Al final clasificó República Checa. Tiene especial mérito, la verdad. Empezar este tipo de torneos con una derrota es un golpe durísimo que pocos son capaces de superar. Si encima te meten cuatro, la presión se vuelve ingobernable. Pues los checos han podido con ello, venciendo además en el partido decisivo al conjunto local. Un equipo el del Smuda que se recordará como agradable, por momentos incluso excitante, pero que no ha sabido encontrar el equilibrio táctico, técnico y emocional que requiere la competencia. República Checa ofreció, brevemente eso sí, el mejor fútbol del grupo. De justicia es su clasificación.
A Chequia le gusta la pelota, tenerla, pasársela. Jugadores coherentes con la idea tiene. Especialmente uno, Tomas Rosicky. El mediapunta del Arsenal es el epicentro del funcionamiento global. El problema se da cuando, como ayer, el Pequeño Mozart no está.Sin Rosicky, la banda derecha checa no fluye Los checos buscan ser fieles a lo que sienten, pero termina siendo perjudicial. Por ejemplo, la banda derecha, desde la cual aplastaron a Grecia, pierde toda su agilidad. Jiracek es uno de los jugadores de la Eurocopa y se está saliendo, pero obviamente no es ilimitado. Si recibe con la jugada en vuelo es muy capaz de regates, de ofrecer desequilibrio. Rosicky le abre puertas para que explote su potencia. Sin él, el del Wolfsburgo se ve obligado a recibir en estático y crear él la ventaja. No tiene tanto. Mientras, Gebre Selassie se queda sin espacio sobre el que percutir, pues no tiene metros por delante y sí muchos rivales. Intentó compensar un gran Plasil, con más juego por delante del balón que nunca. El doble pivote checo quedaba desprotegido, lo que Polonia aprovechó hacer lo que más le gusta, dominar desde la transición. Descolgando a Obraniak desde la falsa banda hacia dentro y con el resto de armas conocidas. Polonia, sin terminar de romper, era mejor.
Pero entonces, cuando más fría debía mostrarse, Polonia declinó. No es fácil ser local para un conjunto humilde. La ilusión nacional es complicada de manejar para un perfil de futbolistas modestos en su mayoría.Polonia no fue capaz de ser fría de cabeza Smuda aguantó diez minutos el dibujo sobre el que edificó su superioridad en la primera mitad y retiró al innegociable Polanski para dar entrada a Grosicki y recuperar el 4-2-3-1. No funcionó. Obraniak, ya fijo por dentro, sufría para encontrar posiciones de recepción. Polonia verticalizaba de forma incontrolada. El nerviosismo hacía acto de presencia. Para los dos equipos, cierto es, pero República Checa tuvo la suerte de contar en esos momentos con la gran revelación de la Eurocopa, Vaclav Pilar. El extremo cuajó los minutos más meritorios de su torneo, y no es decir poco. Sin Rosicky y sin una banda derecha que volcara al rival sobre ese sector, Pilar recibía en condiciones muy exigentes para producir siempre. Una falta, un centro, un desborde. Y delante estaba el potente y reputado Piszczek, ojo. El chaval tiene cosas, es incuestionable.
Pilar no paró de producir incluso en las peores circunstancias
Tras el gol checo, una definición optimista que revela que, en efecto, Jiracek en este momento se cree Nedved, todo finalizó. Polonia necesitaba dos goles y allí nadie creía, ni su propio entrenador, que ordenó dos cambios en buscar de agitar un árbol al que se le habían caído los frutos precisamente con la intervención previa de Smuda. Pasó la República Checa, que cuenta las horas para la vuelta de su estrella. Con él lo tendrán muy difícil. Sin su presencia, imposible.