Apenas vacila el estío con derretir la primavera cuando el códice del fútbol ofrece sus hojas a la escritura. Aquéllas que ya portan las proezas más magníficas se diferencian al tacto, palpando los vestigios de la humedad que tiempo atrás amenazó con borrar sus letras. No se dejen engañar por la noche encapotada de Mestalla, no fue el cielo quien mojó la página de ayer. Fueron las lágrimas de la injusticia. Tan amargas como necesarias, pues las historias perderían epicidad si los derrotados hubiesen opositado para tan cruel fin. El FC Barcelona mereció ganar la Copa del Rey. Merece ganarlo todo, de hecho. Pero campeonó un Rey colosal. Un equipo que no podía no reír una sola vez.
Versatilidad al poder. El Real se mostró, otra vez, diferente. Ni como el sábado, ni como siempre. De forma distinta. Abandonó la actitud reactiva del precedente y dio el primer paso, para evitar que el Barça secuestrara el balón y redujera a su antojo la vida útil del partido. El concepto fue consagrado con una nueva invención, Pepe de interior izquierdo, recuperando la orientación de Xabi en el eje. El secreto de Mou no es la ocurrencia. Es el don para dotar a sus colectivos de una riqueza táctica inusual sin caer en la despersonalización, capacitándose a sí mismo para, con algún ajuste, adecuar al equipo, sin fisuras, a un plan específico. Un plan que quizá use una vez y no más, porque sólo cobra sentido en un escenario particular. Pepe debe ser un interior izquierdo lamentable. Ni como mediocentro llegó a funcionar con Queiroz. Pero ante el Barcelona tuvo una actuación que difícilmente superaría el mejor de los especialistas. Hacía tiempo que Xavi no recibía tal repaso. Y justo es decir que Khedira también puso mucho de su parte.
En cualquier caso, Mourinho y sus gregarios si acaso garantizan competir contra el Pep Team. Para pasarle por encima, como hizo el Real durante los primeros 45 minutos de encuentro, necesitan un plus,Özil dominó a Busquets; y Ronaldo, de 9, casi toda la final algo especial. Y Ronaldo, ese portento al que el fútbol encomendó la misión de que Messi no tiranizara la década, se erigió como el hombre del partido. Desde el acierto o el desacierto, que fue desigual e in crescendo, condicionó toda la transición ofensiva madridista administrando los tres carriles, intercalando el apoyo y la ruptura siempre desde el esfuerzo largo, para exigir al sistema defensivo culé una rotación en su marca que al llegar al eslabón débil, bien Busquets o bien el recolocado Mascherano, se descosía. Al hilo de Sergio, Guardiola tiene un problema serio y simple: Özil es muy bueno y Busi, no. En la paridad colectiva, hasta desde la intermitencia obtiene el alemán demasiadas ventajas. Ventajas de gol. En líneas generales, que el Barcelona se llevase un 0-0 al descanso se debió a una generosísima dosis de fortuna.
Bienaventurado resultó también el juego, porque los de Pep honraron el detalle con una segunda mitad espectacular. El momento cero bebió de muchas fuentes: Un enfoque culé más agresivo, el cansancio delMessi desde la derecha rompió la presión en el 2º tiempo Real, la condicionante amonestación a Pepe y, vital, el cambio de posición de Pedro. El canario se abrió hacia la orilla izquierda, Arbeloa pasó de ayudar a pedir ayuda, e Iniesta, desahogado, metió al Barça en el campo merengue. La posesión era de una calidad extrema. Y a Messi lo alimentaban como se debe. Recuperada la profundidad, la famosa presión entró en escena, deteriorando la transición ofensiva blanca hasta valores ínfimos, con y sin Adebayor. Dominio total. Por desgracia para el Barcelona, el Real a su Puyol le puso guantes. Ayudado por una gran protección del área, virtud colectiva de marca, Íker llevó a su equipo a la prórroga.
Llegó más fresco mentalmente el Madrid, quizá porque el chut de Di María sirvió a Mourinho para convencer a sus jugadores de que todavía tenían piernas. Por medio de algunas carreras surrealistas para el minuto 100 de un partido tan intenso, Ronaldo y Di María marcaron la diferencia que les dio el título. El segundo que se decide en la temporada, dividiendo alegrías a partes iguales. El próximo envite no admitirá consuelos. Desgarrador. Pero poético, qué duda cabe.
DBEcos 25 marzo, 2012
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