“No te esfuerces, Giuliano. No vale la pena, déjalo entrar. Nos van a ganar igualmente.” Esa frase fue la que, para el pétreo Tarcisio Burgnich, puso el punto y final a uno de los equipos más dominantes, autoritarios e inabordables que haya conocido el Viejo Continente. Cuando dos años antes aquella pelota embarrada se escurría bajo el cuerpo de Costa Pereira para darle al Inter su segunda Copa de Europa consecutiva, parecía que nada ni nadie -ni siquiera los elementos que habían llenado de fango lo que debería ser una maravillosa final en su propio estado- podían frenar al equipo de Helenio Herrera. “El Mago” estaba en la cima del mundo, había construido un equipo impresionante que dominaba el campeonato italiano y también se imponía en Europa. A finales de ese año 65 se coronaba de nuevo campeón intercontinental, sellando su dominio sobre el planeta fútbol.
El Inter basaba su fortaleza en haber conseguido aglutinar al jugador ideal para cada puesto en el nuevo sistema de catenaccio que estaba imponiéndose en el fútbol italiano. Sarti, seguro y con experiencia, era el portero, Picchi, el capitán y libero siempre sereno, los marcadores contundentes Burgnich y Guarneri, FacchettiHelenio Herrera era un técnico innovador y exigente, así instauró las concentraciones representaba al moderno carrilero, Domenghini era el tornante técnico y con pulmones para todos, Bedin el hombre ancla, Suárez el cerebro capaz de poner la bola milimétricamente a 50 metros, Corso era la técnica y el ingenio atacante, Jair la velocidad y el regate, Mazzola el dominador del frente de ataque y Peiró el rematador. Además, Herrera incluyó muchos nuevos métodos de entrenamiento, modernos todos ellos, y además era un psicólogo. Pero también un hombre oscuro sobre el que nunca se despejaron las dudas en torno al intento de amaño de partidos o al uso de sustancias para mejorar el rendimiento de sus jugadores. Indudablemente era un hombre extremadamente exigente. Había también implementado la costumbre de las concentraciones, el ritiro, aislando a los jugadores en el centro de entrenamiento o en hoteles antes de los partidos. La costumbre comenzó siendo simplemente la noche anterior a un encuentro, pero poco a poco el tiempo de encierro se fue alargando. Se convirtió en habitual que, para un partido el domingo, los jugadores fuesen a entrenar el viernes y ya no volviesen a casa. Tampoco la noche posterior al partido. Sólo el lunes quedaban liberados.
El Inter siguió siendo una fuerza dominante en la sexta y séptima temporadas de Herrera.
La temporada 65-66, a pesar de la eliminación a manos del Real Madrid en las semifinales de la Copa de Europa, confirmó el dominio del Inter a nivel nacional, con un nuevo Scudetto. Nada parecía cambiar, y más aún cuando al comienzo del curso 1966-67 la escuadra de Herrera encadenó siete victorias consecutivas que le situaron al frente de la tabla con autoridad. El equipo ganaba partidos con solvencia y a mediados de abril sacaba 4 puntos a la Juventus en cabeza del campeonato, además de haberse tomado venganza del Madrid en cuartos de la Copa de Europa. Pero, de repente, las cosas se medio torcieron. Los duros búlgaros del CSKA le obligaron a ir a un desempate en semifinales. Un desempate que, por cierto, se jugó en Bolonia al ofrecer el Inter toda la taquilla al CSKA –en aquella época, todas las recaudaciones iba a medias para los dos equipos-. En liga, tres empates y una derrota contra la Juve dejaban el campeonato apretado, pero la realidad era que, a falta de la final de la Copa de Europa contra el Celtic y la última jornada del Scudetto ante el Mantova, dos victorias aseguraban un nuevo doblete para el conjunto de Herrera. Para este momento, las concentraciones de dos días antes de partido eran el pan nuestro de cada día para los jugadores del Inter, y si pensamos en que entre semana había partidos europeos, el resultado es que, como decía Burgnich, los jugadores pasaban más tiempo con su compañero de habitación que con su mujer.
Fue en Lisboa cuando la plantilla del Inter llegó al punto de no retorno. Herrera, como era habitual, había reservado todo el hotel para el equipo. Los interistas se concentraron a media hora de Lisboa, en un hotel enorme que miraba al mar. Durante los tres días previos a la final los jugadores sólo vieron a sus compañeros y al cuerpo técnico.La gran concentración previa a la final de la Champions fue larga, tensa e insoportable Ni siquiera los directivos se alojaban allí. Todo, absolutamente todo, iba encaminado al partido contra el Celtic. Todo tenía que ver con los escoceses. Las sesiones de vídeo, los dossiers con información llenaban el tiempo de los jugadores en medio de la nada. Herrera estaba nervioso, tenía miedo, porque veía que el equipo se venía abajo y además jugaría la final sin Jair y, sobre todo, sin Suárez, lesionado, lo cual era una perspectiva que horrorizaba al “Mago”. Y el equipo explotó. Burgnich y Facchetti, que llevaban compartiendo habitación durante todo el ciclo con Herrera, reconocieron a posteriori que eran afortunados si podían conciliar el sueño durante tres horas, que se quedaban hasta altas horas de la madrugada mirando al techo o paseando por los vacios pasillos sin poder descansar. Escuchaban a Picchi, que era el capitán y un líder ejemplar, vomitar de tensión todas las noches. Varios jugadores más pasaban por lo mismo, cuatro de ellos vomitaron durante la charla técnica prepartido en el Estadio Nacional de Jamor. Ese hotel en Lisboa fue la gota que colmó el vaso, se les echaron las paredes encima. Burgnich había visto a su familia 3 días en el último mes y medio. Mentalmente estaban muertos.
Incluso cuando se pusieron por delante, gracias a un penalti marcado por Mazzola en el minuto 7, y Herrera les ordenó ser –aún más- conservadores, la victoria era una utopía para gran parte del equipo. El Celtic, sin ningún tipo de presión, jugando un fútbol de ataque total, alegre, combinativo, con esos laterales larguísimos que doblaban una y otra vez la banda, les martilleaba sin compasión, y más lo hacía ese talante despreocupado de sus jugadores. ¿Cuántos años hacía que no sentían eso los jugadores interistas? La presión, la exigencia de ganar. Era como una bota que les apretaba la garganta. Y llegó el gol del empate. Fue como el golpe que deja definitivamente groggy a un boxeador. A partir de entonces, el Inter se balanceaba entre las cuerdas, esquivando como podía el golpe que le enviase definitivamente a la lona, lanzando balones largos sin sentido alguno, salvado por el poste, por las paradas de Sarti…
“No te esfuerces, Giuliano. No vale la pena, déjalo entrar. Nos van a ganar igualmente.”
Que alguien como Armando Picchi, uno de los capitanes más respetados del fútbol italiano en toda su historia, dijese esa frase sólo demuestra cuán destrozado estaba ese equipo del Inter. Cuánto deseaban que se acabase todo y quitarse esa presión de encima. Como sabemos, el Celtic conseguirá finalmente la victoria, pero la pesadilla no finalizó para el Inter en el césped lisboeta. El fin de semana siguiente, Sarti recibió un gol exactamente igual que aquel encajado por Costa Pereira que les había llevado a la cima del mundo. La pelota, y el Scudetto con ella, se escaparon debajo del cuerpo del portero interista. Aquella tarde de Mantova terminaron también las carreras nerazzurras de Picchi, Guarneri y Jair, sentenciados por Herrera, que los traspasó ese mismo verano.
Daba igual, el Grande Inter no era más que la sombra de lo que un día fue. Como la Grande Armée vagando por los caminos de Europa de vuelta a casa tras el fracaso de la campaña rusa, el equipo de Herrera finalizó quinto en la liga al año siguiente a 13 puntos del Milan, gran rival dirigido por Rocco. “El Mago” puso oficialmente el punto y final a esta etapa cuando marchó a Roma en busca de un nuevo proyecto. Volvería, como también lo hizo Napoléon, para un breve reinado, pero al igual que el emperador francés, su aura de invencibilidad se había apagado años antes.
MiguelQuintana 11 octubre, 2012
Espectacular una vez más, Vilariño.
La tensión que debieron vivir los jugadores del Inter de Milan para terminar explotando así tanto antes como durante el partido es algo que aún con sus testimonios debe ser inexplicable. Esa ''teoría de la manta'' que tanto le gusta a @Arroyo también se puede aplicar a estas situaciones, entre la falta de concentración y el exceso hay muchos niveles… pero entre el punto idóneo y lo enfermizo no tantos. Por cierto Vil, ¿tenía equipo el Inter para ganar al Celtic en condiciones normales?
Hay que recordar, por cierto, que ese Celtic fue uno de los tres equipos en ganar la Copa de Europa con todo jugadores nacionales… y para añadir más valor a la gesta, todos eran nacidos en Glasgow o alrededores. Un hito histórico e irrepetible, evidentemente.