Fue un niño espartano | Ecos del Balón

Fue un niño espartano

Las banderas, bien altas. Dieciséis escudos sostenidos por dieciséis capitanes, que entonan su himno encendiendo al resto. En ese instante recuerdan que de niños soñaron, con la cara pintada, vivir ese momento. Se adiestraron en los parques, combatiendo con otros soñadores. Hacían paredes con los bancos y marcaban goles entre los árboles. Algunos junios dejaban el juego, y pedían vasos de agua a señores entre el humo de los bares. Mientras, en la televisión, Nadal fallaba un penalti decisivo, Charisteas gritaba el tanto de su vida, y Bierhoff marcaba un gol, que tan valioso debió ser, que lo llamaron de oro. Se refrescaban con el balón bajo el brazo, miraban unos minutos, y volvían al barro, al cemento, o al asfalto.

La Eurocopa se lucha en un páramo verde, donde no hay vida para el estilismo de Modric ni para la sonrisa de Arshavin. No hay aliento para los cuhillos naranjas, y sobre el suelo perecen Robben, Sneijder y Van Persie. La Eurocopa no entiende de lógica ni de tiempo. Solo la grandeza se hace hueco entre los golpes, y cuando falta la grandeza solo la ilusión le gana a lo imposible. Y eso hizo Karagounis. Llegó al torneo con 35 años, y tras jugar cuatro partidos de titular en Panathinaikos durante toda la temporada, afrontó el torneo como lo haría un niño. Como el dueño del balón, como el bueno del barrio. Y es que, los que mejor se pegaban en la calle, mejor se pegan en la EURO.

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