Ningún club ha contribuido tanto a la transición al fútbol moderno como el AC Milan. Los conceptos de presión, reducción de espacios o la preponderancia del aspecto físico han sido elementos comunes en las dos formaciones históricas (Holandeses e Inmortales) que, a finales de la década de los ochenta y principios de los noventa, tiranizaban el fútbol europeo. El gigante italiano es principio y final de esta historia. La historia de Clarence Seedorf. El centrocampista que compitió contra todos y nunca pareció inferior a nadie.
En Europa no se hablaba de otra cosa. Era el centrocampista de moda, y en manos del General Capello no sonaba a amenaza, sino a certeza de humillación. Marcel Desailly copaba portadasSeedorf nunca quiso ser como Desailly y horas de análisis, era algo nuevo. De raza negra e impronta intimidante, ahí acababan las similitudes. Clarence no se reconocía en él, no quería ser como Marcel. El destino los enfrentó en Viena, con el reinado europeo en juego. Muy joven, apenas diecinueve años, pero ya parte integrante de una colectividad imborrable, Seedorf era, a priori, el interior de control de juego, oposición a su hermano Davids. La realidad es que Clarence aún no había terminado de definirse. Percibía que el área propia le proporcionaba placeres mayores que la rival. Pronto tendría que aplazar ese pensamiento. Llegaba el Real Madrid del General.
Tras su periplo italiano en una Sampdoria que intentó con Karembeu montar su Seedorf-Davids particular, Clarence aterrizaba en el proyecto más ambicioso del fútbol europeo. Dos nombres resultan fundamentales para comprender su evolución en esta etapa blanca.Con Redondo sí que existía una afinidad mucho mayor Por un lado, el destino volvía a cruzarlo con otro centrocampista referencia, esta vez como compañero: Redondo, el rey de la base, el mejor mediocentro del mundo. Con Fernando la afinidad le resultaba más sencilla. Acaparaba balón, mucho balón. Lo pedía constantemente y ningún compañero se lo negaba. Sí, definitivamente lo del argentino le agradaba. Pero Capello tenía planes muy diferentes para él. No escapaba a Fabio el deseo latente de Seedorf de intimar con la pelota, pero con Redondo tenía suficiente. Había que educarlo para el sufrimiento. Y lo hizo. Cuentan que en un derbi ante el Atlético, tras la expulsión de un miembro de su equipo, Seedorf corrió hacia su compañero expulsado para susurrarle una sentencia esclarecedora: “No te preocupes, voy a correr por ti y por mí”. Capello lo había conseguido… por un tiempo. La marcha de Fabio y el cielo de Ámsterdam apagaron el deseo de Clarence de sufrir por el compañero. Todas las partes se cansaron, y Seedorf partió rumbo al confuso Inter. Se hacía la noche.
Capello lo educó para correr y sufrir por el compañero
Tenemos suerte de que en Italia el trasvase de jugadores entre equipos de la élite se asume como algo natural, sin estridencias ni dramas. El Inter, repitiendo movimientos de crudeza histórica máxima, vendíaClarence por fin influía en todo y en todos en cuestión de meses a Seedorf y Pirlo a su gran rival, el AC Milan, que no había perdido el tiempo y se había hecho también con el emocionante Rui Costa. Sin que nadie lo supiese, se estaba forjando uno de los mejores equipos del S.XXI. Todo encajó; Pirlo, volátil mediapunta, tomaba el relevo de Redondo como mejor “5” del mundo. Claro que esta vez Seedorf estaba más que preparado para reclamar su cuota de protagonismo. Desde el sector izquierdo, siempre orientado a su golpeo interior, influía en todo y en todos. Cafú podía volar alegremente, sabía que el holandés lo encontraría a cualquier altura con su toque a tres dedos. Si los rivales focalizaban excesiva atención sobre Pirlo, su juego era ya suficientemente sólido para ser auxilio y argumento. Y si había que amenazar arriba, su disparo innato hacía el resto. Era un crack.
Desde la izquierda, orientado hacia dentro, mandaba en el partido
Quiso el azar que Clarence y el Milan enfrentaran durante su ciclo victorioso al, quizás, centrocampista más dominante en Copa de Europa durante tres-cuatro años. Steven Gerrard hizo de Estambul, obra cumbre predestinada al libro de oro rossonero, la mayor de las tragedias. Con el alzamiento de una nueva potencia imperante, aquello parecía el fin. Y sin embargo, quedaba lo mejor, el último acto. Uno de los más bellos cantos del cisne que la Champions nos ha regalado. Lugarteniente del apoteósico Kaká, entre ambos (nunca mejor dicho, pues Seedorf, por fin, fue rey de su medular) ganaron el derecho a la revancha, de nuevo ante el Liverpool de Gerrard. Atenas cerraba heridas y reconocía al holandés como uno de los mejores centrocampistas de las últimas dos décadas, el único en levantar La Orejona con tres clubes distintos. Fue voluntad del Dios del fútbol que antes de partir para siempre, pudiera visitar la casa del último mediocentro legendario de la competición que tantas veces le vio brillar. Salió sustituido, su tiempo había llegado. Lo hizo entre aplausos. Marchaba un pedazo grande de historia de la Copa de Europa. Y eso no ocurre todos los días.
–
Artículos relacionados:
La pescadería de Gattuso
@marcel99710 1 junio, 2012
"Clarence no se reconocía en él, no quería ser como Marcel"
Cuando jugaba en la mitad, yo si quería ser como Clarence ^^
Eso sí, como el último, aquel que regateaba rivales en una baldosa y desenfundaba: http://www.youtube.com/watch?v=iD4TXltyyw8 (2:22)
P.D: http://www.youtube.com/watch?v=uRFnsRPOQu8&fe…