos, sombras y olvidados. ¿Quién es el padre del Brasil 70? ¿Su entrenador Zagallo? ¿O João Saldanha? Posiblemente, ninguno de los dos por separado. O ambos juntos. La caída de Saldanha, los episodios de aquellos tres primeros meses de 1970, se han convertido con el tiempo en una fábula en sí misma. No faltan los mitos: la negativa de juntar a Tostao con Pelé o no apostar por Rivellino, su inestabilidad emocional, su incultura táctica… Saldanha, en realidad, tuvo más enemigos en las redacciones de los periódicos que en los cuarteles. Su caída fue un derrocamiento por la conjunción de varios factores envueltos en un mismo papel de celofán: las razones políticas e ideológicas.
La formación de Brasil 70 estuvo marcada por un conflictivo y tenso contexto político.
A Saldanha no lo echó Pelé, aunque tampoco se opuso y sus discrepancias eran notorias. A Saldanha no lo echaron por no convocar a Darío Maravilha, el ídolo en Atlético MG del general Medici, aunque aquello aceleró las cosas. A Saldanha no lo echaron por borracho, escandaloso o desequilibrado. Tampoco lo fulminó Havelange ni la Confederación Brasileña de Deportes, aunque eran resortes al servicio de la dictadura. Ni siquiera los ataques frontales de la prensa paulista (él era carioca) ni las férreas críticas de varios entrenadores, como Yustrich, que lo veían como un intruso, le catapultaron del puesto. Todos estos episodios y razones subyacen a los motivos políticos, y nos hacen una idea de cómo de trémulos fueron los 406 días que Saldanha permaneció en el cargo, tiempo suficiente para asentar los cimientos de un equipo maravilloso.
Saldanha estaba despedido prácticamente desde que se sentó en el banquillo. Lo eligió Havelange pese a su escasa experiencia como entrenador por una razón con tanta diplomacia que acabó mordiéndole las manos. El fútbol brasileño vivía días de fractura entre los centros de poder de Sao Paulo y Río de Janeiro.Pese a ser periodista, la prensa criticaba a João Saldanha por su origen y su ideología Esa fisura amenazaba la paz del camino hacia México 70. Saldanha era periodista y como tal, pensó Havelange, los colegas de las redacciones jamás lo azotarían a críticas. Havelange no iba mal, pero se quedó a medias. La prensa paulista afiló las plumas más que nunca. Y la prensa afín al régimen no tardaría en hacerlo. Saldanha había sido corresponsal en la Segunda Guerra Mundial, crítico deportivo, especialista en fútbol y era un personaje con una potente consideración popular. Había nacido en tierra de gauchos, al sur de Brasil. Su padre, Gaspar Saldanha, había sido un líder local del Partido Libertador y João asumió ese activismo político. Abrazó las doctrinas leninistas y marxistas, se adscribió al censurado Partido Comunista de Brasil, participó en huelgas, fue arrestado en 1946, recibió un balazo en 1949, operó desde la clandestinidad y, durante la dictadura, denunció torturas, desapariciones y represiones. Saldanha, pues, lo tenía todo para escocer en un gobierno militar de derechas y neofascista. Solo le faltaba el poder popular, y el poder se lo dio la selección.
Pelé había regresado a la canarinha después de dos años de ausencia y Saldanha comenzó a erigir su equipo. Llevaba 12 años sin entrenar, pero conocía mejor que nadie las esencias del futbolista brasileño. Fue un autodidacta que absorbió el legado de las principales corrientes del fútbol nacional: la influencia de ‘La Diagonal’ de Flavio Costa como paso hacia el 4-2-4 y la ‘zona’ de Zezé Moreira o Fleitas Solich, el impacto de Bela Guttman y la profesionalización impulsada por Vicente Feola… Su experiencia se limitaba al Botafogo de 1957, donde había jugado testimonialmente. Garrincha, Didí, Nilton Santos y Zagallo lideraban un equipo que conquistó el carioca a Flamengo y que alimentó de talento un año después al Brasil campeón del mundo en Suecia.
Saldanha levantó a Brasil del fracaso del 66 con su carisma, su fútbol y sus impolutos resultados.
La selección de Saldanha arrasó en aquel año 1969. Hizo pleno de victorias en la clasificación mundialista, marcando 23 goles y recibiendo solo 2. Saldanha era plenamente consciente del arsenal que manejaba. Bastaron esos meses para devolverle a Brasil la autoestima perdida en Inglaterra 66 y robustecer la selección con la idea de bloque. Para ello, estableció un modelo basado en tres equipos principales: Botafogo, Santos y Cruzeiro, algo que tampoco terminaba de convencer al régimen, quien prefería una selección más variada en representación popular, con futbolistas de clubes de todos los rincones del país. Su siguiente preocupación fue la preparación física. Saldanha conocía bien los emergentes métodos de trabajo de Europa, especialmente en Alemania, Italia y Holanda, y potenció el perfil atlético de sus futbolistas.
Brasil alcanzó un prestigio sobresaliente en ese camino hacia México 70. El carisma de Saldanha, el entusiasmo de sus discursos y su arrolladora personalidad le acercaron al pueblo, reavivaron el fervor popular y la gente tomó la selección como suya, bautizando a João como «Juan Sin Miedo». La popularidad de Saldanha ya era un problemaAsociar la victoria de Brasil al comunismo de Saldanha era algo que la dictadura militar no podía permitir para el régimen. Una intervención suya en la prensa europea acabó por alertar a los militares. Saldanha denunció los abusos, presos políticos y torturas de la tiranía brasileña y en los ministerios se activó el plan para demolerlo. Saldanha era un elemento incómodo. A los militares les aterraba que un comunista implacable pudiera regresar meses después a Brasil con la copa Jules Rimet en la mano y entregársela al pueblo. Desde fuera de Brasil sería interpretado como un triunfo de la oposición al régimen. En su libro «Quién derribó a João Saldanha», el periodista Carlos Ferreira Vilarinho profundiza en la historia: “Los militares tenían decidida desde la clasificación la caída de Saldanha. El Comité de Deportes del Ejército fue el encargado de prepararla”. Dicen que fue el ministro Jarbas Pasarinho el encargado de orquestar el plan de acoso y derribo. El objetivo era fustigar a Saldanha, arrinconarlo y dejarlo sin apoyos. Desde dentro de la selección, el jefe de la preparación física, capitán de artillería Claudio Coutinho, ejercería su papel estratégico. Y desde fuera, la prensa controlada por la dictadura desató una campaña contra Saldanha, acusándolo de inestable, depresivo… El asesinato de un amigo de João en noviembre de 1969 dejó la sombra de la sospecha. Y la CBD de Havelange comenzó a postular a sustitutos. Entre quienes codiciaban el puesto se encontraba Dorival Knipel, conocido como Yustrich, entrenador del Flamengo. Vanidoso y polémico, después de ganar en un entrenamiento a la selección, llamó incompetente, invasor y cobarde a Saldanha. João se presentó en la sede del Flamengo con su Colt 32 en busca de Yustrich. No era la primera vez que el ímpetu de Saldanha tomaba las armas. Ya había disparado al dueño de una farmacia por abusar de su empleada o al portero Manga, del Botafogo, por acusarlo de venderse. Yustrich declaró: “Que el ejército intervenga en la selección”. Por entonces, João ya sabía que estaba sentenciado.
El carácter y la ideología de Saldanha marcaron su camino, su relación con Pelé lo sentenció.
El desgaste de Saldanha lo acentuó su convulsa relación con Pelé. O Rei siempre fue un hombre apegado al poder, ya fuera económico, político o federativo, y le volvió la espalda al seleccionador. Había razones futbolísticas, pero también políticas. Lo cierto es que Pelé no alcanzaba su brillo con Saldanha.Pelé nunca alcanzó su mejor versión con Saldanha, quien dio el peso a Tostao Le exigía esfuerzos defensivos y prefería a Tostao, un chico humilde del sur y de ideología progresista que se había atrevido a no posicionarse con la dictadura. “Yo le dije un día que todos los entrenadores me veía únicamente como reserva de Pelé y él me dijo: ‘Se acabó. Usted es el primer nombre del equipo. Por delante de Pelé’”, cuenta Tostao en una entrevista en The Blizzard. Tostao fue el máximo goleador de esa fase de clasificación. Sin embargo, en agosto de 1969 en un amistoso en Colombia ante Millonarios sufrió un golpe en un ojo. Inicialmente, no pareció nada, pero, en noviembre, un nuevo impacto le causó un desprendimiento de retina que lo apartó del fútbol durante cinco meses, justo hasta antes de la Copa del Mundo. Los problemas con Pelé seguían. En una derrota ante Argentina en un amistoso, Pelé corrigió una observación táctica sobre un futbolista rival. Saldanha enfureció y comenzó a propagar la información de que Pelé era miope, que se estaba quedando tan ciego que no podría jugar. Cuenta Mario Zagallo en The Blizzard que ese es el origen de uno de los momentos célebres de la historia del fútbol: “El famoso disparo de Pelé desde el centro del campo en el saque inicial del primer partido de la Copa del Mundo ante Checoslovaquia fue la forma de Pelé de decirle a Saldanha y al mundo que su vista estaba perfecta”.
Entre septiembre de 1969 y marzo de 1970, la canarinha no jugó, pero la posición de Saldanha se había debilitado. Él era consciente de que cualquier error le serviría una justificación al régimen. El 4 de marzo, Garrastazu Medici le exige a Havelange que su futbolista favorito, el delantero Darío Maravilha (Atlético MG), sea el sustituto de Tostao en unos amistosos de preparación. Havelange se lo transmite a Saldanha, quien se niega, blindado ante las intromisiones gubernamentales: “El presidente cuida de sus ministerios, de la selección me encargo yo”. Con la desobediencia, las aguas se embravecieron y se llevaron por delante a Saldanha unos días después, el 14 de marzo, después de empatar a uno en un partido de entrenamiento contra el Bangú. Brito, uno de sus centrales, aglutinó a todo el equipo para impedir la destitución. Toda la plantilla se opuso y protestó, menos Pelé. Así cayó Saldanha.
Mario Zagallo juntaría a los cinco mejores futbolistas del país, todos portaban el «10» en su club.
De la terna de posibles sustitutos, Dino Sani y Otto Gloria no prosperaron. Quedaba quien más lo ambicionaba de los tres, tanto desde la misma fecha de la designación de Saldanha, también el más legendario, Mario Zagallo. El Lobo había sido futbolista del Botafogo de Saldanha, afín a su manual del fútbol. Nada más ser nombrado convocó a Dadá.Zagallo, una figura sin tintes políticos, fue el elegido para comandar a Brasil 70 en México Representaba una figura más dócil al régimen, sin adhesiones ideológicas públicas y con una estrecha relación con varios de los futbolistas de la selección, algunos de los cuales habían sido sus compañeros de vestuario. Quedaba establecido así otro de los puntales en la formación del Brasil 70: la autogestión. Pelé, Carlos Alberto y Gerson fueron voces de mando dentro de ese equipo. Zagallo optó por no generarse ninguno de los problemas que acabaron con Saldanha. Futbolísticamente, el equipo no terminaba de cuajar en aquella primavera. Aunque la base era la misma, le separaban de Saldanha algunos conceptos y prioridades. El mayor reconocimiento de Zagallo fue juntar a los cinco mejores futbolistas del país, cada uno de ellos portador del número «10» en sus equipos: Pelé (Santos), Jairzinho (Botafogo), Gerson (Sao Paulo), Tostao (Cruzeiro) y Rivellino (Corinthians). Todos ellos habían sido figuras capitales para Saldanha, excepto Rivellino. João proponía el talento libre, dio largo vuelo a los laterales, no fijaba posiciones, defendía la circulación interna de la pelota, pero prefería jugar con los extremos más abiertos, más puros, era más racional en la ocupación de espacios de lo que lo sería Zagallo. Pegaba a Jairzinho mucho más a la derecha de lo que se vería en México y en la izquierda insertaba un especialista de banda, Edu (Sao Paulo), más vertical, rápido y habilidoso que Rivellino. La mano de Zagallo se notó especialmente en su apuesta por «Patada Atómica», aunque en un principio el Lobo trató de encajar, como Saldanha, un hombre puro de banda, el puntero izquierdo del Botafogo, Paulo César Caju. Siete partidos tardó Zagallo en apostar por Rivellino, hasta un amistoso previo al Mundial contra Austria en abril.
Rivellino ya había jugado varios partidos como pareja de Gerson en el mediocampo en la época de Aymore Moreira, pero con Saldanha siempre fue un secundario. Zagallo le habilitó un lugar en la zona izquierda del ataque pensando en el mecanismo que él mismo había desempeñado en 1958 con Nilton Santos y Didí: un organizador creativo escorado a la izquierda, que apoyara la continuidad del juego cerca de Gerson y aireará la zona, pero que también diera amplitud y se desplegara por ese flanco. Gerson era un «10», pero solo desde hacía un año, tras su marcha a Sao Paulo desde Botafogo, donde hacía de 8, con Jairzinho delante, en la punta de lanza. La gran diferencia entre Saldanha y Zagallo residió en la apreciación de Tostao. Ni su recuperación, conforme se acercaba el Mundial, era una garantía, ni Zagallo terminaba de convencerse. Su idea original era jugar con un delantero más específico, Roberto Miranda, el goleador de Botafogo. Tenía a Darío en la recámara (aunque el protegido de Medici no jugaría ni un minuto en México). Otra pieza, muy usada por Saldanha mientras se recuperaba Tostao, era su compañero Dirceu Lopes, el verdadero artillero del Cruzeiro.
El proceso hacia el equipo definitivo fue una mezcla de decisiones de Zagallo y sucesos fortuitos. Primero, la apuesta definitiva por Rivellino. Segundo, ya con Tostao recuperado y fiable, la idea de un sistema para que ejerciera de falso delantero centro, dejándose caer al medio, al área de influencia en la media punta de Gerson y Pelé, quien basculaba muchas veces a la izquierda cuando Rivellino retrasaba. El espacio liberado por Tostao lo percutía desde la derecha Jairzinho, extremo sobre el plano, pero el futbolista del equipo con más presencia en la zona del delantero centro. Todos ellos, los cinco dieces, no jugaron juntos hasta dos semanas antes de debutar contra Checoslovaquia. Solo 16 días antes. Fue el 17 de mayo de 1970, ya en México, en un amistoso contra un combinado de la ciudad de León. Pero ni siquiera ese día jugó por primera vez al completo la selección de ensueño. Tambaleaba el lateral izquierdo. Marco Antonio (Fluminense), más ofensivo y brillante, perdió el puesto finalmente ante el quizá peor futbolista de la alineación mítica, Everaldo (Gremio), mejor defensor, justo la semana antes del Mundial. Antes, Zagallo había reajustado algunas de las herencias de Saldanha. La lesión del central Fontana (Cruzeiro) provocó que Piazza (Cruzeiro), compañero de Gerson en el mediocentro en la etapa de João, retrasara su posición. En su lugar, ya se había abierto un hueco el joven y eficiente Clodoaldo (Santos), la pareja perfecta para liberar a Gerson como cerebro principal gracias a su dominio del juego sin balón y la anchura de sus coberturas. Su papel defensivo fue vital, perdiendo cinco kilos en México. Zagallo terminó la obra: cuajó las asociaciones interiores acercando las distancias entre sus futbolistas, mantuvo la filosofía del movimiento inspirada por Saldanha y ordenó mejor el talento libre de sus cinco dieces con el ajuste del falso nueve de Tostao, la tecla de Rivellino como ventilador por la izquierda y el dibujo en la pizarra de la afilada diagonal desde la derecha de Jairzinho. Este sistema levantó una estatua al fútbol: el Brasil 70. Félix, Carlos Alberto, Brito, Piazza, Everaldo, Clodoaldo, Gerson, Jairzinho, Tostao, Pelé, Rivellino. Un equipo memorable en cuya construcción cayó un entrenador, pero en la que nació un monumento. ¿El padre? El padre. El padre fue Brasil. El arte. La magia. El fútbol infinito.
letissier 18 octubre, 2012
Me quito el sombrero, sin más. Felicidades al autor.