
Al sur de Bruselas, sobre la hierba verde de una llanura en la retaguardia del bosque de Soignes, media Europa uniformada y armada con sus sables tumbó del corcel a Napoleón Bonaparte. Los ejércitos imperiales salieron corriendo por la primera gatera que se puso delante cuando ya no quedaba nada a mano con lo que resistir a ingleses, holandeses y prusianos. Artilleros, infantería y caballería, dio igual. Los franceses se quedaron allí desnudos y ensangrentados, sin mariscales ni cañones. Y los que sobrevivieron y pudieron se dieron la vuelta para París. Esa llanura era Waterloo, el fin de un revolucionario con trono y corona, un corso que dominó los mapas, las estrategias militares y la corte con una astucia genial. En su carrera hacia Holanda, Napoleón no llegó a Bruselas por unos pocos kilómetros.
Al norte de esa ciudad, mucho tiempo después, sobre más hierba verde, en el estadio de Heysel, el Anderlecht, club de ascendencia real y de las élites de esa zona de Bélgica, comenzó a fraguar su leyenda de gran faro del fútbol belga. Los últimos años 70 y los primeros 80 le dieron categoría en Europa.Antes de sus éxitos en los 70, el Anderlecht encontró en Sinibaldi a un revolucionario Ganó dos Recopas (1976 y 1978), fue finalista en otra (1977), levantó una Copa de la UEFA (1983) y rozó una segunda (1984), un ciclo que, sin embargo, no pudo redondear con un dominio en Bélgica. En su liga doméstica, el Brujas y el Standard de Lieja marcaban la cabeza. Fue en Europa donde el Anderlecht escribió las letras de oro de su historia. Hans Croon, Urbain Braims, Raymond Goethals, Tomislav Ivic y el legendario Paul Van Himst fueron los entrenadores que llevaron las riendas de ese caballo ganador. Pero más que de hombres, se trataba de emociones e identidad, de una cultura, de un club levantado principalmente por dos presidentes entregados y con una visión amplia del fútbol belga: Albert Roosens y Constant Vanden Stock. Entre los dos dirigieron el Royal Anderlecht desde 1951 a 1996. Roosens fue quien abrió la puerta a un francés procedente del banquillo de la selección de Luxemburgo. Era un entrenador desconocido, pero entusiasmado con sus ideas. Se llamaba Pierre Sinibaldi y era corso. Él sí que entró en Bruselas. Y, cuando salió, había construido uno de los equipos más modernos, innovadores y refrescantes de los años 60. Lo consiguió a golpe de revolución táctica y con una novedad aplastante en aquella época: la trampa del fuera de juego.
Sinibaldi, nacido en una villa al norte de Córcega, había crecido como futbolista en el mítico Stade de Reims de los primeros años 50, aquel equipo burbujeante y musical comandado por Álex Bateaux y su fútbol champán. Appel, Glovacki, Kopa, Sinibaldi y Meano compusieron su formidable delantera, algo antes de los tiempos de Fontaine y Piantoni. Sinibaldi era un tipo con gol, máximo artillero en Francia en 1947 y, cuando se retiró, sus inquietudes crecieron en torno a un fútbol semejante al de Reims, ofensivo, alegre y diferente. Era un gran estudioso. Viajaba por Europa, se alimentaba de partidos y seguía al detalle cualquier novedad táctica. Su mesa de ensayos fueron el humilde Perpignan y la insignificante selección luxemburguesa. Tampoco pudieron evolucionar mucho sus planteamientos en eso equipos. No tenía experiencia, pero el Anderlecht detectó algo: un carácter ambicioso y rompedor. A él mismo le gustaba recordar cuáles eran sus escuelas: “Primero, el juego del Stade de Reims. Luego, tuve debilidad por el gran equipo húngaro de Puskas, Lorant e Hidegkuti. Y también recogí cosas del Brasil de Vava, Garrincha, Didi y Pelé”.
Su ideario quedó definido tras la Copa del Mundo de Suecia 1958. De los Magiares Mágicos absorbió sus fundamentos técnicos y estilísticos. Y del Brasil campeón de Vicente Feola, tomó la marca táctica, el 4-2-4 que se había desarrollado en el país sudamericano con entrenadores como Zezé Moreira, Fleitas Solich, Martim FranciscoSinibaldi trazó un 4-2-4 con una defensa tan adelantada que así ahogaba al rival y el húngaro Bela Guttman. Sinibaldi fue pionero en importar ese modelo de juego. Por entonces la WM era un sistema casi universal, salvo los amagos catenaccistas del Calcio o la herencia de la corriente danubiana, representada por Hungría y su WW, con Hidegkuti poniendo la semilla de la posición de mediapunta creativo. Sinibaldi organizó el Anderlecht en 4-2-4. Pero no fue su única novedad. De su pizarra surtió una defensa avanzada de cuatro hombres perfectamente alineada sin el balón y con varios metros a la espalda. Aislaba al rival en su campo y lo condenaba a caer por el desfiladero que se abría tras la retaguardia. Sinibaldi sistematizó así la trampa del fuera de juego. Aquello, como todo aire nuevo, se atragantó en varias gargantas y a Sinibaldi le vomitaron críticas y críticas porque paralizaba demasiado el juego. La realidad es que el Anderlecht se convirtió en un tirano. Acariciaban la pelota, respetaba el juego a un toque, imprimía velocidad, pasaba en corto, se volcaban en ataque… El metrónomo en aquella sinfonía era Paul Van Himst, el Pelé Blanco, uno de los belgas con más talento bruto de la historia. Los goles venían de los colmillos de Wilfried Puis o Jacques Stockman. Y a medias quedó Laurent Verbiest, un central a quien se comparaba con Franz Beckenbauer por su elegancia, autoridad y desplazamiento. Murió en 1966 en un accidente de tráfico. La reputación de aquella generación la completaban otros como Jean Plaskie, Jean Cornelis, Pierre Hanon, George Heylens, Jan Mulder, Johan Devrindt… todos internacionales en una selección belga poblada por el Anderlecht. Entre 1960 y 1966, arrasaron en su país. Ganaron cinco ligas y una copa. En Europa, no hubo títulos pero sí impacto. Su más célebre episodio fue ante el Real Madrid en la Copa de Europa de 1962. Era la primera ronda y los blancos, en su territorio favorito, funcionaban como una apisonadora. Pero Sinibaldi silenció el Santiago Bernabéu: empató a tres y esperó al Madrid en Bruselas. Ese Anderlecht era un equipo joven, osado, vivo y desacomplejado. Y Los Malvas eliminaron al Madrid, ganando 1-0 en Heysel con un gol de Jef Jurion, un delantero que jugaba con gafas y al que se le bautizó aquella noche como «Míster Europa».
Sinibaldi abandonó el club en 1966, aunque regresó en la temporada 70-71 para llevarlo a la final de la Copa de Ferias de 1971 y perderla ante el Arsenal. Quedaba el embrión del gran Anderlecht europeo de pocos años después. Un juego ágil, entusiasta, de triangulaciones eléctricas y cariño a la pelota. Sinibaldi siguió su carrera en España, en Las Palmas (entre 1971 y 1975), donde instaló su emboscada del fuera de juego en los mejores años del club canario. Y también entrenó al Sporting de Gijón (1975-1976). Regresó luego a Francia para jubilarse en el Toulón.
La historia del fútbol ha pasado de puntillas por su nombre, pero Sinibaldi adelantó muchas cosas. Fue un visionario, un gran intérprete de la herencia de los mejores equipos de los años 50 y un viento influyente en entrenadores como Rinus Michels y su Fútbol Total con conceptos como la agresividad colectiva de la línea defensiva. No fue Napoleón, pero sí otro corso revolucionario. Él ganó en Waterloo. Desplegó los mapas del fútbol y las estrategias de la pelota y tomó la hierba de Bruselas. Murió el pasado enero en Toulón (Francia) a los 87 años. Le gustaba comparar su Anderlecht con la cumbre del Arsenal de Wenger. Le gustaba hacerlo convencido, como siempre entrenó y arriesgó. Así ordenaba adelantar la línea del fuera de juego. Porque siempre lo tuvo claro: “¿El líbero? Mis centrales no necesitan una niñera que ayude a los demás”.
@SharkGutierrez · hace 641 semanas
Las Palmas acariciaba la pelota y tiraba el fuera de juego (muchas veces descoordinado) como nadie. No obstante, estuvo cuatro años aquí y fue el entrenador que más partidos dirigió al equipo (más que el mítico Roque Olsen).
No conocí al Anderlecht en profundidad, si que conozco (porque escribí un reportaje no hace mucho sobre futbolistas belgas) sobre Van Himst -y como las culpas recaían sobre él por las malas actuaciones- así como el Anderlecht que engendró a Enzo Scifo a mediados de los 80. Los belgas son muy parecidos o tienen una estética muy parecida a sus vecinos los neerlandeses y hoy el nivel de su liga es muy bajo si comparamos con las grandes...pero es un hervidero de talento. Especialmente el trabajo del Standard de Lieja es sublime. En los 80, el Brujas de Ceulemans pudieron con ellos. No obstante, formaron una generación interesante en el 86, donde creo (si no me hacen la corrección Chema y/o Vilariño) gente como Jean Marie Pfaff o Franky Van der Elst también compañero de Ceulemans en el Brujas.
caete11 45p · hace 641 semanas
@SVilarino · hace 641 semanas
Esa frase del líbero no sé en qué contexto estará dicha, pero me pegaría mucho como dardo envenado hacia el Brujas de Happel, que hizo poesía del juego con líbero, en la figura del austríaco Eddie Krieger. Y también el Standard de Raymond Goethals hizo maravillas a nivel nacional y europeo amparado en la red de protección que le daba su hombre escoba, Walter Meeuws.
Gran, gran artículo, Chema. As usual.
@SVilarino · hace 641 semanas
"Estoy detrozado. No puedo creerme que hayamos caído ante un equipo TAN MALO", Tomislav Ivic dixt.
@SharkGutierrez · hace 641 semanas
Ya os digo, aquí Sinibaldi se le guarda un buenísimo recuerdo (el que más dirigió al equipo en primera, que se me olvidó el dato).
@DavidLeonRon · hace 641 semanas
Crack Chema :D
@migquintana · hace 641 semanas
caete11 45p · hace 641 semanas
@Vilariño
La frase la comentó SInibaldi ya en la vejez. Pero seguro, y está claro, que iba en esa dirección. Lo cierto es que en Bélgica, en esos años finales de los 60, 70 y primeros 80, podía establecerse una doble corriente: la holandesa, representada más por el Anderlecht, y los entrenadores más influidos por la escuela alemana y el libero ofensivo.
Abel Rojas 130p · hace 641 semanas
Le pediré a David Mata que se pase, que él sabe de esto y estoy seguro de que gozarás con su visión ;-) Puede salir charla bonita.