Vuelve Oleg Blokhin al Dinamo y eso siempre es alegría en el Olímpico de Kiev. La alegría del hijo pródigo que vuelve, el alivio del héroe que nunca nos ha fallado y, sobre todo, el recuerdo de un tiempo mejor, de referencia futbolística al que agarrarse en un tiempo en el que el Dinamo no es ni siquiera el mejor equipo del país. El hecho de que no haya renunciado a su cargo como seleccionador representa perfectamente lo que Blokhin es para Ucrania: el chico-para-todo, el hombre sobre cuyos hombros reposa el presente y el futuro del fútbol nacional. A Blokhin le gusta esto, lo ha asumido desde hace tiempo. Representa a un pasado brillante, se siente y se sabe, nadie puede negarlo, el único y legítimo heredero del coronel Lobanovskiy, uno de los mayores genios del la historia del fútbol. La unión entre ambos parece indisoluble, y es difícil hablar de uno sin nombrar al otro, a pesar de que haya pasado ya una década desde que el legendario entrenador dejó este mundo.
A comienzos de los años 70, el joven Blokhin iniciaba lo que sería una brillante carrera en las filas del Dinamo de Kiev. El club se había establecido como referencia nacional en la década anterior gracias al trabajo de Viktor Maslov, un teórico que comenzó a aplicar a gran escala los conceptos de pressing, marcaje zonal, etc.Lobanovskiy inició su carrera en el Dinamo de Maslov, el verdadero padre del Fútbol Total Es considerado el verdadero padre del «Fútbol Total», a pesar de que la explosión del término llegase posteriormente con Rinus Michels. Maslov, que ya había tenido mucho éxito con el Torpedo de Moscú, revolucionó el fútbol soviético, y bajo su mando, un joven extremo llamado Valeri Lobanovskiy desarrolló sus primeros conceptos futbolísticos. Diferencias entre ambos llevaron al jugador a abandonar el Dinamo –Maslov era terrible si un jugador caía en desgracia para él-. Las diferencias, cuando Lobanovskiy comenzó su carrera como técnico en el Dnipro Dnipropetrovsk eran, básicamente, metodológicas. Valeri no era un cualquiera, había ganado premios de matemáticas a nivel nacional en su etapa estudiantil, y era licenciado por la Universidad Politécnica de Kiev. La cientificidad del juego le obsesionaba, y reducir el peso del azar en el desarrollo de un partido era uno de sus objetivos. En esta etapa conoció a Anatoly Zelentsov, un experto en bioenergética, que se convertiría en su mano derecha y parte clave de su diseño de entrenamientos. Tres años tardaron en ascender al Dnipro a la Soviet TOP League, y una vez en la máxima división, el equipo siguió coleccionando elogios. Para cuando el Dinamo le reclamó en 1974, Lobanovskyi y su equipo sabían que se les presentaba la oportunidad dorada de aplicar todos sus métodos a un nivel superior, sin prácticamente restricciones.
Kiev ofrecía un mundo de posibilidades: influencia y poder para aplicar sus métodos.
Para cuando Lobanovskiy comenzó su etapa en Kiev, habían pasado cuatro años desde que Maslov abandonara el equipo. Su sustituto había sido Alexander Sevidov, que había cambiado la cara al equipo, relegando el pressing y la zona a favor de una coordinación total de movimientos de sus jugadores, control de la posesión y la casi completaSus entrenamientos eran individualizados y específicos, ningún rival podría adaptarse anulación de los balones colgados al área. Se trataba de combinar largas posesiones, con espontáneas explosiones hacia el área. Lobanovskiy, ni corto ni perezoso, se interesó por ello, y en cierto modo tomó cosas de Sevidov también. Era una esponja. El grupo de entrenadores había crecido ya hasta cuatro. Zelentsov preparaba los entrenamientos individualizados para cada jugador, Bazylevich era el entrenador de facto y Oshemkov elaboraba informes en torno a bases estadísticas, que luego serían estudiadas para la continua corrección de entrenamientos y jugadas. Lobanovskiy, básicamente, lo controlaba todo. Cada jugador tenía un entrenamiento técnico particular para ser capaz de responder a las demandas que el entrenador le hacía, se preparaban jugadas y movimientos individuales específicos para cada partido… Ningún rival podía adaptarse al Dinamo, porque el equipo era distinto y actuaba distinto en cada encuentro. Esa era la base del pensamiento de Lobanovskiy. Individualmente buscaba la universalidad. Jonathan Wilson nos explica cómo era el ambiente del centro de entrenamientos del Dinamo, en su imprescindible Inverting the pyramid. “En uno de los muros del centro de entrenamiento del Dinamo había colgadas listas de lo que quería Lobanovskyi de cada jugador. De los 14 objetivos defensivos hay que destacar que cuatro eran concernientes a la distribución de la pelota y el establecimiento de posiciones de ataque una vez el balón era recuperado. No existía el concepto de “despejar la pelota”, ya que ello significaba perder –aunque solo fuese momentáneamente- la posesión de la misma y tener que regresar a las posiciones defensivas. En los 13 objetivos de ataque destacaban el pressing y el intento de recuperar la pelota lo más arriba posible junto a la insistencia en mover la pelota lejos de las zonas donde el rival concentraba más hombres.”
El énfasis sobre la posesión era extremo, ya que era la clave para elegir cómo, dónde y cuándo atacar o defender. El concepto no era llegar al extremo de una posesión defensiva, como hemos visto recientemente con el Barcelona de Guardiola o la selección española, sino seguir dominando el partido en cada fase del juego. Poder pasar con naturalidad de acaparar la pelota a cederla sólo para asestar un mortal contragolpe. La naturalidad, el trabajo combinado de los 11 hombres sobre el campo era la clave. Continúa Wilson a este respecto: “La más radical de estas listas es la que podíamos definir como tareas mixtas, que englobaban conceptos defensivos como la trampa del fuera de juego y ofensivos como los carrileros doblando a los interiores. Para atacar –decía Lobanovskyi- es necesario quitarle la pelota al contrario, ¿cómo es más fácil hacerlo, con 5 jugadores o con 11? Lo más importante en el fútbol es lo que hace un jugador en el campo cuando NO tiene la pelota, no al revés. Así que, para nosotros, un gran jugador es 1% de talento y 99% de trabajo duro.” No sabemos cuánto de verdad y cuánto de mera propaganda socialista –Lobanovskyi era un ferviente seguidor del Partido, como lo era y es Blokhin-, tenían estas palabras, pero lo cierto es que casi todos los jugadores de sus equipos estaban técnicamente bastante dotados. Dada su idea de que primero se elige la táctica o estilo de juego y luego se hace encajar a los jugadores, muy probablemente el pensamiento del viejo zorro soviético no estuviese muy alejado de aquel del totaalvoetbal, que exigía la excelencia técnica de todas las partes del conjunto.
El caso es que el Dinamo tuvo un éxito inmediato. El club había pasado tres años a la sombra de clubes secundarios que se habían alzado con el campeonato, como Zorya Voroshilovgrado (hoy Lugansk), o el Ararat Erevan. En su primer año con Lobanovskiy, se ganó el doblete. Al siguiente, 1975, se volvió a ganar la liga.Liderados por Blokhin, el Dinamo fue un rodillo en la Recopa de Europa hasta llegar a ganarla Pero esta fue la temporada en que por primera vez el Dinamo sorprendió a Europa. Liderados por Blokhin, que se había convertido en un extremo centelleante, capaz no sólo de superar a cualquier marcador sino de conseguir también cifras goleadores destacadas, el equipo fue un rodillo en la Recopa de Europa. CSKA Sofía (2-0), Eintracht Frankfurt (5-3), Bursaspor (3-0) y el potente PSV Eindhoven (4-2), sucumbieron ante los soviéticos camino de la final de Basilea. Allí esperaban los húngaros del Ferencvaros. Ya no estaba el gran Albert, pero había comenzado a despuntar el centrocampista Tibor Nyilasi, aunque llegaban con la baja –capital- del central Lazslo Balint, uno de los mejores defensas húngaros de la historia. El Dinamo jugó con Konkov ejerciendo de ancla en el centro del campo –una figura implementada por primera vez en la URSS por Maslov- y con Blokhin y Onischenko como pareja de ataque. Estos dos, ambos velocísimos, caían a banda liberando espacio para la llegada de tres trenes de mercancías como eran Muntian, Kolotov y Buryak. Dos goles de Onischenko y otro de Blokhin no dejaron lugar a dudas. El Dinamo era el primer equipo soviético en ganar un título europeo. Y refrendaría su condición de gran sensación europea al derrotar al Bayern Munich de Franz Beckenbauer en la Supercopa de Europa, una competición que sirvió a Blokhin para confirmarse como uno de los mejores jugadores del Viejo Continente. Destrozó a la defensa alemana con tres goles en dos partidos y cimentó su candidatura al Balón de Oro, que finalmente ganó ese año.
Lo difícil es mantenerse: la dura transición entre generaciones.
Al año siguiente, inevitablemente, el Dinamo era considerado uno de los grandes favoritos para ganar la Copa de Europa. Llegó sobradamente a cuartos de final y en la ida, jugada en Simferopol –por condiciones climáticas- el Dinamo derrotó 2-0 al St.Ettiene. La vuelta fue uno de los partidos más míticos de la historia del torneo, con les Verts remontando el resultado en la prórroga en su camino hacia la final que perderían con el Bayern.
En el año 77, de nuevo el conjunto de Lobanovskiy –que venía de ganar el bronce en los JJOO en su primera experiencia con la selección soviética- fue portada de la prensa europea, al acabar con el reinado del Bayern, eliminando a los alemanes en cuartos de final. El bloque se mantenía, pero algunas piezas como Konkov u Onischenko estaban lejos de su mejor forma. Las semifinales aguardaban, y había que medirse a otro equipo de la Alemania Occidental, el potente Borussia Moenchengladbach. El Dinamo pareció recuperar sensaciones ganando la ida 1-0, pero en la vuelta todos los malos presagios se cumplieron. Berti Vogts fue enviado a secar a Blokhin, y el terrier completó otro de sus históricos marcajes mientras sus compañeros remontaban la eliminatoria para viajar a Roma a enfrentarse al Liverpool.
El Dinamo a partir de aquí entró en un período oscuro, y con él, el fútbol soviético. El dominio en la liga se trasladó al Cáucaso, con el Dinamo de Tblisi, y a Moscú, con el Spartak. Es cierto que el Dinamo ganó un par de ligas y copas, pero el equipo ya no daba para competir en Europa. Lobanovskiy alternaba períodos en la selección, sin demasiado éxito. Blokhin se mantenía como una figura destacada, logrando éxitos individuales, pero parecía que su carrera había enfilado la cuesta abajo. Sólo la selección o una –improbable- salida a Europa occidental podrían revivirla. Los métodos de Lobanovskyi y su equipo, cada vez más radicales, incluían la evaluación cuantitativa del trabajo del jugador tras cada partido. El método estadístico permitía que tras cada encuentro se evaluase públicamente a cada jugador, y si este no había cumplido con lo que el método de Lobanovskiy exigía, era castigado de una u otra manera. Por ejemplo, si al día siguiente de un partido un centrocampista había completado 60 acciones técnicas y tácticas se iba a pasar un buen rato haciendo flexiones. Tenían que completar, al menos, cien.
Lobanovskyi y Blokhin siempre llaman dos veces
Sin embargo, para 1985 cuando el fútbol le daba por muerto, el entrenador había reconstruído el equipo totalmente, y estaba de nuevo dispuesto a salir a Europa. Blokhin seguía allí, pero ahora el peso del equipo caía en otros jugadores: la capacidad táctica de los centrales Bessonov y Kuznetsov, la banda izquierda formada por Demyanenko y RatsBlokhin y Lobanovskiy volvieron a ganar la Recopa aplastando al Atleti de Aragonés –poseedor de un disparo tremendo-, la capacidad para ir de un área a otra de Yaremchuk y Yakovenko, la creatividad del menudo Alexander Zavarov y la velocidad e instinto goleador de Igor Belanov. La competición, como 10 años antes, era la Recopa, y el camino también fue triunfal hacia la final: Utrecht (5-3), Universitatea Craiova (5-2), Rapid de Viena (9-2) y Dukla de Praga (4-1), no fueron rival para un equipo que no daba tregua a sus rivales. La final, en Lyon, les midió contra el Atlético de Madrid de Luis Aragonés. Para estudiar a su rival, Luis se desplazó hasta la capital ucraniana. Cuando llegó al entrenamiento, el panorama era desolador. Los jugadores iban cada uno a su ritmo. De repente, de un Mercedes negro que le llevó hasta el borde del campo, se bajó Lobanovskyi. La plantilla empezó a trabajar con carreras, ejercicios físicos y con balón. De repente, el entrenador comenzó a dar palmadas con distinta frecuencia. A cada una, los jugadores comenzaban a hacer movimientos con y sin balón que dejaron a Luis impresionado. “Vámonos, que perdemos seguro, pero no les cuentes nada a los chicos antes de la final”.
La exhibición que los rojiblancos presenciaron en primera persona fue de las que hacen historia. La manera de mover la pelota de los soviéticos, a una velocidad increíble y con una precisión casi irreal hizo que a nadie sorprendiera el 3-0 final. Zavarov, Blokhin y Yevtushenko fueron los estiletes del equipo. Por si en Madrid no había quedado clara la cosa, ese mismo verano el Dinamo participó en el Trofeo Santiago Bernabeu donde procedió a la demolición de una Quinta del Buitre que venía de ganar su primera liga. El grueso del equipo fue seleccionado por el propio Valeri para formar parte de la selección soviética que participó en Mexico 86 (doce de los veintidós convocados eran del Dinamo), y causó sensación, destruyendo a la selección húngara, tuteando a la campeona europea Francia y a la que sólo un lamentable arbitraje del sueco Frederiksson contra Bélgica pudo eliminar del Mundial. El Dinamo participando como selección se vería otra vez en la Euro 88, donde se llegó a la final del torneo, siendo derrotada por una Holanda a la que se había vencido en la primera fase. Para la historia queda el baño tremendo a Italia en semifinales.
La historia parecía repetirse para Lobanovskyi y su equipo. Al año siguiente de ganar la Recopa, eran los grandes favoritos en la Copa de Europa. Beroe Stara y Celtic no fueron rivales para ellos. Tampoco el Besiktas, al que un rotundo 7-0 global apeó en cuartos. El rival en semis era el Porto, que no era uno de los favoritos. En Portugal, Futre, Madjer y Gomes lideraron la corta victoria por 2-1. La vuelta vio como increíblemente los portugueses ganaban 0-2 a los 10 minutos. Mikhailitchenko recortó a los 11, pero a partir de ahí el Dinamo fue un manojo de nervios al que cada contra liderada por Futre ponía en serios apuros. Se esfumaba la gran posibilidad de ganar una Copa de Europa. Blokhin se iría a Austria el verano siguiente. Comenzaba la primera salida de jugadores soviéticos a occidente: Zavarov y Alejnikov a la Juve, Khidiatulin al Toulouse, Belanov al Borussia MG, Dassaev al Sevilla…
Lobanovskiy dio por finalizada su etapa en el equipo de la capital ucraniana en 1990, tras fracasar con la URSS en el Mundial de Italia. Se iba a los Emiratos Árabes y luego a Kuwait en lo que parecía un paso previo al retiro. Aún no. Volvió –y cómo- para llevar de nuevo al Dinamo a unas semifinales de Copa de Europa y forjar a su tercer jugador Balón de Oro en la figura de Shevchenko. Y para dejar claro que la escuela soviética seguía viva. En esas sigue hoy, de nuevo en casa, Oleg Blokhin.
SharkGutierrez 3 octubre, 2012
Conocer la historia a través de Sergio Vilariño es un lujo; si además te habla del entonces hermético fútbol soviético, doble lujo. Ahora yo quiero hacerle una pregunta a Sergio sobre a quién ve más él cercano al Oleg Blokhin entrenador: si a Sevidov o a Lobanovskyi. Porque comentas que Valeriy es muy metódico y concienzudo en sus métodos y no deja nada al azar, mientras que Sevidov era mucho más "romántico" del fútbol total. Supongo que Blokhin no es ninguno de los extremos, pero a ¿quién lo ves más cercano?