La Colombia de Valderrama, Higuita, Álvarez y Maturana era un equipo defensivo, incluso a pesar de las alegrías con pelota, o sin ella, que se permitían, y lo fue aún más desde que el genio creativo de rizos rubios y medias bajas dijo adiós y nunca más volvió a salir de su lámpara porque sus tres deseos ya habían sido cumplidos. Colombia quedó huérfana y vacía de fútbol y carácter, y mientras en el reino sin rey ningún aspirante a heredero se hizo con el trono, los cortesanos se tomaron el poder.
La retirada de Valderrama dejó un vacío que ningún jugador ofensivo pudo rellenar.
El equipo del ‘10’ pasó a ser el equipo del ‘1’, del ‘2’ y del ‘3’. Córdoba-Córdoba-Yepes, lejos del festival de pases y pisadas que exhibía quien clasificó a los mundiales del 90, 94 y 98, estaban preparados para sufrir, sufrieron, y quizá fue por eso que el fútbol los premió con el único título a nivel de selecciones en toda la historia del país. Óscar, arquero de Boca en ese momento, probó las mieles de la selección, y con ellas la de los fracasos, cuando le tocó suplir a Higuita, fuera del seleccionado por problemas personales, y fue dueño de la portería el día del 5-0 a Argentina, y durante el Mundial del USA, cara y sello de una generación dorada. Entre el 98 y 2001 ganó casi todo lo que jugó, y el inexperto imberbe de uniforme multicolor del 94 se convirtió en un cancerbero que transmitía gloria con cada penalty atajado y cada final ganada. Sobrio, potente, de grandes reflejos y un gran saque de puerta, sello distintivo del Boca de Bianchi, llegó a ser uno de los mejores del mundo y el mejor de la historia colombiana.
El otro Córdoba convivió con una carga incluso más pesada a sus espaldas. El ‘2’ inmortal había muerto trágicamente y sólo hasta aquel día en que el pequeño defensor detuvo a Ronaldo, el puesto estuvo vacante. Paralelamente ganó el título de jugador colombiano más caro de la historia con su traspaso al Inter, dónde es ídolo, y fue el primer colombiano que, con éxito, se midió en la más pura élite del fútbol mundial. Con pelota Iván apostaba por el pelotazo, sin ella era el mejor. Rápido como ningún otro, preciso en el corte por bajo, decisivo en el juego aéreo a pesar de su corta altura para la posición, y un incordio sempiterno para el delantero centro contrario, al que nunca lo dejó girar, patear ni gambetear.
Mario era el favorito. La misma nación que diez años antes se emocionaba con paredes y goles, gritaba y aplaudía desaforadamente cuando el de River iba como un kamikaze al suelo y se erigía un segundo después triunfador del duelo, sin que importase quién era el confrontante. Yepes, delantero centro de formación, luego se prodigaba con pelota. No era Baresi, pero con el cuero pegado a su zurda se abría campo entre rivales si era necesario. Hizo pocos goles, evitó muchísimos y es el símbolo de la generación de entreguerras que no clasificó a 2002 y 2006: Yepes sudaba sangre y destilaba todo el coraje que se le pedía a otros.
Nadie encajó menos goles que ellos mientras estuvieron juntos. Ganaron una Copa América sin encajar un solo gol.
Entre los tres conformaron la defensa menos goleada de Sudamérica mientras estuvieron juntos, y entre los centrales siguieron la estela una vez Óscar, acostumbrado ya a ganar, se aburrió de perder. En la retina queda la Copa América que ganaron sin conceder ni un gol, y recibiendo un solo disparo en la final, en las postrimerías del segundo tiempo. Así eran de buenos. No se merecían perder tantas veces.
@DavidLeonRon 3 junio, 2012
Antes que nada: El vídeo de Córdoba contra Ronaldo lo habré visto 20 veces. Me parece ALUCINANTE.
Un momento, un duelo, digno de Oliver y Benji. Qué esplendor, qué bestias físicas y cuánto talento. Por ambas partes, por supuestísimo.