The Great Escape | Ecos del Balón

The Great Escape


Fue descorazonador. El Real Zaragoza acababa de recibir una manita en La Rosaleda y la salvación se podía situar más allá de los once puntos. Por extraño que parezca, la situación era aún más dramática. El abatimiento y la desesperanza que transmitía todo el equipo habían provocado que hasta el más optimista e inquebrantable de los aficionados zaragocistas tuviera que inclinar levemente la cabeza hacia el suelo. El corazón del equipo apenas latía y los pulmones de la afición funcionaban de forma asistida. En rueda de prensa, Manolo Jiménez pareció firmar el acta de defunción que todos esperaban: de forma prematura, en la jornada 25, el Real Zaragoza había abandonado la Liga BBVA.

J.26. Real Zaragoza 2 – 1 Villarreal

La liturgia previa a un partido en La Romareda siempre era la misma. Bufandas en ristre, camisetas por fuera del abrigo y bocatas dispuestos en la encimera en un perfecto e inalterable orden. Sin embargo, era un día atípico. En vez de tres eran dos, y en vez de bocatas eran pinchos. El Zaragoza-Villarreal se disputaba en un horario que implícitamente parecía decir algo realmente amargo: «Doce de la mañana, horario de segunda división, tu nueva categoría». El viaje en coche fue extraño. Por primera vez, el puesto de copiloto estaba sin ocupar. Leo se había adelantado a su padre y a su hermano para colaborar en las medidas de protesta contra Agapito. El manejo de la radio quedó desatendido.

El partido trascurría según lo esperado. El Villarreal ganaba 0-1 y en el minuto 77 muchos aficionados abandonaban el estadio. Víctor, el menor de la familia, no encontraba respuestas en las desoladas caras de sus compañeros de grada, por lo que decidió preguntar al que siempre respondía: «¿Papá, aún podemos?» Leo fue tajante: «¿no lo estás viendo, nano? Es imposible, yo me piro.» La realidad es cruda, pero al final no deja de ser un concepto propio construido por nuestro entorno. En los segundos siguientes la mente de Luis no paró hasta encontrar la cura al dolor de sus dos hijos: «¿Os sabéis la historia del Fulham inglés?» Víctor negó con la cabeza, Leo puso los pies encima del asiento delantero y decidió esperar.

«En 2008, esa temporada en la que nosotros bajamos de… aquella manera, el Fulham estuvo todo el año en zona de descenso. En diciembre cambiaron de entrenador. Llegó un hombre que había entrenado en Suecia, Suiza, Finlandia y algún que otro país más, creo. Sin embargo, su cara y su forma de entender el fútbol le delataban: era inglés. Roy Hodgson, así era como se llamaba, no tuvo un gran comienzo, la verdad. Su equipo se hundía cada jornada más y, a falta de cinco partidos, estaban a seis puntos de la salvación. ¿Complicado, verdad? Pues todavía lo sería más cuando…»

Un remate de Luis García le interrumpe. Al entrar por la escuadra, la temperatura sube. «Ahora no, Víctor, ahora no», le contesta su padre ante la petición de que continuase con su historia. Estaba en plena celebración. Es un empate y servía de bien poco, pero ya había vivido demasiados días épicos con el Zaragoza cómo para no saber identificar sus momentos. La prolongación expiraba y el trencilla preparaba su silbato, todos sabían que sólo queda una jugada. Esa, sólo esa, en la que podría empatar Abraham. Comienza una nueva y vertiginosa liturgia. En apenas unos segundos padres e hijos miran al linier, comprueban que el árbitro señala el centro del campo, encuentran sus miradas y se funden en un abrazo. Con aún los brazos en alto, abandonan La Romareda. Son nueve puntos. Llueve muchísimo, pero menos que ayer. Es ahora Leo quien exige el final de la ‘batallita’ que su padre le había comenzado a contar cuando la diferencia era de 15 puntos y su plan era cumplir con la ‘Agapirada’. «Todo ha cambiado en diez minutos, tú bien lo sabes. Ahora toca esperar». «¿A qué?» replicó. «Al Zaragoza.»

J.28. Real Zaragoza 1 – 1 Osasuna

En el octogésimo cumpleaños del Real Zaragoza había velas, pero no pastel. La salida del estadio se convirtió en una de esas procesiones fúnebres en la que se reúne tanta amargura acumulada que sólo hay lugar para el silencio. La derrota en Anoeta y el empate in extremis ante Osasuna parecían confirmar que lo de aquella victoria frente al Villarreal fue sólo un accidente. Desde luego, el camino desde La Romareda al coche no siempre era el mismo. Si el Zaragoza ganaba, se recorría en apenas cinco minutos. Si no lo hacía, las cortas rectas se transformaban en infinitas cuestas donde ordenar los pensamientos… o terminar de liarlos del todo. «Chicos, alegrad esas caras, en dos jornadas hemos remontado un punto.» Las palabras de Luis atravesaron el corazón de su primogénito, le sonaban a burla. «¿Qué nos alegremos? ¿Por un punto? Ahora vamos a Valencia y luego viene el Atleti, ¿Cuánto vamos a remontar en esos dos partidos? ¿cuánto?». No hubo respuesta, era el momento de retomar brevemente la historia del Fulham.

«¿Sabéis qué? Durante la segunda vuelta, antes de llegar a lo que os comenté el otro día, lo de los 6 puntos de desventaja en 5 jornadas, el Fulham tuvo varios momentos donde parecía que iba a arrancar y no lo hacía. Lograba remontar un partido, pero perdía los dos siguientes, y la diferencia seguía siendo la misma. A veces incluso más. Con el paso del tiempo se podría decir que sólo necesitaban un empujón. Una miguita de suerte. Algún día la tendrían, era cuestión de persistir. Ellos tenían un estadio precioso para hacerlo, de hecho un día os llevaré a verlo. Sin embargo, cuando La Romareda ruge no tiene nada que envidiar a ningún otro campo. Y rugirá, os lo aseguro».

«Eso dijiste hace cuatro años», volvió a espetar Leo. Tras unos segundos de reflexión en los que pareció ver ante sí todas las imágenes de aquel fatídico año, se dirigió hacia su otro hijo: «Esto no tiene nada que ver con lo de ese año, Víctor. Tú eras muy pequeño y ni te acordarás, pero ese equipo estaba construido para optar a jugar al año siguiente con los mejores equipos de Europa. Manchester, Milan, Liverpool, Bayern… Todos esos debían ser nuestros futuros rivales. La temporada se torció y comenzamos a tener que competir con Murcia, Levante o Recreativo, y no estábamos preparados. Por eso descendimos. Este año es diferente, nuestros jugadores ya han pasado por esto y Manolo sabrá dirigirlos. Hay que saber sufrir.»

J.29. Valencia 1 – 2 Real Zaragoza

Sin una explicación aparente, quince minutos antes del partido ya estaban los tres sentados en su palco casero. Cada uno en su sitio, claro. Luis se apresuró a traer el attrezzo de la obra que representaban siempre que el equipo jugaba fuera de su estadio. Dos botellas de fanta de naranja, una bolsa de patatas y otra de pipas. Suficiente. Con todo preparado y la cara encendida por la ilusión, tomó la palabra.

«Ay el Fulham. Bufff, lo que pasó a falta de tres jornadas ese año fue increíble, así que estad atentos. Seguían penúltimos a 5 puntos del Bolton, ¿o era el Reading? Bueno, es igual. Estaban lejos de la salvación y visitaban al Manchester City. No era el gran equipo que es ahora, pero al descanso el Fulham se iba palmando 2-0 y con los resultados de sus rivales estaba descendido. No había vuelta de hoja. Hodgson introdujo a Kamará, un delantero bastante… bastante paquete, para qué voy a mentiros. Y le salió bien, pues él mismo recortó distancias.

Quedaban aún 20’ y no se rindieron. El partido lo empató Murphy de penalti, un jugador… bueno, algo parecido a Apoño para que me entendáis. Aunque el empate les valía para evitar el descenso , en el descuento cazaron un contragolpe con una barbaridad de jugadores y Kamará, de nuevo, consiguió remontar el partido. Aún recuerdo cómo saltó la grada del fondo totalmente ocupada por los seguidores del Fulham. Fue algo espectacular. Fue milagroso. Chicos, mi-la-gro-so.»

Ambos hermanos quedaron notablemente impactados, pero el partido en Mestalla no podía empezar peor. Tras el gol de Pablo Hernández los maños se quedaban con diez. «Nosotros sí que necesitamos un milagro», comentó en bajito Leo, sacudiéndose así la emoción que le habían provocado las palabras previas de su padre. Al filo de la primera media hora de partido, Apoño empató de penalti. Se celebró moderadamente. El Valencia estaba generando mucho peligro, jugaba en casa y tenía superioridad numérica. Leo tenía razón, era el momento de que en la moneda saliera cara. Aunque él tenía la sospecha de que las dos partes de la moneda eran cruz.

Ya en la segunda parte un balón largo sale despejado desde la defensa zaragozista, le cae a Dealbert, que falla en el control, y le cede el balón a Lafita. El maño conduce una contra sin aliados ni ruta, sólo tiene el lejano objetivo del gol. De repente aparece Apoño por la izquierda, dos para dos. El malagueño la controla, la pisa, espera, dispara y bate a Guaita. Padre e hijos entran en una fase de locura extrema. «Como el Fulham papá, como el Fulham», se le escuchaba al pequeño Víctor. Muy emocionante. Apenas fue un minuto, pero los grandes momentos que recuerdas al final de tu vida tampoco duran mucho más, así que da igual. A partir de ahí, la cordura es de cobardes. Nervios, gritos, protestas, suspiros y un jarrón que pasó a mejor vida. Se acabó. El Real Zaragoza ha invertido la dinámica. Con Víctor ya en su habitación, Leo y Luis se dan un fuerte abrazo. Se rumorea que un par de lágrimas rozaron sus mejillas. Aún no han sido reconocidas.

J.31. Sporting 1 – 2 Real Zaragoza

‘Zaragoza no se rinde’. La agónica victoria frente al Atlético de Madrid fue la excusa perfecta para volver a entonar ese cántico con aroma a leyenda que tan bien ha representado al club durante toda su historia. Entre lágrimas de alegría, pero también de sufrimiento, se habían conseguido tres puntos que significaban volver a cazar a Sporting y Racing y situarse a seis puntos de Granada y Villarreal. O lo que es lo mismo: volver a competir de pleno derecho en la Liga BBVA. A Luis, Leo y Víctor les sobraban motivos para viajar a Gijón con el equipo. Y así lo hicieron.

Junto a otros 300 creyentes presenciaron un partido tan dramático como intenso. El gol de Hélder Postiga fue neutralizado por el de Eguren. Los tres sabían que el punto rompía las cuentas que durante toda la semana habían negociado duramente hasta estar de acuerdo. Se necesitaba ganar y, entonces, se ganó. De nuevo en el descuento, como frente a Atlético y Valencia. De nuevo con Apoño como partícipe de la jugada. De nuevo un cocktail de emociones les inundaba por dentro, y el afecto entre ellos era la única forma de poder canalizarlo sin volverse locos. Con el partido ya acabado, mientras el resto de zaragocistas entonaba el característico ‘Sí se puede’, el recuerdo del Fulham de aquel entrenador con cara de inglés invadió a Víctor. Su padre lo estaba deseando, Leo lo percibió y disimuladamente lo comprendió todo.

«Imagino que os acordaréis, pero tras la victoria en Manchester el Fulham se había quedado a tres puntos. Le tocaba recibir al Birmingham, que estaba por encima. Como veis, una situación parecida a la que hemos vivido hoy. Era un duelo directo y el empate servía de poco. Recuerdo que la importancia del balón parado fue tremenda en aquel Fulham. Cómo la ponía Bullard, madre del amor hermoso. En fin, que me desvío del tema. Como nosotros, vencieron con más corazón que fútbol. En un partido con menos épica que el de hoy, pero de una tensión similar. Increíblemente, por fin salían del pozo. Empatados y por diferencia de goles, que es como en Inglaterra desempatan, pero salían, que era lo importante. El último partido era en Portsmouth y, claro, dependían de sí mismos.»

«¿Y qué pasó? ¿Lo lograron?», preguntaron ambos hermanos al unísono. Su padre los tenía donde quería, como Manolo había hecho con la plantilla anteriormente. Con una mueca de cierta suficiencia respondió: «Os lo contaré cuando el Zaragoza lo requiera. Como siempre, ya lo sabéis. Nuestra situación ha sido similar y no se puede romper la magia.» «Pero papá, tu lo has dicho, ellos dependían de sí mismos y nosotros aún estamos a cuatro puntos.», contestó Leo. «¿Crees que nos vamos a salvar, hijo?» «Sí, claro papá.» Luis volvió a sonreír y sentenció: «Por eso nosotros también dependemos de nosotros mismos».

 

Esta historia sólo se puede construir y entender a través de las experiencias de Chema R. Bravo, Fran Casterlenas, Gonzalo Novillo y Santi Retortillo. Desde aquí quiero agradeceros infinitamente vuestra gran y apasionada colaboración. Sin vosotros hubiera sido imposible.

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«The Great Escape, Fulham 2007/2008″


Comentarios (24)

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Brutal, Quintana! Se me saltan las lagrimicas de la emoción... a ver si hay suerte y nos salvamos..! (Y ya de paso a ver si ganamos esta noche al Barça y así tengo doble alegría xD ) Enhorabuena porque de verdad está muy bien escrito!
(Soy Chema el de AAPLA)
Maravillosa historia, Quintana. Tu mejor escrito en Ecos. Nos has ayudado a terminar de escoger equipo a todos los que no estábamos involucrados con alguno de abajo. ¡Desde el Jerez de Gorosito no teníamos tantas ganas de que un club consiguiera la permanencia!
Me gustaría haber escuchado el texto de Miguel en audio..... a modo de cuento de antes de dormir.... Muy buenos, incluyo el relato de David.
Con Quintana y David León aquí se pone en pie hasta el apunador.

Pedazo articulo y perfectamente complementado en los comentarios. Lo que se vive en el último tercio de liga, tanto por la zona de arriba como sobretodo por la del descenso, es el momento mas interesante de toda la temporada. Lo de antes sirve para darle mérito a los que acaban consiguiendo su objetivo.
Y el Zaragoza lo hizo. Jiménez le dió vida a un equipo que no creía y le hizo pensar que no era una locura salvarse. Y han acabado dos puntos por encima del descenso...enorme el equipo maño.

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